BlogComentario del Evangelio

Domingo XIV del Tiempo Ordinario, San Mateo 11,25-30

En este Domingo XIV del Tiempo Ordinario, Monseñor Rafael Escudero López-Brea, Obispo de la Prelatura de Moyobamba, presidirá la Celebración Eucarística en la Catedral de Moyobamba.

Dijo Jesús: “Yo te doy gracias Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a la gente sencilla. Si Padre: así te ha parecido mejor”.

Aquí Jesús habla por experiencia. La experiencia que tenía era que los doctores y fariseos le rechazaban y la gente sencilla lo aceptaba. Los humildes lo escuchaban con corazón abierto y buena voluntad
Debemos prestar atención para entender qué fue precisamente lo que quiso decir Jesús con estas frases. Está muy lejos de condenar la capacidad intelectual, lo que condena es el orgullo intelectual. Lo que le cierra la puerta a Jesucristo no es la inteligencia sino el orgullo. Lo que le abre el corazón no es la ignorancia sino la humildad. Jesús no dice que donde más ignorancia haya habrá más fe, sino donde más humildad exista. Una persona puede tener la sabiduría, inteligencia, imaginación e instrucción, y sin embargo, cerrarle a Cristo la puerta de su alma porque le falta la humildad, là sencillez de corazón.

Quizás de nosotros se podrá decir todo lo contrario: la causa por la cual Dios no nos da gracias especiales es porque nos creemos algo, porque hemos crecido en el orgullo y en la autosuficiencia.

Todo me lo ha entregado mi Padre: y nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar”

Muy importante la noticia de que el Hijo conoce perfectamente al Padre, porque los judíos se escandalizaban creyendo que ciertas enseñanzas de Jesús iban contra lo que el Padre enseñaba en el Antiguo Testamento. Ahora ya saben que el único que conoce perfectamente entre los humanos qué es lo que quiere el Padre, es Jesús, y por eso lo que afirma Él, siempre está totalmente de acuerdo con lo que afirma el Padre Dios.

Y nos da otro mensaje de enorme importancia: Si alguno quiere conocer al Padre, lo que piensa, cómo es, qué hace, cómo nos ama, el único camino es creer y amar a Cristo: nadie llegará a conocer al
Padre si el Hijo no se lo revela.

Le tenemos que decir: “Señor muéstranos al Padre”, haz que lo vayamos conociendo cada día más y mejor.

Pero El nos dirá: “El que me ha visto a Mi, ha visto a mi Padre” (Juan 14,9). Cuanto más queremos conocer al Padre, tanto más debemos tratar de conocer al Hijo, estudiando y meditando su vida y sus palabras en el Evangelio. Y no olvidar que “en esto consiste la vida eterna: en que te conozcan a Ti, oh Padre, y a tu enviado Jesucristo” (Jn. 17,3).

Señor Jesús: que te conozcamos cada día más y que tu bondad nos haga conocer a tu Eterno Padre.

Jesús habla a quienes se esfuerzan por encontrar a Dios y se empeñan con todas sus fuerzas en ser buenos y en cumplir lo que Dios manda, pero se encuentran con que es algo extremadamente difícil por la debilidad de la voluntad, y can fácilmente en el desaliento y en la falta de ánimos para seguir luchando en el camino de la santidad. Como nos pasa a nosotros.

“Vengan a Mi todos los que están cansados y agobiados”.

A las personas que están cansadas en su trabajo de buscar a Dios y de comunicarlo a los demás, se dirige Jesús en primer grado. A Dios no se logra llegar con el sólo esfuerzo humano. A Dios se llega vendo a donde Cristo a que nos ayude en este trabajo. Idéntica cosa podemos decir respecto de llevar el mensaje de Dios a otras almas: si lo tratamos de hacer por nuestras solas fuerzas sucumbimos en la tarea. Pero Jesús nos dice: “Vengan a Mi”, y con su ayuda sí lograremos trabajar sin desfallecer en esta labor mil veces bendita de hacer que otros conozcan, crean y amen más a nuestro Dios.

“Carguen con mi yugo y aprendan de mi, que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán descanso, porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera”.»

Los israelitas llamaban “Yugo” a las obligaciones que imponía la ley de Moisés. A los Diez Mandamientos, y a los deberes que cada día hay que cumplir. Jesús dice: “Mi yugo es llevadero”, es bien adaptado a cada uno.

La vida que vivimos, si nos dejamos guiar por las enseñanzas del Evangelio será una carga que no nos lastimará. Tendremos penas, trabajos y contrariedades, pero todo proporcionado a nuestras fuerzas, y siempre iremos por el camino, iluminados con la luz de la Palabra, fortalecidos con la fuerza de los ejemplos de Cristo, y animados con la esperanza del premio que nos espera al final cuando se abra el libro de cada uno y se dé a cada cual lo que ha ganado con sus fatigas. Que Dios nos envié, lo que Él vea conveniente para cada uno de nosotros, sabiendo que estamos en sus manos y que con Él, todo lo podemos, todo lo puedo en aquel que me conforta, decía San Pablo.

“Mi carga es ligera”. No es que la carga resulte fácil de llevar, sino que el poder de nuestro Dios nos da robustez espiritual para llevar la cruz de cada día. El nos da amor para hacer los trabajos que tenemos que hacer y, como dice San Agustín:

“Donde hay amor no se siente el peso de la labor, y si se siente se soporta con el gozo y el valor que produce el amor”.

Cuando sabemos que estos trabajos que hacemos o sufrimos los ve Cristo y los convierte en Salvación para nosotros y para otras personas. Las cargas que impone Jesús se sienten mucho más livianas porque Él infunde el amor que las hace adaptadas y llevaderas.

Jesús es quien nos puede dar lo que tanto anhelamos: “Y encontrarán descanso”. El descanso del Corazón de Cristo “manso y humilde” en esta tierra y paz en la eternidad feliz, junto al Padre, al Hijo y al
Divino Espíritu.