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Comentario del Evangelio del Domingo del Tiempo Ordinario Mc 4,26-34

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El Padre José Joaquín comparte con nosotros el
#EvangelioDeHoy​​​​ Domingo 13 de Junio 2021, Evangelio según San Marcos 4,26-34
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¡Que la gracia y la misericordia de nuestro Salvador estén siempre con ustedes!

Después de tantos domingos, disfrutando de las más hermosas solemnidades del Señor, continuamos ahora el camino del tiempo ordinario, en el que vamos a vivir como discípulos de Jesús, acompañándolo en todo momento para aprender de él, no sólo de sus enseñanzas, sino también de sus signos y de su presencia cautivadora. Precisamente el pasado viernes hemos celebrado el Sagrado Corazón de Jesús y hemos captado más en profundidad su amor infinito a cada uno de nosotros, desde ese corazón humano que late a la derecha del Padre celestial, donde intercede siempre por aquellos a los que amó hasta la muerte de Cruz.

El Señor siempre nos escucha cuando lo llamamos, él es nuestro auxilio; no nos desecha, no nos abandona, es el Dios de nuestra salvación. Acudimos a Dios porque es la fuerza de los que esperan en él, y escucha con bondad nuestras súplicas. Sabemos que, sin él, nada puede la fragilidad de nuestra naturaleza. Por ello, le pedimos nos conceda siempre la ayuda de su gracia, para que, al poner en práctica sus mandamientos, lo agrademos con nuestros deseos y acciones.

El Señor todo lo que dice lo hace, y hoy nos advierte, a través del profeta Ezequiel, de que él humilla al árbol elevado y exalta al humilde. Lo que el Señor planta echa brotes y da fruto. Sólo da fruto el árbol que permanece bajo el cuidado amoroso del Señor. También el salmo de hoy asegura que el justo crece como una palmera, se alza como un cedro del Líbano: plantado en la casa del Señor, crece en los atrios de nuestro Dios. Incluso, en la vejez sigue dando fruto y está lozano y frondoso, de modo que proclama que el Señor es justo, que es su roca y que en él no existe la maldad. Por ello, siempre es bueno dar gracias al Señor, hasta el último aliento de nuestra vida.

El apóstol San Pablo, como siempre, nos exhorta a que mantengamos el buen ánimo, aún en medio de los problemas y sufrimientos de esta vida, porque, como dice la oración de la salve, aquí estamos “desterrados los hijos de Eva”. Mientras habitamos en este cuerpo mortal, estamos lejos del Señor, caminamos en fe y no vemos al Señor cara a cara. Precisamente porque creemos estamos de buen ánimo y, aunque preferiríamos vivir junto al Señor, hasta que él nos llame, nos esforzamos en agradarlo. No sólo porque todos vamos a comparecer ante el tribunal de Cristo, para recibir cada cual por lo que haya hecho mientras tenía este cuerpo, sea el bien o el mal. Nosotros no vivimos con ese temor del juicio, porque amamos a Jesucristo y vivimos del amor de su corazón. Además, tenemos la experiencia de que, cuando hacemos su voluntad y cumplimos sus mandamientos, somos más felices ya desde este mundo.

Hermanos: nos gustan mucho las parábolas de Jesús. Él las predica para la gente sencilla, acomodándose a nuestro entender. De ahí que le pedimos: Señor, danos un corazón sencillo y humilde para poder entender lo que nos transmites en tu bella palabra. Queremos entender los secretos del reino de Dios, que sólo comprenden los sencillos de corazón. Hoy nos presenta dos parábolas: el sembrador que siembra la simiente en la tierra y la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo lo hace. La buena tierra produce la cosecha ella sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto todo, se cosecha con la siega.

La otra parábola es parecida: el grano de mostaza. “Al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña, pero después brota, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes, que los pájaros pueden cobijarse y anidar en ellas”.

Dice el texto del Evangelio que Jesús, a sus discípulos, les explicaba las parábolas en privado. Y eso es lo que la Iglesia trata de hacer siempre con los fieles. Los sacerdotes se esfuerzan cada día para explicar la palabra viva del Señor. Antes que nada, los sacerdotes tenemos que leer, meditar y orar con la palabra de Dios para poder luego compartirla con aquellos a los que predicamos. Es una gran responsabilidad entregar pura la palabra viva y eficaz de Jesucristo. Hemos de invocar siempre con humildad al Espíritu Santo, para que nos ilumine y nos mueva a predicar todo y sólo lo que Jesús quiere que le digamos a los que son sus ovejas.

El Señor resucitado le preguntó a San Pedro tres veces si lo amaba. El apóstol fue respondiendo: sí, Señor, tú sabes que te quiero. Y después de cada una de estas respuestas, Jesús le dijo “apacienta y cuida mis ovejas”. Los pastores de la Iglesia apacentamos las ovejas de Cristo con nuestro ministerio sacerdotal (predicación de la palabra, catequesis y formación, sacramentos, atención personalizada) y con nuestro testimonio de vida.

A través de las parábolas de este domingo, como todos descubrimos, Jesús quiere explicarnos la necesidad de la paciencia a la hora de esperar el fruto de nuestra siembra. Pero lo importante es seguir sembrando su palabra de verdad. El Señor, hará germinar la cosecha a su debido tiempo. Todavía es muy necesaria la misión y la evangelización, porque después de más de dos mil años, hay muchos hombres que todavía no conocen a Jesucristo. Pero también es verdad que, su Iglesia se ha extendido hasta los confines de la tierra, tal como enseña la parábola del grano de mostaza. Sus ramas dan cobijo a millones de hombres y mujeres que vivimos alegres y felices a su sombra.

En la Iglesia nunca nos falta la ayuda del Espíritu Santo para nuestro cuerpo y nuestro espíritu. Nuestro Padre nos guarda en la unidad de su Iglesia, y nos protege en esta vida, hasta que habitemos en su casa para siempre.

Acudimos hoy con confianza a San Antonio de Padua para que nos apoye y, con su intercesión, avancemos en el camino de la verdadera santidad.

#PalabraDelSeñor

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