Domingo XXXII del Tiempo Ordinario, San Mateo 25,1-13
En este Domingo XXXII del Tiempo Ordinario, Monseñor Rafael Escudero López-Brea, Obispo de la Prelatura de Moyobamba, presidirá la Celebración Eucarística en la Catedral de Moyobamba.
Nos encontramos ante una de las más hermosas parábolas del evangelio, que nos hace entrar más profundamente en el Corazón de Jesús. Su exposición es de extraordinaria delicadeza y su conclusión impresiona por lo rápida y trágica.
“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: Se parecerá el Reino de los Cielos a diez muchachas que tomaron sus lámparas y salieron a esperar al novio”.
Toma Jesús la parábola de las costumbres judías en la celebración de una boda: la esposa o prometida está en casa de sus padres, hacia la caída del día, rodeada de diez amigas, esperando al novio, que saldrá de la suya con sus amigos para ir a buscarla y llevarla consigo; se formará alegre cortejo de jóvenes, cada uno de los cuales llevará su lámpara encendida colgada de un palo, y entre cantos y al son de la música se dirigirán a casa del novio, donde se celebrará un espléndido banquete, entrada ya la noche
En las lámparas encendidas está significada la gracia santificante o caridad. El esposo es Jesús, que viene a celebrar sus bodas con la Iglesia y todos debemos formar parte en el cortejo de la Esposa para entrar en el celestial convite.
Jesús se presenta como el novio, como el que ama y viene a encontrarse con nosotros, quiere introducirnos en su amor esponsal y en su familia.
Esto es la vida cristiana, un ir al encuentro de alguien que nos ama, como la enamorada va hacia la cita con su enamorado con prisa y alegría. Estamos hechos para intimidad para el intercambio de amor con Dios.
La parábola expresa la unidad de Cristo y de la Iglesia, Cabeza y miembros del cuerpo, implica también la distinción de ambos en una relación personal. Este aspecto es expresado con la imagen del esposo y de la esposa. En las diez muchachas se representa a la totalidad de los fieles cristianos, a la Iglesia y a cada fiel como a una doncella desposada con Cristo Señor para ser con Él un solo Espíritu. Ella es la Esposa a la que Cristo ama y por la que se entrega para santificarla y a la que no cesa de cuidar como a su propio Cuerpo.
El tiempo presente, según el Señor, es el tiempo del Espíritu y del testimonio, es también un tiempo marcado todavía por la tribulación y la prueba del mal que afecta también a la Iglesia e inaugura los combates de los últimos días. Es un tiempo de espera y de vigilia.
“Cinco de ellas eran necias y cinco prudentes. Las necias, al tomar las lámparas, no se proveyeron de aceite; en cambio, las prudentes llevaron consigo frascos de aceite con las lámparas”.
En el relato Jesús presenta dos categorías de muchachas, las prudentes y las necias. Todas estaban esperando al novio para entrar en la fiesta. Todas se durmieron. Todas flaquearon en la espera. Pero mientras que unas no se proveyeron de aceite, no estaban preparadas para recibirle, las otras estaban bien preparadas de aceite, con el corazón dispuesto a su llegada.
El aceite significa las buenas obras y el ejercicio de las virtudes, la lucha contra el pecado, la oración, la vivencia de los sacramentos… con todo ello se alimenta la llama de la caridad, como la de la lámpara con el aceite.
Hay cosas que no podemos improvisar a última hora. Dice San Gregorio: “Es prudente aquel que cree bien y vive bien, y es necio y fatuo aquel que tiene la fe de Jesús, pero no cuida de prepararse con buenas obras. ¿Quién será capaz de medir la desproporción que en la Iglesia hay entre los necios y los prudentes? El número de los que se salvan, que son en definitiva los prudentes de esta parábola, sólo por Dios es conocido; pero tengamos la certeza de que no se salvan sino aquellos que llegan al día del Señor con la llama de la caridad encendida en sus almas. ¿Somos prudentes o necios?”
“El novio tardaba”: Es el espacio de tiempo que Dios nos concede para el bien obrar, “les entró sueño a todas y se durmieron”. En este sueño se simboliza el olvido y la despreocupación, en que solemos incurrir todos en lo tocante a la venida del Señor.
Jesús tarda en venir, su visita es imprevista, la hora de su llegada es imprecisa. No sabemos cuándo vendrá. Es preciso no dormirse y velar. Hemos de ser previsores y estar preparados porque el Señor puede llegar en cualquier momento.
“A media noche se oyó una voz: ¡Ya viene el novio, salgan a recibirlo!”.
Jesús se presenta como el novio que viene de noche. Podemos velar y esperar no por temor, sino porque se desea participar en el amor del novio que está por llegar.
¿Yo deseo de verdad la venida del Señor? ¿Qué hago para mantenerme despierto, atento, vigilante ante sus continuas venidas?
“Entonces se despertaron todas aquellas muchachas y se pusieron a preparar sus lámparas”. Y las necias dijeron a las prudentes: Dennos un poco de su aceite porque nuestras lámparas se están apagando”.
Mientrasvivimos esta vida mortal podemos ayudarnos mutuamente, en nuestras necesidades temporales y hasta en las eternas. Pero en el momento preciso en que nos llame el Señor, quedaremos absolutamente solos ante Él: todo esfuerzo ajeno, toda buena voluntad ajena nos será inútil. Solos con Dios, nuestro juez. Ya no hay tiempo: y para bien obrar se necesita tiempo. Sólo en esta tierra se da el aceite de las buenas obras: y Dios nos habrá llamado ya fuera de la tierra, para juzgarnos. ¡Qué prudentes debemos ser, llenando a rebosar el frasco de nuestras almas del aceite del bien obrar, para brillar en el juicio y luego en la eternidad!
“Pero las prudentes contestaron: No, porque no va a alcanzar para ustedes y para nosotras, mejor es que vayan a la tienda y lo compren”. Mientras iban a comprarlo, llegó el novio, y las que estaban preparadas entraron con él al banquete de bodas, y se cerró la puerta”.
No es tiempo de comprar lo que falta cuando ha llegado el novio; no hay tiempo de trabajar ni de hacer penitencia cuando viene la noche del juicio, sino que es hora de pagar los descuidos y la necedad pasada. No pueden entrar en el festín del Señor sino aquellos a quienes encuentra preparados en su visita.
“Más tarde llegaron también las otras muchachas, diciendo: Señor, Señor, ábrenos”. Pero él respondió: Les aseguro que no las conozco”.
¿Qué aprovechará llamar de boca a quien desconocimos por las obras? Por ello es que el Señor, a las muchachas necias, a pesar de que le confiesan por la fe, les da esta terrible respuesta. Porque si bien la fe es un contacto de nuestra inteligencia con el pensamiento de Dios, pero no es lo que da forma cristiana a nuestra vida; esto lo hace la caridad, que es la que imprime en nosotros el sello del Espíritu Santo por el que nos conoce Jesús como suyos, porque el Espíritu Santo es el Espíritu de Jesús.
La respuesta del Señor es cerrada negativa, repulsa trágica, que importa la separación definitiva de las necias. El Señor sólo conoce a los que son suyos por la caridad, a los que son miembros de su cuerpo místico.
¡Que nos conozca el Señor como suyos el día de las eternas bodas! ¡Que no oigamos la terrible palabra que oyeron las muchachas necias: “No las conozco”!
“Por tanto, estén preparados, porque no saben ni el día ni la hora”.