BlogComentario del Evangelio

Domingo XXXI del Tiempo Ordinario, San Mateo 23,1-12

En este Domingo XXXI del Tiempo Ordinario, Monseñor Rafael Escudero López-Brea, Obispo de la Prelatura de Moyobamba, presidirá la Celebración Eucarística en la Catedral de Moyobamba.

Jesús denuncia la hipocresía y la ambición de los escribas y fariseos, unos hombres que, bajo capa de religión, oprimían y explotaban al pueblo, mientras vivían ellos al margen de lo que enseñaban.

Las gentes, que en nú­mero extraordinario habían confluido al Templo con ocasión de las fiestas de la Pascua, habían sido testigos de la arrogancia y perversidad de los fariseos, de la humillación que Jesús les había causado y de la sabiduría invencible del Señor. Los ánimos estaban preparados para oír la tremenda requisitoria.

“En aquel tiempo Jesús habló a la gente y a sus discípulos, diciendo…”. Empieza Jesús reconociendo la autoridad de los escribas y fariseos: ellos eran los sucesores de Moisés en la interpretación y aplicación de la ley: “En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos”.  La con­secuencia es clara: si su autoridad es legítima, deben observarse sus prescripciones:

“Hagan y cumplan lo que les digan.

Dice Orígenes: “Se sientan sobre la cátedra de Moisés los que se glorían de profesar su ley e interpretarla: los que no se apartan de la letra se llaman escribas; y fariseos los que añaden algo más, profesando mayor perfección que los otros. No eran malos porque se sentaran en la cátedra de Moisés, antes era ello un ministerio necesario para la custodia de la ley y régimen del pueblo. Lo malo era que con su modo de obrar profanaban la santidad de su cátedra”. Porque, dice san Juan Crisóstomo: “No es la cátedra la que hace al sacerdote, sino el sacerdote a la cátedra; no es el lugar el que santifica al hombre, sino el hombre al lugar”.

¡Tremenda responsabilidad la que lleva el lugar que ocupamos, si es elevado y santo! Sacerdotes, padres, maestros, gobernantes, publicistas, debieran pesar el valor de estas palabras de Jesús.

Otra cosa es la conducta personal de los legisladores: si ellos no cumplen según la ley, de la que son custodios e intérpretes, hay que atender a la ley, pero no imitar sus obras:

“Pero no hagan lo que ellos hacen, porque ellos no hacen lo que dicen”.

A esta afirmación general añade Jesús la prueba: “Ellos hacen fardos pesados e insoportables y se los cargan a la gente en los hombros”: eran las mil prescripciones de detalle, con las que querían asegurar el respeto a la ley, ya de sí pesada, pero que en conjunto resultaban intolerables. Contrastaba con este rigor la relajación de los fariseos y escribas legisladores, que rehuían en absoluto el cumplimiento de las leyes que promulgaban: “pero ellos no están dispuestos ni siquiera a moverlos con un dedo”: eran inexorables con los demás.

Dice Orígenes: “Nada hay más miserable que aquel doctor cuyos discípulos se salvan cuando no le siguen, y se pierden cuando le imitan ¿Qué importa para él que enseñe la verdad, sí con su vida la desmiente? No sola la verdad es la que salva, sino la verdad que informa todos los actos de la vida”. Y añade san Juan Crisóstomo: “Si por desdicha nuestra nos hallamos sometidos a un magisterio tal, hagámoslo como acostumbramos con los frutos buenos de la tierra: cogemos los frutos y dejamos la tierra; así debemos cosechar la buena doctrina que nos da el doctor de mala vida, y dejar de lado sus perversos ejemplos”.

A la relajación y dureza, añaden los escribas la ambición e hipocresía: “Todo lo que hacen es para que los vea la gente: y como prueba de su vana ostentación, “alargan las filacterias y ensanchan las franjas del manto”. Eran las filacterias unas membranas o pergaminos en que se escribían párrafos de la ley de Moisés: encerradas en pequeñas cajas de piel negra, se ataban, por medio de cintas, especialmente en las horas de oración, en la frente y en el brazo izquierdo: así creían cumplir el precepto divino; para ostentación de su piedad, los fariseos las llevaban muy grandes. Lo mismo hacían con las franjas y vistiendo túnica hasta los pies, señal de cierta preeminencia y majestad.

A esta ostentación religiosa añadían los fariseos la ambición desmesurada de toda suerte de preeminencias: “Les gustan los primeros puestos en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas”,colocándose en las asambleas en los lugares más honoríficos y vistosos: “que les hagan reverencia por las calles”, recibiendo públicas y exageradas manifestaciones de respeto: Y que la gente los llame maestros”: la vanidad del fariseo se nutría de todas estas futilidades.

A la hipocresía y ambición de los fariseos opone Jesús la insistente recomendación de la sinceridad y de la humildad:

“Ustedes, en cambio, no se dejen llamar maestro”.

La razón es, porque pequeña es la sabiduría y la dignidad magistral de los hombres delante del único Maestro que posee todos los tesoros de la ciencia de Dios, que es Dios mismo.

Uno solo es su Maestro y todos ustedes son hermanos”.

Como a los doctores se les llamaba también con frecuencia «padre», y de esta paternidad espiritual estaban ufanos los fariseos, les recomienda que no les imiten en esto tampoco:

“En la tierra a nadie llamen padre”.

Y da una razón semejante a la anterior: Porque uno solo es el Padre de ustedes, el del cielo”, de quien viene toda paternidad, natural y sobrenatural, en el orden del cuerpo y del espíritu, porque toda filiación intelectual tiene su origen en Él.

Agradezcamos a nuestros padres, del cuerpo y del espíritu, cuantos beneficios de ellos recibimos, pero acostumbrémonos a referirlos al Padre, Dios, de quien viene todo don perfecto.

Tampoco quiere que los doctores de la nueva Ley se llamen jefes espirituales, guías, maestros de maestros:

No se dejen llamar consejeros, porque uno solo es su Consejero, Cristo”.

La razón es que Él es el único Maestro que ilumina las almas, camino, verdad y vida de las inteligencias, por el magisterio externo y por el interno de la gracia.

El discípulo de Jesús debe obrar inversamente a la conducta de los fariseos: éstos quieren elevarse sobre los demás; nosotros, aun ejerciendo autoridad o magisterio sobre otros, debemos considerarnos siervos de los demás:

“El primero entre ustedes, sea servidor de los demás”.

De ello da Jesús una razón, que es a la vez un estímulo para los humildes y una amenaza para los ambiciosos y vanos:

El que se engrandece será humillado, y el que se humilla será engrandecido”.

El camino de la gloria es la humildad; el orgullo lleva a la ruina. Jesús nos dio el ejemplo de lo primero; en los fariseos vemos la realización de lo segundo.

No sólo no quiere el Señor que ambicionemos los lugares de preeminencia, sino que nos manda tener tendencia a lo contrario.