Domingo XXVII del Tiempo Ordinario, San Mateo 21,33-43
En este Domingo XXVII del Tiempo Ordinario, Monseñor Rafael Escudero López-Brea, Obispo de la Prelatura de Moyobamba, presidirá la Celebración Eucarística en la Catedral de Moyobamba.
La parábola de Jesús en el evangelio de este domingo es una alegoría en la que cada rasgo tiene su significación: el propietario es Dios; la viña, el pueblo elegido de Israel; los criados, los profetas; el hijo es Jesús, muerto fuera de las murallas de Jerusalén; los viñadores homicidas, los judíos infieles; el otro pueblo al que se le dará la viña, los paganos. La parábola tiene como objeto denunciar la reprobación del antiguo pueblo de Dios, por su manifiesta oposición a la autoridad divina. Jesús indica aquí los bienes inmensos dispensados a Israel, la respuesta negativa de los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo y la profecía sobre su propia muerte a manos de los mismos. Es como un resumen de la historia de la salvación.
“En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: Escuchen otra parábola: Había un propietario que plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó en ella un lagar para hacer el vino, construyó la casa del guardián, la arrendó a unos viñadores y se fue de viaje”.
La viña es el pueblo de Israel. En esta viña vivieron y trabajaron los patriarcas y los profetas. La viña es la Iglesia en la que tuvo y tendrá lugar la reconciliación de los judíos y de los gentiles. El Propietario del cielo la plantó como viña selecta. La verdadera vid es Cristo, que da vida y fecundidad a los sarmientos, a nosotros, que permanecemos en Él por medio de la Iglesia, que sin Él no podemos hacer nada y con Él y para Él trabajamos gozosos como criados y amigos del Hijo del Propietario.
“La viña es nuestra alma y la palabra de Dios es la vid que en ella se planta. Y así como a los pastores de la Iglesia se les confía la viña del Señor, que es la Iglesia misma y el pueblo de Dios, así a cada uno de nosotros, cuando somos iniciados en la fe por el Bautismo, se nos da la viña de nuestra alma para que la cultivemos para Dios” (Orígenes).
“Llegado el tiempo de la vendimia, envió sus criados a los viñadores, para recoger los frutos que le correspondían. Pero los viñadores, agarrando a los criados, apalearon a uno, mataron a otro, y a otro lo apedrearon”.
Esos viñadores homicidas son los jefes de Israel que maltrataron y asesinaron a los profetas que Dios les enviaba para recordarles sus deberes y denunciar sus pecados.
Estos viñadores somos nosotros que, en vez de dar los frutos que el Señor espera, le proporcionamos decepciones y amarguras; en vez de buena acogida, le maltratamos en multitud de ocasiones. Dios cuida de nosotros como el propietario cuida de su viña, pero apaleamos a los profetas y rechazamos a los apóstoles que nos son enviados por Él.
“Envió de nuevo otros criados, en mayor número que la primera vez, e hicieron con ellos lo mismo. Por último, les mandó a su hijo, diciéndose: Tendrán respeto a mi hijo”.
Contrasta con la crueldad de los viñadores la bondad, la paciencia y la perseverancia de Dios que va hasta el final, hasta sacrificar lo que es más precioso para Él, su propio Hijo, al que lo envía, por amor, para nuestra redención.
En todos los tiempos Dios envía mensajeros que anuncian con fuerza el Evangelio y renuevan las conciencias de aquellos que acogen el mensaje de salvación y no endurecen el corazón. Puesto que Dios nos ha amado hasta darnos a su propio Hijo, ni la muerte, ni el pecado nos arrancarán se su amor.
“Pero los viñadores, al ver al hijo, se dijeron: Éste es el heredero: lo matamos y nos quedamos con su herencia. Y, agarrándolo, lo empujaron fuera de la viña y lo mataron”.
Aquí Jesús se aplica a sí mismo la parábola: Él se designa como el Heredero, el Hijo que conoce al Padre, que es distinto de los criados que Dios envió antes a su pueblo, superior a ellos y a los propios ángeles.
Jesús fue echado de su pueblo por la sentencia del Sanedrín que le condenó a morir en manos de los gentiles, y murió fuera de las puertas de la ciudad de Jerusalén.
Y nosotros ¿qué hemos hecho con el Hijo de Dios, en las inspiraciones, en las exhortaciones que escuchamos, en las comuniones eucarísticas que recibimos, cuando por su gracia se ha hecho presente a nuestro espíritu? Muchas veces lo crucificamos por segunda vez cuando pecamos, para nuestra propia condenación. Hemos sido infieles a la gracia de Dios, ingratos a sus dones, duros ante la insistencia de su amor. Necesitamos pedir perdón, hacer penitencia y reparar el daño amando más que antes, más que si no hubiéramos pecado. Necesitamos dar el fruto del amor arrepentido.
“Y, ahora, cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos viñadores? Le contestaron: Hará morir sin compasión a esos malvados y arrendará la viña a otros viñadores, que le entreguen los frutos a su tiempo”.
Es la profecía de la desolación de Jerusalén. Así murieron en aquella ocasión los jefes de Israel en la destrucción de la ciudad por los romanos. La viña, los bienes del Señor pasaron a ser herencia de los gentiles.
“Y Jesús les dice: ¿No han leído nunca en la Escritura: La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho: ha sido un milagro patente?”.
El Mesías rechazado por los dirigentes del pueblo, la pobre piedra que los constructores habían juzgado inútil y fue despreciada, es luego una hermosa piedra muy apreciada que se coloca en el lugar esencial de la construcción, en el ángulo que une dos muros. Es de esta piedra que depende toda la solidez del edificio.
También muchas veces a la Iglesia se la llama construcción de Dios. El Señor mismo se comparó a la piedra que desecharon los constructores, pero que se convirtió en la piedra angular. Los Apóstoles construyen la Iglesia sobre ese fundamento que le da solidez y cohesión.
Tenemos una constante tentación de edificar nuestra vida sobre nosotros mismos y no sobre la piedra angular que es Cristo, fundamento de todo el edificio.
“Por eso les digo que el Reino de Dios les será quitado a ustedes, para ser entregado a un pueblo que produzca sus frutos”.
Al pueblo de Israel y a sus dirigentes les ha sido encomendado el reino, pero no han dado frutos en el tiempo oportuno. Por eso, esta misión pasa otro pueblo que sepa y quiera darlos. A ese pueblo concederá el Señor sus gracias, que producirá frutos abundantes de santidad.