Domingo XXIII del Tiempo Ordinario, San Mateo 18,15-20
En este Domingo XXIII del Tiempo Ordinario, Monseñor Rafael Escudero López-Brea, Obispo de la Prelatura de Moyobamba, presidirá la Celebración Eucarística en la Catedral de Moyobamba.
En el Evangelio de este domingo San Mateo nos manifiesta lo que Jesús dice al respecto del comportamiento que ha de tener la comunidad cristiana con un miembro pecador. La Iglesia no es una comunidad formada por personas perfectas. Por eso, Jesús ha previsto y ha establecido una serie de actitudes a tomar en cuenta en casos de corrección fraterna, que es una de las obras de misericordia.
“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: Si tu hermano llega a pecar, vete y repréndele, a solas tú con él. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano”.
Amar al prójimo no significa callar o dejarle que siga por mal camino, al contrario significa saber decirle una palabra de amonestación y corrección para que no empeore y vuelva al buen camino. El hermano que ha notado el error en otro hermano ha de dar el primer paso. Primero que no se desentienda de él, que le ayude. Que le llame al perdón y que actúe con él de manera que no se desanime. Que le ayude a reincorporarse en la comunidad. Pero éste será discreto. A solas los dos para que el error no transcienda, en lo posible, y el hermano pecador pueda conservar su reputación y su honor.
¿Somos nosotros delicados como lo es Jesús… o nos apresuramos a publicar los defectos de los demás?
¿Cuando hablamos de los demás es para salvarlos y ganarlos, o destruirlos y hundirlos más todavía?
“Si no te escucha, toma todavía contigo uno o dos, para que todo asunto quede zanjado por la palabra de dos o tres testigos”.
El deber de los cristianos de tomar parte en la vida de la Iglesia, nos impulsa a actuar como testigos del Evangelio y de las obligaciones que de él se derivan. El testimonio es un acto de justicia que establece o da a conocer la verdad con amor y respeto.
En la corrección fraterna un segundo paso es no resignarse a los fracasos cuando el hermano pecador no nos hace caso. No nos fiemos de nuestro propio juicio personal, hay que buscar la ayuda de otros hermanos, la oración de intercesión personal y comunitaria, la penitencia. No sucumbir a la tentación de la murmuración y la crítica destructiva.
“Si les desoye a ellos, díselo a la comunidad”. Un tercer paso será remitir al hermano al juicio de la comunidad, de la Iglesia. Si no acepta la corrección de la Iglesia, es el propio hermano el que se sitúa fuera de ella por sus rechazos repetidos. La dureza de la última frase, “y si hasta a la comunidad desoye, sea para ti como el gentil y el publicano”, no se explica más que por el hecho de haberlo probado todo para la recuperación del pecador.
¿Adoptamos estas actitudes misericordiosas en nuestras comunidades cristianas? O ¿preferimos criticar, rebatir, condenar a los hermanos?
Desde el comienzo de su vida pública Jesús eligió unos hombres en número de doce para estar con Él y participar en su misión; les hizo partícipes de su autoridad y los envió a proclamar el Reino de Dios y a curar. Ellos permanecen para siempre asociados al Reino de Cristo porque por medio de ellos dirige su Iglesia. Al hacer partícipes a los Apóstoles de su propio poder de perdonar los pecados, el Señor les da también la autoridad de reconciliar a los pecadores con la Iglesia. Esta dimensión eclesial de su tarea se expresa particularmente en estas palabras solemnes de Cristo a los Apóstoles: “Yo les aseguro: todo lo que aten en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desaten en la tierra quedará desatado en el cielo”. El poder de “atar y desatar” significa la autoridad para absolver los pecados, pronunciar sentencias doctrinales y tomar decisiones disciplinares en la Iglesia. Las palabras atar y desatar significan: aquel a quien excluyan de la comunión de ustedes, será excluido de la comunión con Dios; aquel a quien reciban de nuevo en la comunión de ustedes, Dios lo acogerá también en la suya.
El Señor nos invita a todos a perdonar a los demás de todo corazón cuando somos ofendidos, también a pedir perdón por nuestras ofensas a los otros. Muchas personas podrán descubrir el perdón de Dios si descubren, cerca de ellos, a unos hermanos que viven la misericordia y practican el perdón. La Iglesia ha de ser la familia de la misericordia. Esta es nuestra responsabilidad.
“Les aseguro también que si dos de ustedes se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, sea lo que fuere, lo conseguirán de mi Padre que está en los cielos”.
Cuando hayan sido ineficaces todas las acciones para corregir al hermano pecador, queda todavía el recurso a la oración común de los fieles cuando éstos oran con las debidas disposiciones. El Señor nos promete a todos esta misericordia del Padre ligada a la oración hecha con un solo corazón y una sola alma.
San Juan Crisóstomo dice: “¿Por qué dejan de ser oídas las oraciones de muchos? Porque muchas veces pedimos lo que no conviene se nos conceda, o no lo pedimos del modo, con la confianza, con la constancia, que es necesario” Y santo Tomás de Aquino añade: “No se concede lo que se pide por la indignidad de los que piden, o porque no tienen entre sí el vínculo de la paz, o piden lo que no conviene para la salvación”.
“Porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”.
El Señor para llevar a cabo la obra admirable de la salvación “está siempre presente en su Iglesia, principalmente en los actos litúrgicos. Está presente en el sacrificio de la misa, no sólo en la persona del ministro, ofreciéndose ahora por ministerio de los sacerdotes el mismo que entonces se ofreció en la cruz, sino también, sobre todo, bajo las especies eucarísticas. Está presente con su virtud en los sacramentos, de modo que, cuando alguien bautiza, es Cristo quien bautiza. Está presente en su Palabra, pues es Él mismo el que habla cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura. Está presente, finalmente, cuando la Iglesia suplica y canta salmos” (Concilio Vaticano II. S. C. 7).