BlogComentario del Evangelio

Domingo XVI del Tiempo Ordinario, San Mateo 13,24-43

En este Domingo XVI del Tiempo Ordinario, Monseñor Rafael Escudero López-Brea, Obispo de la Prelatura de Moyobamba, presidirá la Celebración Eucarística en la Catedral de Moyobamba.

 

Jesús en el evangelio de este domingo cuenta la parábola del trigo y la cizaña para explicar qué es “el Reino”. San Mateo utiliza con frecuencia la expresión “Reino de los cielos” que significa lo mismo que “reino de Dios”. Para Jesús, el reinado de Dios es algo que comienza en la tierra por la fe en Cristo, prosigue y termina alcanzando su plenitud en el cielo.

“El Reino de los Cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo. Pero mientras la gente dormía, su enemigo fue y sembró cizaña en medio del trigo y se marchó”. “Cuando empezaba a verdear y se formaba la espiga apareció también la cizaña. Entonces fueron los trabajadores a decirle al amo: ‘Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde sale la cizaña?’. Él les dijo: ‘Un enemigo lo ha hecho’.

“El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los ciudadanos del Reino. La cizaña son los partidarios del Maligno, y el enemigo que la siembra es el demonio”.

El hombre, persuadido por el “enemigo” de Dios, abusó de su libertad, desde el comienzo de la historia. Sucumbió a la tentación y cometió el pecado. Los hombres conservamos el deseo del bien, pero nuestra naturaleza lleva la herida del pecado original y quedó inclinada al mal y sujeta al error. Sabemos que el mal no es obra de Cristo, sino del Maligno y de los que pertenecen al Maligno. Por él entró el pecado en el mundo y con él la muerte, el dolor, la violencia.

Debemos ser conscientes de que la mezcla del trigo y la cizaña se realiza en cada uno de nosotros, en nuestro corazón. Por eso, estamos divididos en nuestro interior. Por esto, la vida humana, aparece como una lucha entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas, entre el trigo y la cizaña. Lo que tendremos que preguntarnos y examinar es si no estaremos siendo nosotros, en algo o en algún momento, cizaña dentro de la Iglesia en lugar de ser semilla buena que da fruto

“Los trabajadores le preguntaron: ‘¿Quieres que vayamos a arrancarla?’. Pero Él les respondió: ‘No, porque al arrancar la cizaña, podrían arrancar también el trigo. Déjenlos que crezcan juntos hasta la cosecha …”

Designio de Dios es la coexistencia en este mundo del bien y del mal, de los buenos y de los malos.

San Agustín en su comentario del evangelio nos hace una llamada a la tolerancia y a la paciencia: “A los siervos les parecía cosa grave el que hubiese cizaña entre el trigo, y lo era en verdad… Tolera, para eso has nacido. Tolera, pues tal vez eres tolerado tú. Si siempre fuiste bueno, ten misericordia; si alguna vez fuiste malo, no lo olvides. ¿Y quién es siempre bueno? Si Dios te examinara atentamente, más fácilmente descubriría una maldad presente que esa bondad perenne que te atribuyes. Por lo tanto, ha de tolerarse la cizaña en medio del trigo”.

Nos enseña el Catecismo: “Mientras que Cristo es “santo, inocente, sin mancha”…, la Iglesia, abrazando en su seno a los pecadores, es a la vez santa y siempre necesitada de purificación y busca sin cesar la conversión y la renovación”. Todos los miembros de la Iglesia deben reconocerse pecadores. En todos, la cizaña del pecado todavía se encuentra mezclada con la buena semilla del Evangelio hasta el fin de los tiempos. La Iglesia congrega a pecadores alcanzados ya por la salvación de Cristo, pero aún en vías de santificación”.

Por su pasión, Cristo nos libró de Satán y del pecado. Nos mereció la vida nueva en el Espíritu Santo. Su gracia restaura lo que el pecado había deteriorado en nosotros. El que cree en Cristo y se bautiza se hace hijo de Dios. El ser hijo de Dios lo transforma dándole la posibilidad de seguir el ejemplo de Cristo. Le hace capaz de obrar rectamente y de practicar el bien. En la unión con su Salvador el discípulo alcanza la santidad. La vida culmina en vida eterna, en la gloria del cielo.

La semilla buena tiene fuerza para crecer y desarrollarse ilimitadamente. ¿Creemos de verdad en la fuerza de la Palabra de Dios y en la eficacia de la gracia de Cristo?

La justa separación de buenos y malos la hará Dios. No nos toca hacerlo aquí a nosotros. No es lícito a los hombres anticipar el juicio como si estuviéramos ya en posesión de la verdad.

“Cuando llegue la cosecha, diré a los que han de recogerla: Arranquen primero la cizaña y átenla en manojos para quemarla, y el trigo almacénenlo en mi granero’”.

“La cosecha es el fin del tiempo y los que recogen la cosecha los ángeles. Así como se arranca la cizaña y se quema, así será al fin del tiempo: El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, y arrancarán de su Reino a todos los corruptores y malvados y los arrojarán en el horno encendido: allí será el llanto y rechinar de dientes. Entonces los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre”.

La parábola de la cizaña nos sitúa también ante el Juicio. Al final todo se pondrá en claro y la cizaña será arrancada y echada al fuego. ¡Cuántas cosas serían muy distintas en nuestra vida si viviésemos y actuásemos como si hubiéramos de ser juzgados esta misma noche!

Al fin de los tiempos el Reino de Dios llegará a su plenitud. Después del Juicio final, “los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre”, para siempre con Cristo, glorificados en cuerpo y alma, y el mismo universo será renovado.

Los que estén unidos a Cristo formarán la comunidad de los rescatados por la sangre del Cordero. Ya no seremos heridos por el pecado, las manchas, el amor propio, que destruyen o hieren la comunidad terrena de los hombres. La visión feliz de Dios que se manifestará a los elegidos, será la fuente inmensa de felicidad, de paz y de comunión mutua. Esto es lo que nos espera. Vale la pena creer en Cristo, seguirle, vivir con Cristo, sufrir con Él, para reinar eternamente con Él.