Comentario del Evangelio

Domingo V del Tiempo Ordinario, San Marcos 1,29-39

En este V Domingo del Tiempo Ordinario, Monseñor Rafael Escudero López-Brea, Obispo de la Prelatura de Moyobamba, presidirá la Celebración Eucarística en la Catedral de Moyobamba.

 

El Evangelio de este domingo  nos lleva a contemplar a Jesús que salva a todo el hombre –curación de enfermos en su cuerpo y sanación de endemoniados en su espíritu– y a todos los hombres –las multitudes que acuden a Él–. Todos probados en el cuerpo, en la mente y en el espíritu.

Los cuatro evangelistas coinciden en testimoniar que la liberación de enfermedades y padecimientos de cualquier tipo constituía, junto con la predicación, la principal actividad de Jesús en su vida pública.

«En aquel tiempo, cuando salió de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y se lo dijeron de inmediato. El se acercó, la tomó de la mano y la hizo levantar. Entonces ella no tuvo más fiebre y se puso a servirlos».

Jesús levanta de su postración y abatimiento a la suegra de Pedro, y en ella están representados todos  los hombres que bajo el peso del mal ven pasar sus días como un soplo y consumirse sin dicha y sin esperanza.

Dice el Papa Benedicto XVI: «Las enfermedades son un signo de la acción del Mal en el mundo y en el hombre, mientras que las curaciones demuestran que el reino de Dios, Dios mismo, está cerca. Jesucristo vino para vencer el mal desde la raíz, y las curaciones son un anticipo de su victoria, obtenida con su muerte y resurrección.

 La enfermedad es una condición típicamente humana, en la que experimentamos fuertemente que no somos autosuficientes, sino que necesitamos de los demás. En este sentido podríamos decir, de modo paradójico, que la enfermedad puede ser un momento saludable, en el que se puede experimentar la atención de los demás y prestar atención a los demás. Sin embargo, la enfermedad es siempre una prueba, que puede llegar a ser larga y difícil. Cuando la curación no llega y el sufrimiento se prolonga, podemos quedar como abrumados, aislados, y entonces nuestra vida se deprime y se deshumaniza. ¿Cómo debemos reaccionar ante este ataque del Mal? Ciertamente con el tratamiento apropiado —la medicina en las últimas décadas ha dado grandes pasos, y por ello estamos agradecidos—, pero la Palabra de Dios nos enseña que hay una actitud determinante y de fondo para hacer frente a la enfermedad, y es la fe en Dios, en su bondad. Lo repite siempre Jesús a las personas a quienes sana: Tu fe te ha salvado. ¿Pero fe en qué? En el amor de Dios. He aquí la respuesta verdadera que derrota radicalmente al Mal.

Todos conocemos personas que han soportado sufrimientos terribles, porque Dios les daba una profunda serenidad…  En la enfermedad todos necesitamos también el calor humano: para consolar a una persona enferma, más que las palabras, cuenta la cercanía serena y sincera.

Hagamos también nosotros como la gente en tiempos de Jesús: presentémosle espiritualmente a todos los enfermos, confiando en que él quiere y puede curarlos. E invoquemos la intercesión de Nuestra Señora, en especial por las situaciones de mayor sufrimiento y abandono…».

«Al atardecer, después de ponerse el sol, le llevaron a todos los enfermos y endemoniados, y la ciudad entera se reunió delante de la puerta. Jesús curó a muchos enfermos, que sufrían de diversos males, y expulsó a muchos demonios; pero a estos no los dejaba hablar, porque sabían quién era él ».

San Marcos nos presenta a Jesús realizando también liberaciones. De esta manera se expresa, mejor que con palabras, su poder de salvar del Maligno. Los endemoniados son también ellos criaturas enfermas, seres degradados. Sin llegar a este estado, todo hombre en pecado está pervertido y enfermo, por muchos éxitos aparentes que tenga. Así como Jesús se enfrentó al Maligno con la fuerza del amor que le venía del Padre, así también nosotros podemos afrontar y vencer la prueba de la tentación, teniendo nuestro corazón inmerso en el amor de Dios.

La consigna del silencio a los liberados del demonio aparece en tantas ocasiones, especialmente en el Evangelio de san Marcos, que se ha acuñado el término técnico “secreto mesiánico”. Muy probablemente era un recurso pedagógico de Jesús, para evitar que lo identificaran con un Mesías político liberador de la dominación romana; también podría ser un recurso literario del evangelista, para no anticipar la plena identidad de Jesús hasta después de la resurrección.

Con este evangelio la Iglesia quiere afianzar nuestra fe en Jesús que es capaz de sanar a un mundo –el nuestro– y a unos hombres –nuestros hermanos y nosotros mismos– profundamente enfermos. Cristo puede hacerlo; la única condición para hacer el milagro es nuestra fe: «¿Crees que puedo hacerlo?», nos pregunta el Señor.

«Por la mañana, antes que amaneciera, Jesús se levantó, salió y fue a un lugar desierto; allí estuvo orando».

Jesús, en sus enseñanzas y en su vida, es, ante todo, un orante. Es enormemente hermoso en los evangelios el misterio de la oración personal de Jesús. El Hijo de Dios hecho hombre vive una continua y profunda intimidad con el Padre. A través de su conciencia humana Jesús se sabe intensamente amado por el Padre. Y su oración es una de las expresiones más hermosas de su conciencia filial. Se sabe recibiéndolo todo del Padre y a Él lo devuelve todo en una entrega perfecta de amor agradecido.

Jesús se retira con frecuencia a un lugar apartado, en la soledad para orar. Lleva a los hombres en su oración, ya que también asume la humanidad en la Encarnación, y los ofrece al Padre, ofreciéndose a sí mismo. Él comparte en su oración humana todo lo que viven sus hermanos; comparte sus debilidades, sus enfermedades, sus tentaciones, para librarlos de ellas. Para eso le ha enviado el Padre. Sus palabras y sus obras aparecen entonces como la manifestación visible de su oración en lo secreto.

«Simón salió a buscarlo con sus compañeros, y cuando lo encontraron, le dijeron: “Todos te andan buscando” ».  

Estas palabras de los discípulos centran la atención en la persona de Jesús. Todo hombre ha sido creado para Cristo y todo hombre –aun sin saberlo– busca a Cristo; incluso el que le rechaza, en el fondo necesita a Cristo. Su búsqueda de alegría, de bien, de justicia, es búsqueda de Cristo, el único que puede colmar todos los anhelos del corazón humano.

Ante la humanidad enferma Jesús adopta la actitud de descender personalmente  a la injusticia, a la enfermedad, al mal y curarlas con sus obras, demostrando cómo en el Reino  el dolor será derrotado. Jesús antes de predicar con palabras, predicó con obras, antes se acercó al dolor de los hombres y después les anunció su mensaje.

«El les respondió: “Vayamos a otra parte, a predicar también en las poblaciones vecinas, porque para eso he salido”. Y fue predicando en las sinagogas de toda la Galilea y expulsando demonios».

Toda la esencia de la vida de Jesús se centra en el cumplimiento de unos planes establecidos previamente por su Padre. La religión, en la mente de Jesús, es simplemente un ejercicio de obediencia. Sin ella no puede entenderse la vida del Señor. Jesús se experimenta a sí mismo como un embajador, un emisario de su Padre. Es una misión que Él realiza libremente y porque quiere, escrutando siempre la voluntad de Dios. Toda su vida estará bajo este signo.