Domingo del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo | Juan 6,51-58
En este Domingo del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, Monseñor Rafael Escudero López-Brea, Obispo de la Prelatura de Moyobamba, presidirá la Celebración Eucarística en la Catedral de Moyobamba.
“Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo”.
Jesús revela que su Carne será alimento para la vida del mundo. En la comunión eucarística los fieles recibimos el Cuerpo y la Sangre de Cristo que se entregó “para la vida del mundo”.
San Justino comenta: “Porque este pan y este vino han sido eucaristizados, llamamos a este alimento Eucaristía y nadie puede tomar parte en él si no cree en la verdad de lo que se enseña entre nosotros, si no ha recibido el baño para el perdón de los pecados y el nuevo nacimiento, y si no vive según los preceptos de Cristo”.
“Los judíos discutían entre sí, diciendo: ¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne? Jesús les respondió: “Les aseguro que, si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes”. El Señor nos dirige una invitación urgente a recibirle en el sacramento de la Eucaristía. Para responder a esta invitación, debemos prepararnos para este momento tan grande y santo. San Pablo exhorta a un examen de conciencia: “Quien coma el pan o beba el cáliz del Señor indignamente, será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Examínese, pues, cada cual, y coma entonces del pan y beba del cáliz. Pues quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propio castigo” (1 Co 11,27-29). Quien tiene conciencia de estar en pecado grave debe recibir el sacramento de la Reconciliación antes de acercarse a comulgar.
Ante la grandeza de este sacramento, sólo podemos repetir humildemente y con fe ardiente las palabras del Centurión: “Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme”. (Mt 8,8).
En la Liturgia Bizantina de san Juan Crisóstomo, los fieles oran con el mismo espíritu: “A tomar parte en tu cena sacramental invítame hoy, Hijo de Dios: no revelaré a tus enemigos el misterio, no te daré el beso de Judas; antes como el ladrón te reconozco y te suplico:
¡Acuérdate de mi, Señor, ¡en tu reino!”
“El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida”. Jesús liga la fe en la resurrección a la fe en su propia persona. Es el mismo Jesús el que resucitará en el último día a quienes hayan creído en El y hayan comido su cuerpo y bebido su sangre.
“El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mi y yo en él”. Desde el comienzo, Jesús asoció a sus discípulos a su vida; les reveló el Misterio del Reino; les dio parte en su misión, en su alegría y en sus sufrimientos. Jesús habla de una comunión todavía más íntima entre El y los que le sigan, anuncia una comunión misteriosa y real entre su propio cuerpo y el nuestro.
La comunión eucarística acrecienta nuestra unión con Cristo. Recibir la Eucaristía en la comunión da como fruto principal la unión íntima con Cristo Jesús.
“Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí”. La vida en Cristo encuentra su fundamento en el banquete eucarístico. Lo que el alimento material produce en nuestra vida corporal, la comunión lo realiza de manera admirable en nuestra vida espiritual. La comunión con la Carne de Cristo resucitado conserva, acrecienta y renueva la vida de gracia recibida en el Bautismo.
La comunión nos separa del pecado. El Cuerpo de Cristo que recibimos en la comunión es “entregado por nosotros”, y la Sangre que bebemos es “derramada por muchos para el perdón de los pecados”. Por eso la Eucaristía, por la misma caridad que enciende en nosotros, nos une a Cristo, nos purifica al mismo tiempo de los pecados veniales cometidos y nos preserva de futuros pecados mortales.
Los que recibimos la Eucaristía nos unimos más estrechamente a Cristo. Por ello mismo, Cristo nos une a todos los fieles en un solo cuerpo: la Iglesia. La comunión renueva, fortifica, profundiza esta incorporación a la Iglesia realizada ya por el Bautismo.
La Eucaristía entraña un compromiso en favor de los pobres: Para recibir en la verdad el Cuerpo y la Sangre de Cristo entregados por nosotros debemos reconocer a Cristo en los más pobres, sus hermanos.
En una antigua oración, la Iglesia aclama el misterio de la Eucaristía:
“¡Oh sagrado banquete, en que Cristo es nuestra comida; se celebra el memorial de su pasión; el alma se llena de gracia, ¡y se nos da la prenda de la gloria futura!”.
Si la Eucaristía es el memorial de la Pascua del Señor y si por nuestra comunión en el altar somos colmados “de gracia y bendición”, la Eucaristía es también la anticipación de la gloria celestial.