Comentario del Evangelio

Primer Domingo de Adviento, San Marcos 13,33-37

En este primero Domingo de Adviento, Monseñor Rafael Escudero López-Brea, Obispo de la Prelatura de Moyobamba, presidirá la Celebración Eucarística en la Catedral de Moyobamba.

Jesús en el Evangelio de este primer domingo de Adviento nos habla sobre los últimos acontecimientos y el desenlace final de la vida humana y nos hace una llamada a la vigilancia activa en la espera del Señor. El Evangelio centra nuestra atención en la última venida de Cristo. Jesús siempre se negó a dar la fecha de su segunda y última venida. La consecuencia es la insistencia en la llamada universal vigilancia, pues el Señor puede venir inesperadamente y encontrarnos dormidos.

“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: estén despiertos y vigilantes; pues no saben ustedes cuándo llegará el momento”.

Tan ignorado es el día del fin de los tiempos, que vendrá de improviso, como la vuelta inesperada de un viaje del dueño de la casa. Para hacer más gráfica la descripción de lo repentino de la llegada de aquella hora Jesús propone unos ejemplos sacados de la vida ordinaria:

“Es igual que un hombre que se fue de viaje y dejo su casa, y dio a cada uno de sus criados su tarea, encargando al portero que vigilara”.  

Esperar no es solamente estar atentos a su venida, sino que exige cumplir con la tarea que cada uno tenemos encomendada, nuestra propia vida; de ahí la importancia de trabajar esa vida, con la gracia de Dios, para que no sea estéril. Y, sobre todo, para que sea cristiana.

Si el advenimiento del Hijo del Hombre ha de ser rápido e imprevisto, la consecuencia es natural:

Estén atentos, pues no saben cuándo vendrá el dueño de la casa, si al atardecer, o a media noche, o al canto del gallo, o al amanecer, no sea que venga inesperadamente y los encuentre dormidos”.

No quiere el Señor que sus discípulos sepamos el tiempo ni la hora del advenimiento para que estén siempre nuestros ánimos atentos, esperándole.

Jesús reclama la atención de sus discípulos: Un criado que sabe ha de venir el dueño de la casa, no duerme, sino que se hace todo ojos y oídos para advertir su llegada. Como él debemos estar en vela los discípulos de Cristo, porque el Hijo del Hombre vendrá inesperadamente. Hemos de cuidar que la satisfacción por el presente no mate la esperanza del futuro. Hemos de evitar descuidar lo verdaderamente importante por atender lo inmediato.

Comenta San Gregorio: “Está en vela quien tiene los ojos abiertos para ver toda luz verdadera que ante ellos brille; está en vela quien practica aquello que cree; está en vela quien ahuyenta de sí las tinieblas de la pereza y de la negligencia”.

Añade San Agustín: “Y esta palabra la dijo Jesús no sólo para los discípulos a quienes hablaba, sino para cuantos nos precedieron, y para nosotros mismos, y para cuantos vivirán después de nosotros hasta el día de su ad­venimiento final, que será el día de todos… Pues tales seremos juzgados el último día del mundo cuales salgamos de esta vida el día último de la nuestra. Por esto debe estar en vela todo cristiano, para que no lo halle mal dispuesto el día del advenimiento del Señor; sin preparación hallará aquel día a quien sin preparación cogió su último día”.

“Lo que les digo a ustedes se lo digo a todos: ¡estén vigilantes!”.

Como consecuencia de ello, inculca otra vez el Señor la idea de la vigilancia: A los obstáculos de la vigilancia que son la sensualidad, la pereza y la disipación, se contrapone el espíritu y la práctica de la oración perseverante y la austeridad de vida. De esta suerte se evitarán los males de aquel último día, que fatalmente deben venir, el juicio adverso y la condenación.

Dice San Juan Crisóstomo: “A la hora que menos pensemos vendrá el Hijo del hombre. Vendrá la muerte, en la que nadie piensa, porque hasta los que piensan morir, o no piensan en el advenimiento de quien les ha de juzgar, o piensan que aún tienen tiempo de más vivir. Y el día del Señor es inexorable; nos cogerá cuales seamos y como estemos: vigilantes y llenos de buenas obras en el Señor, o descuidados y con nuestra alma en posesión del infernal ladrón, para quien el último día del pecador es el día del dominio definitivo y eterno sobre él mismo”.

Podríamos malograr esa venida, esa cita imprevista, esa visita sorpresa con nuestras seguridades engañosas. Jesús vendrá al final de los tiempos en el esplendor de su gloria. Jesús vendrá a la hora de nuestra muerte en aquel momento solemne y definitivo. Pero Jesús viene cada día, lo podemos descubrir si estamos en vela; viene ahora a nuestro encuentro en cada hombre y en cada acontecimiento para que lo recibamos por la fe. ¡Bienaventurados los creyentes!

Recemos con la oración para encender la primera vela de la corona de Adviento: “Encendemos, Señor, esta luz como aquél que enciende su lámpara para salir, en la noche, al encuentro del amigo que ya viene.  En esta primera semana del Adviento queremos levantarnos para esperarte preparados, para recibirte con alegría. Muchas sombras nos envuelven. Muchos halagos nos adormecen. Queremos estar despiertos y vigilantes, porque Tú nos traes la luz más clara, la paz más profunda y la alegría más verdadera. ¡Ven, Señor, Jesús!”