Comentario del Domingo XV del Tiempo Ordinario | Marcos 6, 7-13
En este Domingo XV del Tiempo Ordinario, Monseñor Rafael Escudero López-Brea, Obispo de la Prelatura de Moyobamba, presidirá la Celebración Eucarística en la Catedral de Moyobamba.
En el Evangelio de este domingo, Jesús toma la iniciativa de enviar a los doce Apóstoles en misión. “Entonces llamó a los Doce y los envió de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus impuros”.
La palabra «apóstoles» significa justamente «enviados, mandados». Su vocación se realizará plenamente luego de la resurrección de Cristo, con el don del Espíritu Santo en Pentecostés. Sin embargo, es muy importante que desde el principio Jesús quiera hacer partícipes a los Doce en su acción: es una especie de «aprendizaje» con vistas a la gran responsabilidad que les espera.
El hecho que Jesús llame algunos discípulos a colaborar directamente en su misión, manifiesta un aspecto de su amor: El no desdeña la ayuda que otros hombres puedan aportar a su obra; conoce sus limitaciones, sus debilidades, pero no las desprecia, es más, les confiere la dignidad de ser sus enviados.
Jesús los manda de dos en dos y les da instrucciones, que el evangelista resume en pocas frases. La primera se refiere al espíritu de desapego: “Y les ordenó que no llevaran para el camino más que un
bastón, ni pan, ni alforja, ni dinero; que fueran calzados con sandalias, y que no tuvieran dos túnicas”. Los apóstoles no deben ser apegados el dinero y a las comodidades.
Luego Jesús advierte a los discípulos que no siempre recibirán una acogida favorable: Les dijo: “Permanezcan en la casa donde les den alojamiento hasta el momento de partir. Si no los reciben en un lugar y la gente no los escucha, al salir de allí, sacudan hasta el polvo de sus pies, en testimonio contra ellos”. A veces serán rechazados; más aun, podrán ser también perseguidos. Pero esto no los debe
impresionar: ellos deben hablar a nombre de Jesús y predicar el Reino de Dios, sin preocuparse por tener éxito. El éxito se lo dejan a Dios.
Jesús advierte a los Doce que podrá suceder que en alguna localidad sean rechazados. En ese caso deberán irse a otro lugar, luego de haber cumplido ante la gente el gesto de sacudir hasta el polvo de sus pies, señal que expresa el desapego en dos sentidos: desapego moral – como decir: el anuncio les ha sido dado, ustedes lo han rechazado – y despego material – no hemos querido y no queremos nada para nosotros.
La otra indicación muy importante del pasaje evangélico es que los Doce no pueden contentarse con predicar la conversión: “Entonces fueron a predicar, exhortando a la conversión; expulsaron a muchos
demonios y curaron a numerosos enfermos, ungiéndolos con óleo”.
A la predicación se debe acompañar, según las instrucciones y el ejemplo dados por Jesús, la curación de los enfermos. Curación corporal y espiritual. Habla de la curación concreta de las enfermedades. Habla de echar los demonios, esto es, purificar la mente humana, limpiar, limpiar los ojos del alma oscurecidos por la
ideología y por esto no pueden ver a Dios. No pueden ver la verdad y la justicia. Esta doble curación es siempre mandada a los discípulos por Cristo. La misión apostólica tiene siempre que comprender los dos
aspectos de predicación de la palabra de Dios y de manifestación de su bondad con gestos de caridad, de servicio y de dedicación.
Es precisamente lo que ha hecho Jesús con sus discípulos: los ha instruido, los ha preparado, los ha formado también mediante la «práctica» misionera, para que fueran capaces de asumir la responsabilidad apostólica en la Iglesia.
¡Es bello y entusiasmante ver que, después de dos mil años, aún llevamos adelante este empeño formativo de Cristo! En la comunidad cristiana éste es siempre el primer servicio que los responsables ofrecen: a partir de los padres, que en la familia cumplen la misión educativa hacia los hijos; pensemos en los párrocos, que son responsables de la formación en la comunidad, y en todos los sacerdotes, en los diversos ámbitos de trabajo: todos viven una prioritaria dimensión educativa; y en los fieles laicos que están implicados en el servicio formativo con los jóvenes o con los adultos, como responsables en los movimientos eclesiales, o empeñados en ambientes civiles y sociales, siempre con una fuerte atención a la
formación de las personas.
El Señor llama a todos, distribuyendo diversos dones para diversas tareas en la Iglesia. Llama al sacerdocio y a la vida consagrada, y llama al matrimonio y al empeño como laicos en la Iglesia misma y en la sociedad. Es importante que la riqueza de los dones encuentre plena acogida, especialmente por parte de los jóvenes; que se sienta la alegría de responder a Dios con todo el ser, donándola en el camino del sacerdocio y de la vida consagrada o en el camino del matrimonio, dos caminos complementarios que se iluminan, se enriquecen recíprocamente y juntos enriquecen la comunidad.