Comentario del Evangelio

Comentario del Domingo XVII del Tiempo Ordinario | Juan 6, 1-15

En este Domingo XVII del Tiempo Ordinario, Monseñor Rafael Escudero López-Brea, Obispo de la Prelatura de Moyobamba, presidirá la Celebración Eucarística en la Catedral de Moyobamba.

“En aquel tiempo, Jesús se fue a la otra orilla del mar de Galilea. Lo seguía mucha gente, porque habían visto los signos que hacía con los enfermos”.

Impresiona realmente ver a Jesús permanentemente asediado, agobiado, acosado por las multitudes. Las muchedumbres le seguían, todos andaban buscándole, venían a él de todas partes. Para muchos, Jesús era el profeta que esperaban. En algunos casos llegaban a la fe. Pero era la de las multitudes una fe muy vacilante, porque buscaban mucho más los milagros que la doctrina que Jesús les predicaba. E, incluso más que por los milagros o por el aspecto espiritual de éstos, por los beneficios materiales que de ellos se derivaban. “Jesús entonces levantó lo ojos, y al ver que acudía mucha gente, dice a Felipe: ¿Dónde compraremos panes para dar de comer a toda esta gente?”

“Lo decía para ponerlo a prueba, pues bien sabía él lo que iba a hacer”.

El milagro de la multiplicación de los panes para alimentar la multitud, prefiguran la sobreabundancia de este único pan de su Eucaristía.

“Felipe le contestó: Doscientos denarios no bastan para que a cada uno le toque un pedazo de pan”. El
apóstol Felipe se pone a hacer cuentas de cuánto dinero se gastaría en conseguir pan para tanto gentío.
Pero a Dios no hay que hacerle cuentas. El no necesita de nuestros datos. No andemos diciéndole cuánto
necesitaremos para nuestra vejez o para el año entrante. El ya hizo sus cuentas y no necesita de las nuestras, sino de que lo amemos con todo el corazón, tengamos interés en escuchar sus enseñanzas y
confiemos en su inmenso poder y en su generosa misericordia para ayudarnos.

“Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dice: Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces; pero, ¿qué es eso para tantos?”

Solo tenía cinco panes y dos peces…
qué poca cosa para alimentar a tanta gente. Es poco lo que tiene, pero es posible que, si el muchacho no
hubiera puesto todo lo poco que tenía en aquel momento, es posible que sin su generosidad, no se hubiese
producido el milagro. Al Señor le encanta que el hombre colabore en sus grandes empresas con lo poco que es y lo poco que tiene, con algo que objetivamente nos parece inútil, pero sin lo cual no se produce el
milagro. El Señor construye el milagro sobre nuestras nadas. La oferta del Apóstol Andrés es humanamente insuficiente para solucionar este problema, pero, como está basada en la generosidad, para
Jesús es más que suficiente para que actúe con su poder divino. ¡A Dios nadie le gana en generosidad!
¡Feliz el muchacho que puso al servicio de Jesús generosamente lo poco que tenía, porque lo recibieron
multiplicado¡

Señor, qué pocos y que pobres son los medios que puedo ofrecerte para hacer bien a los demás. Pero lo
poco que soy y lo poco que puedo lo quiero colocar en tus manos omnipotentes, con la seguridad que tu
bondad hará maravillas con estos pobres medios.

“Jesús dijo: Digan a la gente que se siente”. Para el milagro hace falta otra condición: una actitud de fe
y obediencia. Jesús necesita corazones abiertos a su acción divina.

“Había mucha hierba en aquel sitio. Se sentaron; sólo los hombres eran unos cinco mil”. Al sentarse
los cinco mil hombres hicieron un hermoso acto de fe común, aceptan la locura de obedecer a quien
aparece como más pobre que ellos. Es verdad que sus corazones ya estaban calientes y bien preparados
por la Palabra que habían escuchado anteriormente.

Jesús ahora actúa como el padre de familia, como el gran dueño de la casa que prepara un banquete para
sus invitados. “Jesús tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió a los que estaban sentados;
hizo lo mismo con el pescado y les dio todo lo que quisieron”.
A Cristo le preocupa el pan de la tierra. Sabe que dar de comer al hambriento era también una obligación para Él y para nosotros, sus discípulos.

Así lo han entendido los santos. San Gregorio Nacianceno decía: “La beneficencia es de precepto, no de
consejo. Avergüéncense los que retienen las cosas ajenas. Imiten la equidad de Dios y de esta manera
conseguiremos que ninguno sea pobre”. San Juan de Ávila escribía: “Pues Dios nos ha dado su Carne y
su Sangre ¿qué mucho harán ustedes en dar su hacienda?”

Jesús dio gracias a Dios antes de multiplicar los panes. Jesús nos enseña a ser agradecidos con Dios.
¿Damos las debidas gracias al Creador por el pan de cada día?

Jesús une predicación y alimento, el milagro es parte de su anuncio del Reino de Dios. Su palabra se hizo
pan de la tierra, pero nos recuerda que hay otro pan más alto que cualquier mensaje espiritual, el Pan del
Cielo, el Pan de Dios que da la vida eterna al mundo. Y este pan es una Persona, Él mismo, el Hijo de
Dios vivo.

Multiplicar los panes y los peces fue una gran maravilla, pero es más, es el anuncio de una grandísima
verdad: Dios nos ama tanto que está dispuesto hasta dejarse comer por nosotros, a hacerse alimento
ordinario para nosotros. El milagro de la multiplicación de los panes prefigura la sobreabundancia del
único pan de su Eucaristía, en él Jesús nos da un avance de la institución de este sacramento, aquel pan
multiplicado es figura del verdadero alimento.

Es un milagro que simboliza más de lo que dice, que nos lleva a otra realidad más alta. Las palabras que
pronuncia Jesús para bendecir y el gesto de partir el pan son las mismas palabras y gestos de la Última
Cena que producirían la transubstanciación del pan en el Cuerpo del Señor. Jesús aquella noche ante todo,
realizó un gesto: partió el pan. El significado de aquel gesto tenía un significado sacrificial que se consumaba entre Jesús y el Padre; gesto que indicaba inmolación. El pan es el propio Jesús; al partir el
pan, se partía a sí mismo, por nuestras culpas; obedece hasta la muerte para reafirmar los derechos de
Dios violados por el pecado; para proclamar que Dios es Dios.

Gracias a la Eucaristía, ya no existen vidas inútiles en el mundo; nadie debería decir: “¿De qué sirve mi
vida? ¿Para qué estoy en el mundo?”. Estás en el mundo para el fin más sublime que existe: para ser un
sacrificio vivo, una eucaristía con Jesús.

«El pan que hemos de buscar es que la Virgen María parió en Betlem. ‘Venid que yo os tengo a Dios
humanado; ya os lo traigo hecho hombre blando. Venid que no lo quiero para mi sola, sino para todos’.
Como un ama, cuando un niño no puede comer el pan, se lo moja en leche, para que esté blando y lo
pueda comer, así la Virgen recibió a Dios puro y dánoslo humanado para que, pues antes era pan duro,
Dios justiciero, lo recibamos blando, Dios humanado. De manera que, pues la Virgen tiene el pan, no
nos moriremos de hambre»
(san Juan de Ávila).

“Cuando se saciaron, dice a sus discípulos: Recojan los pedazos que han sobrado; que nada se desperdicie”.

Jesús manda recoger el pan que ha sobrado. No quiere que se desperdicie nada. El alimento es un precioso regalo del cielo y no tenemos ningún derecho a desperdiciarlo. ¿Han aprendido los niños
en tu casa a no desperdiciar jamás la comida? Hay que instruirlos frecuentemente acerca de esta
obligación.

Y, para que apareciera más patente a los ojos de todos el milagro, cada uno de ellos pudo comprobar que
“los recogieron, y llenaron doce canastas con los pedazos que sobraron de los cinco panes de cebada”.

El Señor pide todo lo que tienen y les devuelve doce canastos llenos. A Dios nadie le trabaja gratis. Nunca nadie da algo a Dios sin recibir cien veces más. A algunos de nosotros quizás Dios no nos ha dado más porque no le hemos dado a Él con la debida generosidad.

“La gente entonces, al ver la señal milagrosa que había hecho, decía: Éste sí que es el profeta que tenía que venir al mundo”. Jesús aceptó el título de Mesías al cual tenía derecho, pero no sin reservas porque una parte de sus contemporáneos lo comprendían según una concepción demasiado humana, esencialmente política. Jesús rehuyó siempre las tentativas populares de hacerle rey. Por eso, “Jesús entonces, sabiendo que iban a llevárselo para proclamarlo rey, se retiró otra vez a la montaña, él solo”. Jesús se retira con frecuencia a un lugar apartado, en la soledad, en la montaña, con preferencia durante la
noche, para orar.