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Evangelio de hoy 07 ene. 2020 (San Marcos 6, 34-44)

Al desembarcar, Jesús vio una gran muchedumbre y se compadeció de ella, porque eran como ovejas sin pastor, y estuvo enseñándoles largo rato. Como se había hecho tarde, sus discípulos se acercaron y le dijeron: “Este es un lugar desierto, y ya es muy tarde. Despide a la gente, para que vaya a las poblaciones cercanas a comprar algo para comer”.
El respondió: “Denles de comer ustedes mismos”. Ellos le dijeron: “Habría que comprar pan por valor de doscientos denarios para dar de comer a todos”. Jesús preguntó: “¿Cuántos panes tienen ustedes? Vayan a ver”. Después de averiguarlo, dijeron: “Cinco panes y dos pescados”.
El les ordenó que hicieran sentar a todos en grupos, sobre la hierba verde, y la gente se sentó en grupos de cien y de cincuenta.
Entonces él tomó los cinco panes y los dos pescados, y levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y los fue entregando a sus discípulos para que los distribuyeran. También repartió los dos pescados entre la gente. Todos comieron hasta saciarse, y se recogieron doce canastas llenas de sobras de pan y de restos de pescado. Los que comieron eran cinco mil hombres.

“Tomó luego pan, y, después de la acción de gracias, lo partió y se lo dio diciendo: Éste es mi cuerpo que es entregado por ustedes.” (Lc 22,19)

Cristo, para atraernos hacia él, para que le amaramos más y más, se nos ha dado como alimento. ¡Vayamos, pues, a él, con todo amor y fervor!. Los magos adoraron a este cuerpo cuando descansaba en un pesebre. Ellos, al ver a Cristo, niño en un pesebre bajo un pobre techo, aún no viendo nada de lo que veis vosotros, se acercaron con un gran respeto. Nosotros ahora no lo vemos en un pesebre sino sobre el altar. Ya no vemos a una mujer llevándolo en brazos sino a un sacerdote que lo ofrece, y el Espíritu de Dios, con toda su generosidad, el Espíritu Santo aleteando sobre las ofrendas. No sólo vemos al mismo cuerpo que veían los magos sino, además, conocemos su poder y su sabiduría y no ignoramos nada de lo que realizó. Despertémonos, pues, y despertemos en nosotros el temor de Dios. Mostremos más devoción que estos extranjeros y no avancemos hacia el altar de cualquier manera.

Esta mesa reconforta nuestras almas, recoge nuestros pensamientos, sostiene nuestras seguridades, es nuestra esperanza, nuestra salvación, nuestra luz, nuestra vida. Si salimos de este mundo después de este sacrificio, entraremos con seguridad en las regiones sagradas como si fuéramos protegidos por todas partes por una armadura de oro. ¿Pero, porqué hablar de futuro? Ya en este mundo, el sacramento transforma la tierra en cielo. ¡Abrid, pues, las puertas del cielo y veréis lo que quiero decir! Lo más precioso en el cielo, se los mostraré en la tierra. Lo que les mostraré no son los ángeles, ni los arcángeles, ni los cielos de los cielos sino a aquel que es nuestro maestro. Así verán, de alguna manera, en la tierra lo que hay de más precioso en el cielo. Y no sólo lo verán, sino lo tocarán, lo comerán. ¡Purifiquen su alma, preparen su espíritu a recibir estos misterios!

FUENTE: evangeliodeldia.org