Comentario del Evangelio

Domingo VI del Tiempo Ordinario, San Marcos 1,40-45

En este VI Domingo del Tiempo Ordinario, Monseñor Rafael Escudero López-Brea, Obispo de la Prelatura de Moyobamba, presidirá la Celebración Eucarística en la Catedral de Moyobamba.

 

El milagro de la curación del leproso es uno de los más famosos obrados por Jesús en esta evangelización de Galilea. La lepra era un mal terrible, que se atribuía a un especial castigo de Dios, el enfermo quedaba excluido de la comunidad religiosa y de la sociedad. Así el leproso sufría doblemente, su cuerpo se deshacía poco a poco y era repudiado por los demás. Por eso en la realización de este milagro aparece una particular prueba de la misericordia entrañable y del poder divino de Jesús.

“En aquel tiempo, se acercó a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas”.

La enfermedad y el sufrimiento se han contado siempre entre los problemas más graves que aquejan la vida humana. En la enfermedad, el hombre experimenta su impotencia, sus límites y su finitud. Toda enfermedad puede hacernos entrever la muerte. La enfermedad puede conducir a la angustia, al repliegue sobre sí mismo, a veces incluso a la desesperación y a la rebelión contra Dios. Puede también hacer a la persona más madura, ayudarla a discernir en su vida lo que no es esencial para volverse hacia lo que lo es. Con mucha frecuencia, la enfermedad empuja a una búsqueda de Dios, un retorno a Él” (Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 1501 y 1502).

La miseria de su estado tiene abatido al leproso, pero en él brilla también la esperanza de la sanación que le dará Jesús. Se presenta ante el Salvador suplicándole le quite el mal que le afrenta. Para dar más eficacia a su oración dobla sus rodillas ante Él. En esta humilde actitud profiere una bellísima, breve y respetuosa plegaria, llena de fe en la omnipotencia de Jesús.

El hombre creyente vive la enfermedad de cara a Dios. Ante Dios se lamenta por su enfermedad y de Él, que es el Señor de la vida y de la muerte, implora la curación. La enfermedad se convierte en camino de conversión. El hombre de fe experimenta que la enfermedad, de una manera misteriosa, se vincula al pecado y al mal; y que la fidelidad a Dios, devuelve la vida. El hombre de fe ve que el sufrimiento puede tener también un sentido redentor por los pecados propios y de los demás.

Jesús escucha la oración de fe expresada en las palabras del leproso: “Si quieres, puedes limpiarme”. La humilde oración llega al Corazón de Cristo, que se siente conmovido ante la miseria física que tiene delante y ante la belleza de un alma que sabe orar de esa manera.

Comenta san Juan Crisóstomo: “La oración del leproso es perfecta; tiene las dos condiciones, fe profunda y confesión humilde de la necesidad. La fe la manifiesta en la adoración a Jesús; la confesión, en la súplica. Pero como se trataba de un bien material, como es la salud del cuerpo; por ello dice “si quieres”, dejando a su voluntad la curación. Son las dos condiciones de nuestra oración, cuando se trata de pedirle a Dios bienes terrenos: “Señor, eres todopoderoso; mi miseria es profunda; pero ignoro en estos momentos si me conviene salir de ella; si te agrada, socórreme”.

“Jesús sintió compasión, extendió la mano y lo tocó, diciendo: «Quiero: queda limpio»”.

La compasión del Corazón de Jesús siempre responde a la plegaria del que le suplica con fe y se traduce en un gesto lleno de cariño y suavidad, en una caricia. Al gesto sigue una palabra de mandato sobre la enfermedad que desaparece al instante.

La compasión de Cristo hacia el leproso y su curación es un signo maravilloso de que Dios ha visitado a su pueblo y de que el Reino de Dios está muy cerca. Jesús tiene poder para curar, porque es Dios: vino a curar al hombre entero, alma y cuerpo; es el médico que los enfermos necesitan.

Conmovido por tantos sufrimientos, Cristo no sólo toca y se deja tocar por el leproso, sino que hace suyas sus miserias. Jesús durante su vida mortal no curó a todos los enfermos. La curación de la lepra anuncia una curación más radical: la victoria sobre el pecado y la muerte.

Nuestro Dios no es insensible a nuestro dolor, ni se manifiesta lejano a nosotros. Se enternece, se emociona…

En el leproso del evangelio de hoy podemos ver también una figura de Cristo crucificado que tomó sobre sí todo el peso del mal y quitó el pecado del mundo, del que la enfermedad es una consecuencia. Por su pasión y su muerte en la Cruz, Cristo dio un sentido nuevo al sufrimiento: desde entonces éste nos configura con Él y nos une a su pasión redentora.

“La lepra se le quitó inmediatamente, y quedó limpio”.

Las curaciones que realiza Jesús son algo que él hace directamente, actuando en nombre propio, con su poder divino. Así lo entiende el mismo leproso,  quien ve el prodigio de su sanación completa e instantánea.

¡Eres bueno, Señor, líbranos de nuestra lepra!

“Él lo despidió, encargándole severamente: «No se lo digas a nadie; pero, para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés»”.

Jesús no vino a abolir la Ley, sino a completarla, por eso quiere que el leproso cumpla con la prescripción legal, para que sea declarado limpio y pueda reintegrarse en la comunidad.

Dice san Juan Crisóstomo: “Con esto nos enseña el Señor a no buscar honores y alabanzas por nuestras obras, aunque ellas sean buenas. Porque tal es la miseria humana, que un poco de bien que hacemos queremos que sea publicado a los cuatro vientos, si es posible agrandándolo; y en cambio, el mal que hacemos lo disimulamos, lo negamos o lo disminuimos, si no es que lo achacamos a otros… tratando de legitimar las mismas acciones malas”.

“Pero él salió y se puso a pregonarlo y a divulgar el hecho…”.

No cumplió el leproso el mandato de Jesús. Feliz como estaba era imposible para él retener en su corazón la alegría por su curación y el agradecimiento a Jesús por su amor para con él.

Seamos pregoneros de la alegría de seguir a Jesús. Proclamemos con gozo todo lo que Él hace con nosotros. Anunciemos a todo el mundo que vale la pena vivir con Cristo y para Cristo. El mundo necesita de nuestra alegría cristiana para tener esperanza.

Impresiona realmente ver a Jesús permanentemente asediado por las multitudes: “De modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba afuera, en descampado; y aun así acudían a él de todas partes”. Y esta multitud reacciona con entusiasmo, temor, maravilla y acción de gracias a Dios.