BlogComentario del Evangelio

Domingo VI de Pascua | Juan 14,15-21

En este Sexto Domingo de Pascua, Monseñor Rafael Escudero López-Brea, Obispo de la Prelatura de Moyobamba, presidirá la Celebración Eucarística en la Catedral de Moyobamba.

El Evangelio de este domingo es una palabra llena de consuelo, pues en él nos ofrece Jesús la perspectiva de la gloria futura, en compañía de Él y del Padre. El cielo es nuestra meta, el camino para llegar a él es Cristo.

“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: Si ustedes me aman, cumplirán mis mandamientos.”

Estamos en tiempo de Pascua y es un tiempo para recordar todo lo que nos ha dicho Jesús a los largo de su vida. Así lo fue para los Apóstoles, en el primer siglo, como lo es ahora para nosotros. Jesús ha consolado a sus Apóstoles con la promesa magnífica del cielo, desde donde vendrá a buscarlos, después de haberles dispuesto el sitio. Pero, entretanto, los discípulos no pueden ir a donde va Jesús, deberán permanecer en el mundo hasta que él venga otra vez. Para este espacio de tiempo intermedio, les hace dos espléndidas promesas: la venida del Espíritu Santo y su asistencia perpetua.

Jesús quiere que los Apóstoles le den pruebas de amor observando fielmente sus mandamientos: “Si ustedes me aman, guardarán mis mandamientos” . ¿Cuáles son estos mandamientos de Jesús? Amar a los demás como Jesús nos ha amado. Porque no nos sirve de nada decir que somos seguidores de Jesús, o que amamos profundamente a Jesús si no guardamos su voluntad y seguir su ejemplo, ]En este caso, “guardar los mandamientos” quiere decir que todo lo que nos ha dicho Jesús es para ser practicado y para ser vivido en nuestra vida. Para los que o hagan así, la promesa de Jesús es la vida.

Esta observancia de lo0s mandamientos es condición preparatoria al nuevo beneficio que para su consuelo va concederles: el envío del Espíritu Santo: “Yo le pediré al Padre que les dé otro Paráclito”. Aquí aparece el Paráclito enviado por el Padre que es la fuente única y total de la vida divina.

El Espíritu Santo se nos revela en Cristo y por Cristo. Quien ve a Jesús Hijo de Dios, ve al Espíritu Santo, descubre en él su secreto. Se nos manifiesta en Cristo.

Ruega Jesús como hombre, aunque como Dios Él mismo envía el Espíritu Santo junto con el Padre. En méritos de esta oración, el Padre enviará otro Consolador, el otro Paráclito, ad-vocaus, abogado defensor, que les asista y consuele. Jesús ha sido el primer abogado de sus discípulos, que vino para defendernos del acusador por antonomasia, que es satanás,; ahora les promete un Consolador distinto de sí mismo, Dios como él, pero persona distinta de él, para que

que esté siempre con ustedes”.

Describe luego Jesús la naturaleza de este Defensor: es “el Espíritu de la verdad”, porque es autor y maestro de toda verdad, que procede de la Verdad y la verdad dice.

 

“El mundo no puede recibirlo, porque no lo ve ni lo conoce”

Los seguidores del mundo, opuestos al reino de Cristo, que aman más las tinieblas que la luz, porque son secuaces del terror y de la mentira, no pueden recibir este Espíritu divino, mientras no renuncien al espíritu de maldad y de mentira. “Ustedes, en cambio, lo conocen, porque vive con ustedes y está con ustedes”.

Jesús ahora trata a sus Apóstoles como un padre “No los dejaré huérfanos”. a nosotros no nos faltado la paternidad dulcísima de nuestro Señor Jesucristo, quien en la vida de cada uno de nosotros y en la historia de la iglesia, se muestra como verdadero padre. Padre que, aun después de irse al cielo, quiso estar en nuestra compañía por la Santísima Eucaristía, para recibir nuestras oraciones, para darnos sus gracias, para reconciliarnos con

Jesús ahora trata a sus Apóstoles como un padre “No los dejaré huérfanos”. a nosotros no nos faltado la paternidad dulcísima de nuestro Señor Jesucristo, quien en la vida de cada uno de nosotros y en la historia de la iglesia, se muestra como verdadero padre. Padre que, aun después de irse al cielo, quiso estar en nuestra compañía por la Santísima Eucaristía, para recibir nuestras oraciones, para darnos sus gracias, para reconciliarnos con Dios, para alimentarnos con carne y sangre de Dios. Padre que nos ha dejado una jerarquía en la que ha vaciado todos los oficios de la paternidad, desde el Papa, su Vicario en la tierra, hasta el último sacerdote que administra los ricos dones de su paternidad. Padre y Señor de gran poder, que sostiene la iglesia, casa de sus hijos, a través de todas las vicisitudes de todos los siglos. Padre que nos dejó un Madre, la suya propia, dulce y poderosa, que trabaja con él en esta gran obra, que es hacernos Hijos de Dios , hijos adoptivos, como El es hijo natural.

“Volveré”. Volverá por la resurrección; volverá especialmente en el último adviento, sea particular, en la muerte de cada uno; sea general, el día del juicio; hasta durante su ausencia estará con nosotros en forma visible hasta el fin del mundo.

Pero su presencia visible en carne mortal se acabará pronto: “Dentro de poco el mundo no me verá, pero ustedes me verán y vivirán porque yo sigo viviendo”. Cuando vuelva, el mundo, que no me ve más que las cosas sensibles, ya no le verá, De hecho, Jesús, después de su resurrección no se manifestó sino solo a los suyos. El mundo no lo ve por lo fe, porque el espíritu del mundo es de tinieblas. Los discípulos sí le ven con los ojos de la fe aun después de su ascensión. Nosotros también lo “vemos”, porque Él está vivo y nos comunica la vida, en el tiempo y en la eternidad. La resurrección de Cristo es de prenda, anticipo, de la futura resurrección de todos nosotros y de la vida gloriosa de todos nosotros. Ha resucitado la cabeza; resucitarán los miembros. Esta verdad de nuestra fe, debe llenarnos de aliento en las tribulaciones y en la pérdida de los seres queridos.

Cuando vean los discípulos a Jesús según esta visión de que les ha hablado, en su cuerpo resucitado, y después por la fe, le conocerán de una manera más perfecta que ahora. Después de la resurrección, y especialmente después que hayan recibido el Espíritu Santo los discípulos “sabrán que yo estoy con mi Padre, y ustedes conmigo y yo con ustedes”. estamos injertados en él por la gracia santificante y recibiendo del Señor continuo y vital influjo. El Señor habita en nosotros por su divinidad, y forma un cuerpo místico con nosotros, del cual él es la Cabeza.

Jesús extiende a todos los fieles lo que ha dicho a los Apóstoles, y al mismo tiempo señala una condición para las manifestaciones íntimas de que acaba de hablar: la observancia de sus mandamientos, que es la gran prueba del amor: “El que acepta mis mandamientos y los guarda, ése me ama” De aquí vienen dos grandes bienes: el amor del Padre y del Hijo, y las especiales manifestaciones del mismo en el orden espiritual. “Al que me ama lo amará mi Padre, y yo también lo amaré y me revelaré a él”.