BlogComentario del Evangelio

Domingo IV del Tiempo Ordinario, San Marcos 1,21-28

En este IV Domingo del Tiempo Ordinario, Monseñor Rafael Escudero López-Brea, Obispo de la Prelatura de Moyobamba, presidirá la Celebración Eucarística en la Catedral de Moyobamba.

Jesús entra en acción. Lo contemplamos en el evangelio de este domingo enseñando y liberando del dominio del demonio.

“En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos entraron en Cafarnaúm, y cuando el sábado siguiente fue a la sinagoga a enseñar se quedaron asombrados de su doctrina, porque no enseñaba como los escribas, sino con autoridad”.

El Evangelio relata una de las ocasiones en que Jesús actúa en el día sábado. Pero Jesús nunca falta a la santidad de este día, sino que con autoridad da la interpretación auténtica de esta ley: “El sábado ha sido instituido para el hombre y no el hombre para el sábado” (Mc 2, 27). Con compasión, Cristo proclama que es lícito en sábado hacer el bien en vez del mal, salvar una vida en vez de destruirla. El sábado es el día del Señor de las misericordias y del honor de Dios. “El Hijo del hombre es Señor del sábado” (Mc 2, 28).

San Agustín decía: “Lo importante es guardar el sábado del corazón, porque quien no peca ése es verdaderamente el que guarda el sábado”.

La autoridad de Jesús destaca de un modo singular,  como ningún maestro de la Ley se lo puede permitir. La multitud lo nota y se asombra ante su doctrina y su autoridad.  Con estas expresiones se hace referencia a la postura que adopta Jesús que se sitúa al mismo nivel que Moisés, a la misma altura de Dios. El asombro  de habitantes de Cafarnaúm es el miedo que se siente ante una persona que se atreve a hablar con la autoridad de Dios. De esta manera está a la misma altura de Dios.

Si tengo ocasión de hablar de Cristo a mis hijos o a mis amigos, ¿cómo lo hago? ¿Como uno que sólo sabe y repite fórmulas de fe, o como un testigo que también ama al Señor y lo transmite con amor?

“Estaba precisamente en la sinagoga un hombre que tenía un espíritu inmundo, y se puso a gritar: ¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios”.

Un exorcismo es el primer milagro que hace Jesús en Cafarnaúm, en los inicios de su tarea predicadora. Jesús predica una doctrina nueva y distinta con sus palabras, y la confirma con su autoridad de expulsar a los espíritus inmundos que le obedecen al instante. La expulsión de los demonios es en Jesús un signo de la llegada del Reino. Jesús, al expulsar al demonio, lucha contra Satanás, que siempre será vencido y quedará sometido por el poder de Cristo. Así se demuestra el poder sobrenatural de Señor sobre la fuerzas del mal. Jesucristo es más fuerte que Satanás, porque Cristo es Dios y Satanás una criatura desgraciada y perdida.

Sus obras y sus palabras lo dieron a conocer por el espíritu inmundo como “el Santo de Dios”, como lo más opuesto a él, el demonio sabe cuál es la misión de Jesús, conoce quien es Él: el mismo Dios.

Peor que la posesión diabólica es permanecer en el pecado, porque el que es esclavo del pecado, es siervo de Satanás. El poseído pertenece al demonio en su cuerpo, pero el que está en pecado mortal ha entregado su alma al diablo y se pone libremente bajo el dominio de éste.

“Jesús lo increpó: Cállate y sal de él”.

En su respuesta hay a la vez una mezcla de soberanía y compasión. Una de las características del evangelio de san Marcos, es el así llamado “secreto mesiánico”, es decir, el hecho de que Jesús no quiere que por el momento se sepa, fuera del grupo restringido de sus discípulos, que él es el Cristo, el Hijo de Dios. Por eso, en varias ocasiones, tanto a los Apóstoles como a los enfermos que cura o  a los endemoniados que libera, les advierte de que no revelen a nadie su identidad.

Jesús no sólo expulsa los demonios de las personas, liberándolas de la peor esclavitud, sino que también impide a los demonios mismos que revelen su identidad. E insiste en este “secreto”, porque está en juego el éxito de su misma misión, de la que depende nuestra salvación. Sabe que para liberar a la humanidad del dominio del pecado deberá ser sacrificado en la cruz como verdadero Cordero pascual. El diablo, por su parte, trata de distraerlo para desviarlo, en cambio, hacia la lógica humana de un Mesías poderoso y lleno de éxito. La cruz de Cristo será la ruina del demonio.

 “El espíritu inmundo lo retorció y, dando un grito muy fuerte, salió”.

Ante el nombre y el poder de Jesús tiemblan los poderes del infierno. San Agustín comenta: “Puede ladrar el demonio, pero no puede morder, sino a los que quieren”.

En todos los embates que suframos de parte del espíritu del mal, no olvidemos invocar los nombres de Jesús y María, terribles para el diablo.

“Todos se preguntaban estupefactos: ¿Qué es esto? Es una enseñanza nueva, con autoridad. Hasta a los espíritus inmundos les manda y le obedecen”.

“Cuando la Iglesia pide públicamente y con autoridad, en nombre de Jesucristo, que una persona o un objeto sea protegido contra las asechanzas del Maligno y sustraída a su dominio, se habla de exorcismo. Jesús lo practicó, de Él tiene la Iglesia el poder y el oficio de exorcizar. En forma simple, el exorcismo tiene lugar en la celebración del Bautismo. El exorcismo solemne llamado «el gran exorcismo» sólo puede ser practicado por un sacerdote y con el permiso del obispo. En estos casos es preciso proceder con prudencia, observando estrictamente las reglas establecidas por la Iglesia. El exorcismo intenta expulsar a los demonios o liberar del dominio demoníaco gracias a la autoridad espiritual que Jesús ha confiado a su Iglesia” (Catecismo de la Iglesia Católica, 1673).