Domingo IV de Cuaresma, San Juan 3,14-21
En este IV Domingo de Cuaresma, Monseñor Rafael Escudero López-Brea, Obispo de la Prelatura de Moyobamba, presidirá la Celebración Eucarística en la Catedral de Moyobamba.
La idea central del evangelio de este domingo es que Jesús es realmente el Hijo Único de Dios, pues ha salido de Él y es enviado por Él. Esta conciencia de ser Hijo es lo que proclama. Por decirlo, morirá elevado en la cruz… para nuestra salvación. Nuestra correspondencia a tanto amor ha de ser la de la fe y la entrega en el amor.
“En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo: «Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto…”.
El mandamiento divino implicaba la prohibición de toda representación de Dios por mano del hombre. Quien se revela a Israel es el Dios absolutamente Trascendente. Él lo es todo, pero al mismo tiempo está por encima de todas sus obras. Es la fuente de toda belleza creada. Sin embargo, ya en el Antiguo Testamento Dios ordenó o permitió la institución de imágenes que conducirían simbólicamente a la salvación realizada por el Hijo de Dios, como la serpiente de bronce.
Fundándose en el misterio del Verbo encarnado, la Iglesia nos orienta en el verdadero culto de las sagradas imágenes: las de Cristo, las de la Madre de Dios, de los ángeles y de todos los santos. El Hijo de Dios, al encarnarse, inauguró una nueva forma de ver las imágenes. El culto cristiano de las imágenes no es contrario al primer mandamiento que proscribe los ídolos. Dice San Basilio Magno: “El honor dado a una imagen se remonta al modelo original”. Nos enseña el Concilio Vaticano II: “El que venera una imagen, venera al que en ella está representado” (SC 125). El honor tributado a las imágenes sagradas es una veneración respetuosa, no una adoración, que sólo corresponde a Dios.
“Así tiene que ser elevado el Hijo del hombre…”.
En este evangelio se hace visible la llamada de la cruz hacia la que se encamina Jesús. Cristo sabe que su obligación es morir, obligación que asume con plena libertad y por amor al Padre y a nosotros. Cruz y muerte que es tránsito deseado por el Padre, para la resurrección de Cristo y la salvación del género humano.
“Para que todo el que cree en él tenga vida eterna”.
Jesús es depositario y dispensador de la vida eterna, porque Él es la vida y los hombres sólo podemos tener verdadera vida si estamos unidos al Él por la fe y el amor. Y esta vida es la vida transcendente del mundo superior, la vida eterna, la salvación misma, la condición de quien está salvado. Los hombres realmente venimos a ese mundo privados de la vida, creemos vivir, pero estamos muertos, y lo estamos mientras no recibimos vida de Jesús.
“Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna”.
Contra toda esperanza humana, Dios había prometido a Abraham una descendencia, como fruto de la fe y del poder del Espíritu Santo. En ella serán bendecidas todas las naciones de la tierra. Esta descendencia será Cristo. Comprometiéndose con juramento, Dios se obliga ya al don de su Hijo Amado. El Hijo se encarnó para que nosotros conociésemos así el amor de Dios.
Dios nos ama más que un padre a su hijo. Este amor es más fuerte que el amor de una madre a sus hijos. Dios nos ama más que un esposo a su amada esposa; este amor vencerá incluso nuestras peores infidelidades; Dios nos ama tanto que se nos entrega entregando a su Hijo. Su amor es eterno y gratuito. Tan misericordioso que no cesa nunca de perdonar nuestras infidelidades y pecados. El amor de Dios es tan generoso que nos ha destinado a participar en Él.
“Porque Dios no mandó a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por medio de él. El que cree en él no será condenado”.
El Padre designa a Cristo como su Hijo. Jesús se designa a sí mismo como “el Hijo Único de Dios” y afirma mediante este título su preexistencia eterna. Jesús se convierte en el centro de su propio mensaje y pide la fe en “el Nombre del Hijo Único de Dios”. El nombre de Hijo de Dios significa la relación única y eterna de Jesucristo con Dios su Padre: Él es el Hijo único del Padre y Él mismo es Dios. El cristianismo es Jesucristo y todo el mensaje cristiano se resume en la proclamación de que Jesús es el Hijo de Dios, por eso pide una adhesión sin reserva a su persona. Para ser cristianos de verdad es necesario creer que Jesucristo es el Hijo de Dios.
¡Dios quiere que yo sea salvado! Gracias, Señor. ¡Dios quiere que mi esposo, mi esposa, mi hijo, mi hermano, mi colega, mi amigo… sea salvado! Gracias, Señor. Aumenta nuestra fe.
“Por el contrario, el que no cree ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios”.
Cristo es Señor de la vida eterna. El pleno derecho de juzgar definitivamente las obras y los corazones de los hombres pertenece a Cristo como Redentor del mundo. Adquirió este derecho por su Cruz. El Padre también ha entregado todo juicio al Hijo. Pues bien, el Hijo no ha venido para juzgar sino para salvar y para dar la vida que hay en él. Es por el rechazo de la gracia en esta vida por lo que cada uno se juzga ya a sí mismo.
“El juicio consiste en esto: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra perversamente detesta la luz y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras. En cambio, el que realiza la verdad, se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios”.
Jesús anunció en su predicación el Juicio del último Día. Entonces, se pondrán a la luz la conducta de cada uno y el secreto de los corazones. Entonces será condenada la incredulidad culpable que ha tenido en nada la gracia ofrecida por Dios. Las obras realizadas con respecto al prójimo revelarán la acogida o el rechazo de la gracia y del amor divino. Somos retribuidos según la caridad de nuestras obras y podemos incluso condenarnos eternamente si rechazamos el Espíritu de amor.