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Comentario del Evangelio

Comentario del Evangelio II Domingo de Cuaresma, Lucas 9,28b-36

Que la gracia y la misericordia de Jesús, que nos ofrece una vida nueva, estén con ustedes.

Al igual que el primer domingo de Cuaresma siempre escuchamos el Evangelio de las tentaciones, el segundo domingo siempre contemplamos la transfiguración del Señor en el monte Tabor. La razón está en que nuestra madre Iglesia nos va llevando de la mano desde el desierto con sus tentaciones, hasta la gloria de la resurrección.

La liturgia de este santo tiempo está muy bien ordenada, tanto en las lecturas como en las oraciones y prefacios. El Espíritu Santo, en su Iglesia, nos va iluminando y formando para que avancemos con Cristo hacia la luz pascual. Ya dijimos que es una magnífica pedagoga. Por ello, nos da las herramientas de la oración, el ayuno y la limosna; nos advierte de las tentaciones del maligno, que no quiere que aprovechemos la Cuaresma; pero también nos presenta, en este segundo domingo, la meta y el fruto de la penitencia: pasar de nuestra personalidad de pecadores a una nueva personalidad transfigurada, a imagen de Jesucristo. Pasar del hombre viejo, al hombre nuevo.

El prefacio de este domingo resume lo más esencial: Jesús, después de anunciar su muerte a los discípulos, les mostró en el monte santo el resplandor de su luz, para testimoniar, de acuerdo con la ley y los profetas, que, por la pasión, se llega a la gloria de la resurrección. Aquí está la clave de la Cuaresma: es un tiempo de gracia y salvación, en el que, a través de la oración, la meditación diaria de la palabra de Dios, los ayunos y penitencias y las obras de misericordia, se nos ofrece una vida nueva transfigurada, con la misma gloria de Jesús resucitado.

Vale la pena, pues, continuar celebrando y participando con toda la Iglesia, escuchando la voz del Señor que cada día, nos ofrece la conversión, con su inmensa compasión, porque es eterna su misericordia. No endurezcamos el corazón, hermanos, no nos dejemos confundir y distraer por las noticias del mundo; oremos, sí, por la Paz en Ucrania y en el mundo, pero no olvidemos que lo más importante es nuestra conversión y santificación, para heredar la vida eterna.

Vemos en el Evangelio el maravilloso espectáculo de Jesucristo transfigurado, con Moisés y Elías apareciendo con gloria. Ellos son la representación de la ley y los profetas, donde estaba anunciado el plan de Dios: era necesario que el Mesías padeciera, para entrar en su gloria. San Pedro, entusiasmado, le dice a Jesús: Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí! Así es, hermanos, lo más hermoso es contemplar el rostro glorioso de Jesucristo y participar con él de esa gloria, pero antes hemos de acompañarlo en su pasión y muerte de cruz.

Esto es la Cuaresma: estar con Jesús “en las duras y en las maduras”, como dice el refrán. Recordamos su invitación: “el que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz y me siga”. Nosotros estamos con Jesús y no nos vamos a separar de su lado. Con él vamos a vencer al mundo, al demonio y a la carne. Con él vamos a superar las tentaciones del maligno.

Desde la nube se oye la voz del Padre: “este es mi Hijo amado, escúchenlo”. Vamos a seguir esta recomendación con el mayor interés, porque nos va la vida en ello. Nosotros sabemos y creemos que Jesús es el Hijo de Dios, y que sólo en él está la vida eterna. Sólo él es la Palabra del Padre, que ilumina a todo hombre que cree en él. Por ello no se nos cae de la mano la Sagrada Escritura, sino que, cada día, la leemos y meditamos, tal como nos la presenta la santa madre Iglesia en su liturgia. Cada día recordamos y experimentamos que la ternura y la misericordia del Señor, son eternas.

Aunque haya muchos hombres enemigos de la cruz de Cristo, nosotros, en cambio, amamos a Jesús crucificado, nuestro Salvador. Como nos dice San Pablo, estamos convencidos de que Jesucristo transformará nuestro cuerpo humilde, según el modelo de su cuerpo glorioso, porque tiene energía y poder para someter a su imperio a todos nuestros enemigos. El último enemigo derrotado será la muerte, cuando nos resucite al final de los tiempos. Los enemigos de la cruz de Cristo, cuyo dios es el vientre, y su gloria son sus vergüenzas, tienen como destino su perdición eterna en el infierno.

Contemplando el rostro transfigurado de Jesús, decimos con el salmo: “el Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar? Nosotros buscamos el rostro del Señor. Hoy lo vemos glorioso y transfigurado. El viernes santo lo veremos desfigurado, hasta no parecer hombre, y besaremos, con toda devoción, su imagen en la cruz. Desde el Tabor hasta el Calvario buscamos tu rostro, Señor. No nos escondas tu rostro, no nos rechaces, a pesar de nuestros delitos y pecados, porque tú eres nuestro auxilio.

Sirviéndonos de las expresiones de este hermoso salmo, cada uno de nosotros decimos: espero en el Señor, soy valiente, tengo ánimo, y espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida, en la casa del Padre celestial, donde Jesús nos ha preparado un lugar junto a él, donde están inscritos nuestros nombres. Así nos lo asegura hoy San Pablo: “somos ciudadanos del cielo”.

El maravilloso espectáculo de la transfiguración del Señor nos fortalece en medio de nuestras dificultades, porque, como hemos comentado, por la cruz se va a la luz, por la muerte se pasa a la vida eterna.

Así reza la oración colecta de hoy: “oh Dios, que nos has mandado escuchar a tu Hijo amado, alimenta nuestro Espíritu con tu palabra; para que, con mirada limpia, contemplemos gozosos la gloria de tu rostro. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

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