Comentario del Evangelio del XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario Marcos 13,24-32
Suscríbete a nuestro canal 👉 http://bit.ly/SuscribeteSanGabriel El Padre José Joaquín comparte con nosotros el #EvangelioDeHoy Domingo 14 de Noviembre 2021, Evangelio según San Marcos 13,24-32 Conéctate con la #LectioDivina 📖 https://bit.ly/ComentarioDelEvangelio
Que la gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del espíritu Santo, estén con todos ustedes.
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Por ello, suplicamos a nuestro Dios, que nos conceda alegrarnos siempre en su servicio, porque la felicidad completa y verdadera, consiste en dedicarnos al servicio del Señor. Y esto acontece ya desde este mundo: el que sirve a Jesús con fidelidad, experimenta alegría, paz y consuelo. Pero todavía queda lo mejor: la felicidad eterna, prometida a los siervos fieles y cumplidores, como dice la Escritura: “siervo fiel y cumplidor, pasa al banquete de tu Señor”.
La palabra de Dios, en estos últimos días del año litúrgico, nos habla de los temas definitivos: de la resurrección, del juicio final y de la parusía de Jesucristo, es decir, de su segunda y última venida a este mundo. A veces nos da un poco de miedo leer y escuchar estos mensajes, pero en realidad son los más hermosos, aunque se nos hable de persecución, de cruz y de muerte. Levantemos la cabeza, se acerca nuestra liberación.
El profeta Daniel, en la primera lectura nos anuncia la llegada del arcángel San Miguel para el juicio de Dios, que viene a salvar a su pueblo, a los que están inscritos en el libro de la vida. Nosotros sabemos, porque nos lo dice Jesús, que nuestros nombres están inscritos en el cielo y que tenemos una morada preparada por el mismo Señor en la casa del Padre.
Nos dice el texto sagrado que seremos despertados, es decir, resucitados, los que dormíamos en el polvo de la muerte: unos para la vida eterna, otros para vergüenza e ignominia perpetua. Lo sabemos, hermanos, y por ello, nos esforzamos en agradar al Señor, con nuestro amor fiel y obediente a sus mandamientos. Los que pertenecemos a la Iglesia, hemos recibido la enseñanza que la justicia divina, lo cual es un motivo de constante agradecimiento y responsabilidad.
Vivimos confiados en el Señor, que es el lote de nuestra heredad, nuestra suerte está en su mano, tenemos siempre presente al Señor, con él a nuestro lado, no vacilamos. Así lo repetimos hoy en el salmo: “protégeme, Dios mío, que me refugio en ti”. En verdad nuestro corazón se alegra, se gozan nuestras entrañas y nuestra carne descansa esperanzada, porque estamos seguros de que el Señor no nos abandonará en la muerte. Él nos enseña el sendero de la vida, y quiere saciarnos de gozo en su presencia, de la alegría perpetua a su derecha. ¡Qué hermoso es todo esto!
Sabemos que, hasta que llegue el juicio final, está sentado a la derecha del Padre, esperando el tiempo que falta hasta que sus enemigos sean puestos como estrado de sus pies. Estos enemigos son el pecado, el demonio y la muerte. Creemos que, a través de la ofrenda de su sacrificio en la cruz, nos ha perfeccionado definitivamente y nos ha conseguido el perdón de nuestros pecados. Jesucristo, nuestro sacerdote eterno vive intercediendo por nosotros, siempre atento a nuestras necesidades. ¡Bendito sea Dios!
Nosotros vivimos despiertos en todo tiempo, es decir, vigilantes de nuestra vida, porque no queremos perdernos las promesas de nuestro Señor Jesucristo. Hoy nos asegura en el Evangelio que, al final de los tiempos, lo veremos venir sobre las nubes con gran poder y gloria, y que enviará a los ángeles para reunir a sus elegidos. El texto usa expresiones de un género literario llamado apocalíptico, es decir, afirmaciones fuertes sobre el final de los tiempos: “en aquellos días, después de una gran angustia, el sol se oscurecerá, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los astros se tambalearán”.
Estas afirmaciones nos pueden producir cierto temor, pero la palabra de Dios constantemente nos invita a no temer y a confiar siempre en el Señor. Lo acabamos de recordar con el salmo responsorial: vivimos bajo la protección de Dios. “Para mí lo bueno es estar junto a Dios, hacer del Señor mi refugio”, así dice otro salmo. Jesús es nuestro buen pastor y, aunque caminemos por quebradas oscuras, nada tememos, porque él siempre viene con nosotros. El cielo y la tierra pasarán, pero sus palabras no pasarán. Él es la verdad y, cuando nos llegue la muerte o cuando sea el final del mundo, vendrá a buscarnos para llevarnos con él. Dónde él está, quiere que estemos nosotros.
Cada día le ofrecemos nuestras vidas, ante la mirada de su majestad. Para nosotros es una gracia servirlo y cumplir su voluntad. Con Jesús decimos “mi alimento es hacer la voluntad del Padre.” Sabemos que el fruto de esta obediencia es la eternidad dichosa junto a él. No dejemos de orar y pedir la gracia de la perseverancia final. Ninguno de nosotros tenemos la seguridad de que vamos a morir en gracia de Dios. Supliquemos a nuestro Padre que no nos deje caer en la tentación de no vivir vigilantes. Cuidemos la santidad de nuestra vida.
Bendiciones.
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