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Comentario del Evangelio del XXIX Domingo del Tiempo Ordinario Marcos 10,35-45

Suscríbete a nuestro canal 👉 http://bit.ly/SuscribeteSanGabriel El Padre José Joaquín comparte con nosotros el #EvangelioDeHoy​​​​ Domingo 17 de Octubre 2021, Evangelio según San Marcos 10,35-45 Conéctate con la #LectioDivina​​​​ 📖 https://bit.ly/ComentarioDelEvangelio

Que la gracia y la misericordia del Señor estén con ustedes.

Gracia y Paz del Señor.

Nos desconcierta el texto de la primera lectura, desde esa primera frase que dice “el Señor quiso triturarlo con el sufrimiento”. Todos sabemos que este pasaje del profeta Isaías se refiere a Jesucristo, como el siervo de Yahvé. Éste es quizá el mayor misterio de nuestra fe: el Padre celestial quiso entregar a su único Hijo, su hijo amado, el predilecto, como víctima por la humanidad pecadora. Y Jesucristo aceptó en obediencia de amor al Padre su voluntad, a pesar de que su sensibilidad humana le hacía sentir miedo y terror, incluso asco ante la muerte. Todos recordamos la escena de Getsemaní: “Padre, aparta de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya”.

El único mal querido por Dios es la muerte de su propio hijo. Los demás males y muertes, lo hemos meditado en otras ocasiones, son permitidos por nuestro Dios como herencia y consecuencia del pecado original. A la luz de Jesucristo crucificado, muerto y resucitado, encontramos respuesta a todos los males de este mundo. Y la verdad es que nos convence esta respuesta: porque antes de su triunfo glorioso, ha querido vivir como un hombre cualquiera, mortal y limitado, humillándose hasta la muerte de cruz.

Este siervo de Yahvé, el hijo amado del Padre, ha cargado con los crímenes de la humanidad y, por ello, ha justificado a todos los que creen en él. Nosotros somos los que hemos conocido y creído en el amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús. Vivimos de la fe en el hijo de Dios que nos ha amado hasta entregarse por cada uno de nosotros. La entrega de su vida como expiación por nuestros pecados es la mayor prueba de amor.

Nuestra vida, queridos hermanos, se apoya en la palabra del Señor, que es sincera y leal. Él ama la justicia y el derecho y su misericordia llena la tierra. Sabemos que los ojos del Señor están puestos en aquellos que lo temen y esperan su misericordia. Nosotros aguardamos al Señor: él es nuestro auxilio y escudo, en su santo nombre confiamos. Con el salmo rezamos hoy: “que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti”. Esta misericordia se ha manifestado en el amor del Padre, que nos la entrega a través de Jesucristo.

Por ello, mantenemos firme la confesión de nuestra fe. Jesucristo, nuestro sumo y eterno sacerdote a la derecha del Padre, se compadece de nuestras debilidades y las comprende, porque él ha sido probado en todo, como nosotros. El, a través de su Pascua, es decir, de su pasión, muerte, y ascensión, ha atravesado el cielo. Y ahora vive para siempre, intercediendo por nosotros. Experimentamos su apoyo constante. Sabemos con toda certeza, que, acudiendo a Jesús, alcanzamos misericordia y encontramos gracia y auxilio en todo momento.

Como en otros domingos, en el Evangelio de hoy, aparecen de nuevo los “hijos del trueno” -como los apodó Jesús- los hermanos Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, haciendo a Jesús una petición totalmente desubicada, incluso en el tono de la pregunta: “Maestro, queremos que nos hagas lo que te vamos a pedir”. ¡Qué pretenciosos!

El Señor, bien sabía lo que le iban a pedir. Pero, aun sabiéndolo, se lo pregunta: ¿qué quieren que haga por ustedes? ¡Qué paciencia tiene Jesús con sus apóstoles y con cada uno de nosotros! Le piden sentarse en la gloria de Cristo uno a su derecha y otro a su izquierda. Es decir, ocupar los primeros puestos, por encima de los demás apóstoles. Está claro que no habían entendido nada o casi nada de la enseñanza y el testimonio de Jesús.

El Señor responde, asegurándoles que no saben lo que piden. Por ello, les hace esa pregunta misteriosa: “¿pueden beber el cáliz que yo he de beber, o bautizarse con el bautismo con que yo me voy a bautizar?” Ellos no saben todavía a qué se refiere Jesús con beber su cáliz o bautizarse con su bautismo. El Señor se está refiriendo a su pasión y muerte en la cruz. Y en vez de callarse y aceptar con humildad su error, le contestan que pueden hacerlo.

Aprovecha la ocasión el Señor para profetizar el martirio de estos dos apóstoles, es decir, que van a morir por Cristo. Pero los asientos a la derecha y a la izquierda del trono de Cristo en su gloria ya están reservados, para sus Padres de la tierra: la santísima virgen María y San José. Esto no lo dice Jesús, pero para nosotros, los creyentes, es algo evidente.

Continúa el Evangelio contándonos la reacción de los otros 10 apóstoles, que se indignan contra los Zebedeos. No sabemos si tuvo Jesús que separarlos para no pelearse entre ellos. El los llama aparte a los 12 y les da la magnífica lección que explica cómo han de vivir entre ellos: “el que quiera ser grande entre ustedes, que sea su servidor; y el que quiera ser el primero, sea esclavo de todos”. Nos imaginamos la cara y la reacción de los apóstoles. Abochornados, humillados y desconcertados.

Buscar los primeros puestos, ser grande, ser el primero, ocupar los asientos de honor y de preferencia no es el estilo ni de Jesús ni de sus discípulos, sino del mundo. La Historia de la humanidad está llena, por desgracia hasta el día de hoy, de malos ejemplos de prepotencia opresión y tiranía.

Jesucristo se presenta como el siervo de Yahvé, el enviado del Padre, para servir y dar su vida en rescate por muchos. En él se cumple la profecía de la primera lectura. En este momento de la vida pública de Jesús todavía no ha acontecido el lavatorio de los pies de la última cena ni la humillación hasta la muerte de Cruz.

Pedimos perdón al Señor por las veces en que hemos mantenido actitudes de soberbia, orgullo y presunción.

Señor, danos un corazón humilde y manso como el tuyo. Danos la capacidad de ser esclavos los unos de los otros por amor. Haznos instrumentos de concordia y paz en nuestras familias y comunidades. Enséñanos a lavarnos los pies unos a otros.

#PalabraDelSeñor

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