Comentario del Evangelio

Comentario del Evangelio del Domingo del Tiempo Ordinario Mc 4,35-40

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El Padre José Joaquín comparte con nosotros el
#EvangelioDeHoy​​​​ Domingo 20 de Junio 2021, Evangelio según San Marcos 4,35-40
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¡Que la gracia y la misericordia del Señor estén con todos ustedes!

Nosotros somos el pueblo del Señor y él es nuestra fuerza, apoyo y salvación. Él nos bendice porque somos su heredad y siempre es nuestro buen pastor. Por eso vivimos confiados en el amor de su Corazón. Por eso también tenemos siempre respeto y amor a su santo nombre, porque jamás deja de dirigir a quienes establece en el sólido fundamento de su amor.

Cuando nos encontramos amenazados por tormentas exteriores o interiores, gritamos al Señor en nuestra angustia, y él siempre nos arranca de la tribulación. Él apacigua la tormenta en suave brisa y enmudece las olas del mar. Nos alegramos de que el Señor nos conduzca al ansiado puerto de la salvación. Por ello le damos gracias, por su misericordia, por las maravillas que hace con nosotros. Con María santísima todas las tardes rezamos el magníficat, reconociendo y agradeciendo las obras grandes que cada día hace en nosotros el Todopoderoso. Realmente damos gracias al Señor, porque es eterna su misericordia.

Jesús hoy nos invita a subir a la barca para ir con él hasta la otra orilla. Cada día el Señor nos dice “rema mar adentro”, naveguemos juntos. El viene y está siempre en la barca de la Iglesia y en la barca de cada una de nuestras vidas. Todos los días nos manda que echemos las redes para pescar, y no siempre pescamos mucho, pero en su nombre, en el nombre de Cristo, nos esforzamos en agradarlo con nuestra obediencia. Nos llena de alegría estar con Jesús en la barca de la Iglesia.

Toda nuestra vida es una travesía con Cristo hasta la orilla de la eternidad y, repito, él siempre viene con nosotros, vive con nosotros, se interesa por cada uno de nosotros. Jesús no deja de enseñarnos, para que aprendamos a pescar cada vez mejor, también para enseñarnos a navegar, usando bien el timón, desplegando correctamente las velas para que se hinchen con el soplo del viento, es decir, del Espíritu Santo, y así podamos avanzar más rápidamente. En otras ocasiones, deberemos agarrar los remos y, con las fuerzas que él nos da y que nosotros le pedimos, continuar surcando los mares.

El Evangelio de hoy nos presenta a Jesús profundamente dormido en la popa de la barca, es decir, en la parte trasera. A mí me encanta ver a Jesús dormido en mi barca, me da ternura, y por nada del mundo quiero que se despierte antes de tiempo, porque él también necesita descansar, y soy feliz de que lo haga delante de mí. Es una escena que me fascina. Es todo un privilegio ver dormido al creador y dueño del universo. No me canso de contemplarlo. Siempre he comentado que siento envidia del sueño de un bebé, pero del sueño de Jesús no siento envidia, repito, me fascina, por ser él quien es…

Pero hoy, mientras Jesús duerme profundamente, se ha levantado una fuerte tempestad y las olas rompen contra la barca y el agua entra hasta casi llenarla. La ropa y los pies de Jesús se están mojando, pero él no se despierta. ¡Qué manera de dormir, parece increíble! ¿Qué hacemos? Nunca nos hemos visto en una situación igual, y empezamos a asustarnos y a tener miedo. ¿Se va a despertar Jesús o nos vamos a hundir todos con mientras duerme?

Nuestra poca fe nos lleva a tocar a Jesús y a despertarlo. Es más, incluso le decimos “maestro, ¿no te importa que perezcamos?” El Señor se levanta y, puesto en pie, increpa al viento y dice al mar: “¡silencio, enmudece!”. Nos quedamos estupefactos ante lo que acontece: el viento cesa y viene una gran calma. Pero ahora Jesús nos mira con asombro. Yo creo que está desilusionado de nosotros y por ello nos pregunta por qué tenemos miedo, nos pregunta “¿aún no tienen fe?”.

Nosotros no contestamos, nos quedamos callados, porque sabemos que tiene razón: tenemos miedo y quizá no tenemos verdadera fe. La tormenta, el viento y el oleaje nos han llenado de temor y, en vez de reconocer delante del Señor nuestra debilidad y pedirle perdón, y que nos aumente la fe, nos miramos unos a otros y nos preguntamos: pero ¿Quién es este que hasta el viento y el mar lo obedecen? Jesús suspira, cierra los ojos y eleva una oración íntima al Padre celestial.

Hermanos, cuando rezamos la jaculatoria “Sagrado Corazón de Jesús, en ti confío” ¿lo decimos de verdad o sólo con la boca? Porque, a la menor dificultad, nos asustamos y nos llenamos de temor y desconfianza. Somos gente de poca fe y dudamos. Pero ¿acaso puede hundirse la barca estando Jesús con nosotros? Como dice una canción “si vienes conmigo y alientas mi fe, si estás a mi lado ¿a quién temeré?”.

El Señor de vez en cuando pone a prueba nuestra fe, cuando permite tormentas en nuestra vida. Pero, como San Pedro, cuando se hundía en el lago por temor al oleaje, gritemos y supliquemos: ¡Señor, sálvame! Él no dejará de agarrarnos con su brazo poderoso y liberarnos del peligro inminente. Seamos sinceros con él y digámosle: Jesús, tienes razón, aún no tengo fe, o mi fe es muy pequeña y débil. Creo, Señor, pero aumenta mi fe. Para que, como dice hoy San Pablo, ya no vivamos para nosotros mismos, sino para Cristo. Porque él murió y resucitó por todos, para que vivamos para él.

Nuestra vida es Cristo y, mientras vivimos en esta carne, debemos vivir de la fe en el Hijo de Dios, que se entregó por nosotros hasta la muerte de cruz. Nada ni nadie puede separarnos del amor de Cristo, ni siquiera la muerte; sólo puede hacerlo nuestra falta de fe…

Que, al contemplar admirados hoy el poder absoluto del Señor, al cual obedecen el viento y el mar, nuestro corazón se llene de confianza y paz.

#PalabraDelSeñor

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