Seminario

Fundamentación Teológica del bautismo de niños

Desde sus inicios la Iglesia siempre ha mantenido la práctica del bautismo de niños. Pero, por influencia del pensamiento protestante, actualmente se ha negado la legitimidad de esta práctica y se ha mantenido una idea nefasta: “Que cada uno elija su propia iglesia”. Esto ha hecho que los padres pospongan el bautismo de sus hijos. Sin embargo, he aquí una argumentación teológica:

  1. Desde la acción soberana de Dios en el bautismo

Primordialmente el bautismo es signo de la acción salvífica de Dios, que sale al encuentro del hombre para salvarlo, antes que expresión de la respuesta del hombre que acepta la salvación: la gracia divina precede siempre a su aceptación por parte del hombre. Ahora bien, la falta de cooperación personal por parte del niño (su pasividad) pone de relieve, mejor que en el bautismo de los adultos, la absoluta gratuidad de la salvación aportada por el sacramento; hace resaltar mejor la iniciativa divina, el carácter definitivo e incondicional (sin arrepentimiento posible) de su oferta (no limitada por las posibilidades del hombre). Desde la perspectiva de la acción de Dios no se ve ninguna razón para que el niño no pueda ser sujeto del bautismo.

  1. Desde la acción de la Iglesia en el bautismo

El bautismo es acción de la Iglesia. La oferta de salvación va dirigida en primer lugar a la Iglesia, y a través de ella, al hombre individual. El niño tiene derecho también a formar parte desde ahora, por el segundo nacimiento del bautismo, de esa comunidad de fe (igual que forma parte, por el nacimiento, de la familia humana), una Iglesia formada solo por adultos, de la que estuvieran excluidos los niños, no respondería a la idea bíblica de Pueblo de Dios.

  1. Desde la libertad del niño

Contra el bautismo de niños se suele objetar que constituye algo así como una imposición. Entran en juego aquí dos misterios el misterio de la gracia divina y el misterio de la libertad humana. El bautismo del niño debe ser considerado como una señal de la elección divina, como la manifestación de la oferta de salvación que le llega de parte de Dios a través de la Iglesia y que deberá ser asumida por él libremente en el futuro.

  1. Desde la doctrina del pecado original

Dice Orígenes: «Aprovecho la ocasión que se presenta para tratar de nuevo una cuestión sobre la cual nuestros hermanos se preguntan frecuentemente. Los niños son bautizados “para la remisión de los pecados”. ¿De qué pecados se trata?  ¿Cuándo han podido pecar? ¿Cómo se puede sostener semejante motivo a favor del bautismo de los niños? La razón es que nadie está exento de manchas, ni siquiera aquel cuya vida solo ha durado un día en la tierra. Ya que el misterio del bautismo quita las manchas del nacimiento, se bautiza también a los niños, porque “el que no nazca de nuevo de agua y de Espíritu no puede entrar en el Reino de los cielos”».

Por tanto: como todos nacemos manchados por la culpa de Adán (Rm 5, 19), todos necesitamos de la redención de Cristo, al que quedamos asociados por el bautismo. El bautismo es la puerta a la vida de la gracia, el inicio a una vida nueva. Él borra el pecado original y todos los pecados personales.

  1. Desde la necesaria fe

El adulto tiene que creer primero, para poder ser luego bautizado. El bautismo exige la presencia previa de la fe. Ahora bien, en los niños hay una imposibilidad para poner un acto consciente y libre de fe. Esta es la principal dificultad contra el bautismo de niños. ¿Cómo solucionarlo?

Los niños son bautizados en la fe de la Iglesia por tanto no reciben el sacramento independientemente de toda fe. La respuesta de la Iglesia a Dios es lo que cuenta primordialmente. La profesión de fe de padres y padrinos y la adhesión de la comunidad con su ministro expresan la solidaridad en la fe en cuyo seno es recibido el niño. Para explicar el argumento se recurre a la acción del Espíritu Santo, que hace posible esta comunicación de bienes en el interior de la Iglesia.

Además, el bautismo infunde en el alma del niño la virtud sobrenatural de la fe, que, aunque no le permitirá realizar actos de fe hasta que llegue al uso de razón, pero sí le agrega desde el primer momento a la comunidad de los fieles.