La Virgen María en el Misterio de Cristo y de la Iglesia
Bajo la Constitución dogmática LUMEN GENTIUM, para llevar a cabo el plan de redención, el Padre hizo nacer a su Hijo de una mujer, por obra del Espíritu Santo. En consecuencia, María es reconocida y venerada como verdadera Madre de Dios. Pero es también madre de los creyentes por haber cooperado con su amor a que naciesen en la Iglesia los fieles. Por eso, el Vaticano II quiere explicar la función de la Santísima Virgen en el misterio del Verbo encarnado y del Cuerpo místico y también los deberes de los cristianos para con la Madre de Dios.
La Virgen María en la economía de la salvación
Los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento y la Tradición venerable manifiestan de un modo cada vez más claro la función de la Madre del Salvador en la economía de la salvación. En efecto, en el A. T. se prepara la venida de Cristo al mundo y, poco a poco, se evidencia la figura de la mujer “Madre del Redentor”. Ya se ve en la promesa de victoria sobre la serpiente hecha a los primeros padres (Gn 3, 15) y, sobre todo, en Isaías: “la Virgen concebirá y dará a luz un Hijo, que se llamará Emmanuel”. Así, llegada la plenitud de los tiempos, dotada desde su concepción de una santidad singular, María acepta el mensaje divino y se convierte en Madre de Dios. Con su fe y obediencia libres, cooperó a la salvación de los hombres: si por Eva vino la muerte, por María vino la vida.
La función de María en la única mediación de Cristo
Uno solo es nuestro Mediador y Redentor y la misión maternal de María no oscurece ni disminuye esa mediación, sino que sirve para mostrar su poder. Pues toda mediación de María tiene eficacia porque procede de los méritos de Cristo. Jamás podrá compararse criatura alguna con el Verbo encarnado y Redentor; pero, así como el sacerdocio de Cristo es participado tanto por los ministros sagrados como por el pueblo fiel de formas diversas, y como la bondad de Dios se difunde de distintas maneras sobre las criaturas, así también la mediación única del Redentor es participada según diversas clases de cooperación. La Iglesia confiesa esta función subordinada de María porque lejos de impedir la unión con Cristo, la fomenta.
La Virgen y la Iglesia
La Virgen Santísima está también íntimamente unida con la Iglesia. Como ya enseñó San Ambrosio, la Madre de Dios es tipo de la Iglesia en el orden de la fe, de la caridad y de la unión perfecta con Cristo. Creyendo y obedeciendo engendró al mismo Hijo del Padre a quien Dios constituyó primogénito entre muchos hermanos, esto es, los fieles, a cuya generación y educación coopera con amor materno. La Iglesia a imitación de maría es madre, pues por la predicación y el bautismo engendra a una vida nueva e inmortal a los hijos concebidos por obra del Espíritu Santo. Y es igualmente virgen, porque como María, conserva virginalmente una fe íntegra, una esperanza sólida y una caridad sincera. Mientas la Iglesia ha alcanzado en la Santísima Virgen la perfección, en virtud de la cual no tiene mancha ni arruga, los fieles luchan todavía por crecer en santidad, venciendo enteramente al pecado, y por eso levantan sus ojos a María, que resplandece como modelo de virtudes para toda la comunidad de los elegidos. Meditando piadosamente sobre ella, la Iglesia se asemeja cada día más a su Esposo y coopera a la regeneración de los hombres.
El culto de la Santísima Virgen en la Iglesia
María es venerada por encima de todos los ángeles y los santos por ser la madre de Dios. Pero su culto se distingue esencialmente del culto de adoración tributado a la Trinidad. Este culto no consiste en un sentimentalismo estéril y transitorio ni en una vaga credulidad, sino que procede de una fe auténtica que nos impulsa a amarla como a nuestra Madre y a imitar sus virtudes.