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La misión del P. Francisco Lunar Trigo, Vicario General de la Prelatura de Moyobamba

P. Francisco Lunar Trigo es sacerdote diocesano de Toledo, misionero en la prelatura de Moyobamba, Perú, desde el año 2011. Así nos cuenta lo que ha visto y oído en las comunidades a las que atiende, y lo que estas ven y oyen a través de la presencia del misionero.

“Desde mis experiencias misioneras con algunos sacerdotes durante los años 1998-1999, me di cuenta de que mi vida estaba hecha para la misión. Desde ahí sentí la llamada no solo a la vocación sacerdotal, sino a la vocación a la misión ad gentes. Descubrí que ser misionero te lleva a aprender a mirar, a mirar con ojos nuevos, a mirar a las comunidades marginadas; aprender a mirar desde Jesucristo.

La prelatura de Moyobamba es una demarcación de la Iglesia católica en Perú. Está encomendada por la Santa Sede a la archidiócesis de Toledo. Abarca todo el departamento de San Martín, una región compuesta por diez provincias, aunque atendemos nueve, porque la provincia de Tocache, la que está más al sur, pasó a ser parte de la diócesis de Huánuco en el año 1985. La extensión es de 45.388 kilómetros cuadrados, con una población de 725.000 habitantes. Actualmente son 23 parroquias y 54 sacerdotes; de ellos, tan solo 20 pertenecen a la prelatura y el resto son colaboradores de otras diócesis o congregaciones religiosas y fraternidades sacerdotales.

Yo me encuentro en la parroquia de Santa Rosa, provincia de Bellavista, de 8.000 kilómetros cuadrados y unos 60.000 habitantes, con 106 pueblos o comunidades. Lo que más me impresionó de esta realidad pastoral fueron las distancias que había que recorrer para llegar a cada una de las comunidades, y la alegría con la que esperaban y preparaban el recibimiento del sacerdote. Algunas de ellas tan solo se visitan una vez al año; otras, dos o tres veces; y las más grandes se intentan visitar mensual o semanalmente. La labor de los llamados animadores y catequistas laicos es esencial, porque son ellos los que atienden diariamente cada comunidad, especialmente realizando las celebraciones de la Palabra de Dios, preparando a los adultos, jóvenes y niños para recibir los sacramentos, y haciendo posible que la fe se mantenga viva en ausencia del sacerdote.

En la visita a cada comunidad he aprendido a ver y escuchar con paciencia la vida de cada persona en cualquiera de los caseríos. Dicha visita se convierte en un día de fiesta, porque el Señor se hace presente. La llegada del sacerdote llevando a Jesucristo mediante los sacramentos y su misma presencia hace paralizar la actividad diaria de la comunidad; es como un detenerse el tiempo para recibir y contemplar a Jesucristo que viene a visitarles.

Escuchamos a Cristo resucitado, creemos en Él, creyendo comulgamos con Él, resucitamos con Él, damos gracias con Él. Esta es la dinámica en cada comunidad. Es el milagro de la presencia viva de Jesucristo, que hace posible que se rompan todas las barreras, todas las fronteras, para descubrir la desnudez de la presencia de Dios. El encuentro en cada comunidad te enseña a mirar con ojos nuevos, a mirar desde Jesucristo, que te acerca al corazón de cada persona. En cada comunidad el milagro de esa presencia de Jesucristo se hace realmente actual.

La comunidad vive en una continua espera ese momento del encuentro con Aquel que es la Vida, presente en el sacerdote, al que reciben con un entusiasmo estremecedor. Escuchan sus palabras con verdadera atención, bebiéndolas como los niños. Palpan su amor sencillo, cotidiano, de palabras y abrazos. Vislumbran el cielo abierto a pesar de tantos sufrimientos. Saben que el reino de Dios va a cambiar los corazones. Ya lo está haciendo. Ellos mismos están cambiando. Y saben que si los corazones cambian, cambia todo a su alrededor. Han visto milagros sencillos y prodigiosos. Saben que algo nuevo comienza, aunque todavía no sepan cómo explicarlo. El cambio ya es real en ellos. Pequeños cambios, pero suficientes.

Cada vez que una comunidad nos recibe, se pone en marcha la gran maquinaria del amor en forma de recibimiento. Experimentar cada gesto hace sentir la presencia de Dios. Muchas veces no tienen nada, pero te dan lo que tienen: el mejor lugar en la casa, la mejor cama para descansar, la mejor comida que puedan preparar, que muchas veces es un poco de arroz blanco con alguna presa de pollo, que han guardado para este momento. Jamás he presenciado y vivido una generosidad tan abrumadora, un desprendimiento que contrasta con mis grandes apegos. Es difícil apegarse cuando no se tiene nada, y lo poco que tienen lo ofrecen con generosidad.

En cada uno de estos acontecimientos se percibe una presencia de Dios que nunca había experimentado. Es la fe de la gente sencilla, es la fe de la gente con esperanza, es la fe de la gente que confía plenamente en Dios. Quizá sus vidas, en muchos casos, tienen que ser transformadas por Dios, en quien creen; pero se les tiene que mostrar a ese Dios, un Dios que debe ser anunciado desde nuestro propio testimonio. Porque a un Dios que no se haga vida es imposible anunciarlo.

Mirar con los ojos y el corazón a cada persona es descubrir la presencia del Dios de la misericordia, del Dios de todo consuelo, del Dios amor.”

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