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Comentario del Evangelio del XIII Domingo del Tiempo Ordinario Mc 5,21-43

Suscríbete a nuestro canal 👉 http://bit.ly/SuscribeteSanGabriel El Padre José Joaquín comparte con nosotros el #EvangelioDeHoy​​​​ Domingo 27 de Junio 2021, Evangelio según San Marcos Mc 5,21-43 Conéctate con la #LectioDivina​​​​ 📖 https://bit.ly/ComentarioDelEvangelio

¡Que la gracia y la misericordia del Señor estén con todos ustedes!

Con gritos de júbilo aclamamos a nuestro Salvador, que cada día nos deslumbra con su luz divina. Él ha querido hacernos hijos de la luz. Por ello, le pedimos nos conceda mantenernos siempre en el esplendor de la verdad, y no vernos nunca envueltos por las tinieblas del error. Jesucristo es la luz del mundo y también es la resurrección y la vida.

El Señor nos recuerda en la primera lectura algo muy importante: la muerte entró en el mundo por envidia del diablo. Dios creó al hombre incorruptible y lo hizo a imagen de su propio ser, lo hizo inmortal, a su semejanza divina. Por el pecado original empezamos a ser mortales y llenos de tantas limitaciones que experimentamos cada día. Dios no ha hecho la muerte ni se complace destruyendo a los vivos, todo lo hizo saludable, y en las criaturas del mundo no hay veneno de muerte. Tampoco el abismo reina en la tierra, porque la justicia divina es inmortal. Nuestro Juez ha vencido a la muerte y al diablo, a través de su encarnación, pasión, muerte y resurrección.

La muerte eterna de la condenación la experimentarán los que están y permanecen hasta el fin de sus vidas al lado del diablo, es decir, los que rechazan a Jesucristo único salvador. Nosotros, hermanos, ensalzamos al Señor porque nos ha liberado y no ha dejado que nuestros enemigos se rían de nosotros. Él ha sacado nuestra vida del abismo, nos ha hecho revivir para siempre. Por ello hoy con el salmo tañemos para el Señor, y los que somos fieles suyos celebramos el recuerdo de su nombre santo, porque experimentamos su bondad todos los días de nuestra vida. Cada mañana nos visita el júbilo del recuerdo de su resurrección gloriosa, muy especialmente los domingos, el día del triunfo sobre el enemigo que más aterrorizaba al hombre: la muerte. El Señor siempre nos escucha y tiene piedad de nosotros, nos socorre cuando lo invocamos y cambiará nuestro luto en alegría perpetua a su derecha. Cuando estemos en el Cielo, le daremos gracias por siempre, danzando y gozándonos de su gloria infinita.

Todo esto es verdad, queridos hermanos: nuestro Salvador, Cristo Jesús, destruyó la muerte, e hizo brillar la vida por medio del Evangelio. ¡Aleluya!

El relato del Evangelio de este domingo es un testimonio admirable de todo lo que estamos meditando. Vemos a Jesús realizando dos milagros: uno, sin que se lo pidan y otro con toda su voluntad. San Marcos nos cuenta todos los detalles.

Estaba el Señor a la orilla del mar de Tiberíades rodeado de mucha gente, cuando el jefe de la sinagoga llamado Jairo se echa sus pies y, sin vergüenza de los que lo veían, le ruega con insistencia por su niña, que estaba muriéndose. Jairo está convencido de que, si Jesús va a su casa y le impone sus manos, la niña se curará. El Señor se va con él, seguido de mucha gente que lo apretujaba. Nadie quería perderse lo que pudiera hacer el Señor.

Pero, he aquí que una mujer, que padecía hemorragias desde hacía 12 años, al oír hablar de Jesús, se acercó por detrás, entre el agente, y le tocó el manto con la fe de que iba a ser curada. Y así ocurre: inmediatamente queda sana de su enfermedad y nota que su cuerpo estaba curado. Se había gastado toda su fortuna en médicos tantos años, y se había puesto peor. Pero en este instante, por su fe, goza de la mejor salud. El Señor sabe que esta mujer ha quedado curada, y quiere que dé testimonio delante de esa multitud. Ella se acerca asustada y temblorosa y, echada los pies de Jesús, confiesa toda la verdad. El Señor la llama “hija”, con todo cariño y ternura y le dice “tu fe te ha salvado, vete en paz y queda curada de tu enfermedad”. Su fe, no sólo consigue la sanación corporal, sino también la salvación eterna. ¡Qué importante es esto, hermanos!

Porque hemos de distinguir entre curación o sanación corporal y salvación. No es lo mismo. No todos los enfermos curados por Cristo se salvaron. Algunos ni siquiera volvieron a Jesús para darle gracias por el milagro: de los 10 leprosos sólo uno volvió y, postrado ante el Señor, lo adoró como a su Dios.

Todavía estaba hablando Jesús con esta mujer curada, cuando le avisan a Jairo de que su hija se ha muerto, y le dicen que ya no tiene sentido molestar más al Maestro. Jesús escucha lo que hablan y le dice: “no temas; basta que tengas fe”. El Señor sabe lo que va a hacer y sólo permite que lo acompañen los tres apóstoles predilectos: Pedro, y los dos hijos de Zebedeo, Santiago y Juan. Llegan a la casa de Jairo, y todo es alboroto, lloros y lamentos a gritos.

Nos sorprende Jesús con sus palabras, al decir que la niña no está muerta, sino dormida. Y todos los que estaban haciendo duelo, se ríen del Señor. ¡Qué falsos! Por eso, los echa fuera a todos y con los padres de la niña y los tres apóstoles entran hasta donde estaba la niña. La toma de la mano y le dice: “contigo hablo, niña, levántate”. La niña de 12 años se levanta inmediatamente y todos quedan fuera de sí, llenos de estupor ante semejante milagro.

El pasado domingo Jesús detuvo la tormenta y el oleaje del mar con su palabra poderosa: “silencio, cállate”. Hoy de nuevo, con su poderosa palabra, levanta a esta niña de la muerte. Porque él es la resurrección y la vida y esta es nuestra fe.

Hermanos, acerquémonos a Jesús para tocar su manto y ser sanados de nuestras enfermedades y dolencias, corporales y espirituales. En realidad, es Jesús el que nos toca a nosotros a través de su palabra y, sobre todo, en la comunión de su cuerpo y sangre. Pidamos al Señor que nos aumente la fe para recibir su gracia salvadora.

Hoy Jesucristo, nos toma de la mano a cada uno de nosotros y nos dice: “contigo hablo, levántate”. Como decimos al comienzo del prefacio de la misa, tenemos levantado nuestro corazón hacia el Señor, porque él nos levanta cada día a una nueva esperanza. Vivimos siempre del amor infinito de su Corazón.

¡Sagrado Corazón de Jesús, en ti confío!

#PalabraDelSeñor

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