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3 Minutos con Jesús en el evangelio de San Marcos 9,13-28

Evangelio de San Marcos 9,13-28
En aquel tiempo, cuando Jesús bajó del monte y llegó al sitio donde estaban sus discípulos, vio que mucha gente los rodeaba y que algunos escribas discutían con ellos. Cuando la gente vio a Jesús, se impresionó mucho y corrió a saludarlo. Él les preguntó: «¿De qué están discutiendo?» De entre la gente, uno le contestó: «Maestro, te he traído a mi hijo, que tiene un espíritu que no lo deja hablar; cada vez que se apodera de él, lo tira al suelo y el muchacho echa espumarajos, rechina los dientes y se queda tieso. Les he pedido a tus discípulos que lo expulsen, pero no han podido». Jesús les contestó: «¡Gente incrédula! ¿Hasta cuándo tendré que estar con ustedes? ¿Hasta cuándo tendré que soportarlos? Tráiganme al muchacho». Y se lo trajeron. En cuanto el espíritu vio a Jesús, se puso a retorcer al muchacho; lo derribó por tierra y lo revolcó, haciéndolo echar espumarajos. Jesús le preguntó al padre: «¿Cuánto tiempo hace que le pasa esto?» Contestó el padre: «Desde pequeño. Y muchas veces lo ha arrojado al fuego y al agua para acabar con él. Por eso, si algo puedes, ten compasión de nosotros y ayúdanos». Jesús le replicó: «¿Qué quiere decir eso de “si puedes”? Todo es posible para el que tiene fe». Entonces el padre del muchacho exclamó entre lágrimas: «Creo, Señor; pero dame tú la fe que me falta». Jesús, al ver que la gente acudía corriendo, reprendió al espíritu inmundo, diciéndole: «Espíritu mudo y sordo, yo te lo mando: Sal de él y no vuelvas a entrar en él». Entre gritos y convulsiones violentas salió el espíritu. El muchacho se quedó como muerto, de modo que la mayoría decía que estaba muerto. Pero Jesús lo tomó de la mano, lo levantó y el muchacho se puso de pie. Al entrar en una casa con sus discípulos, estos le preguntaron a Jesús en privado: «¿Por qué nosotros no pudimos expulsarlo?» Él les respondió: «Esta clase de demonios no sale sino a fuerza de oración y de ayuno».

Meditación
Con sus palabras, Jesús subraya sobre todo la necesidad de la fe para poder vencer el mal. Ante los discípulos se queja, con unas palabras que parecen un desahogo: «Gente sin fe, ¿hasta cuándo estaré con ustedes?». Al padre, que tenía algo de fe («si algo puedes, ayúdanos») le asegura que «todo es posible al que tiene fe». A los discípulos que aparte le preguntan por qué ellos no han podido curar al poseso. les dice que «esta especie sólo puede salir con oración y ayuno». Jesús aparece de nuevo como más fuerte que el mal. Tiene la fuerza de Dios. Igual que en la montaña los tres discípulos han sido testigos de su gloria divina, ahora los demás presencian asombrados otra manifestación mesiánica: ha venido a librar al mundo de sus males, incluso de los demonios, de la enfermedad y de la muerte. Los verbos que emplea el evangelista son muy parecidos a los que empleará para la resurrección de Jesús: «Lo levantó y el niño se puso en pie». Nuestra lucha contra el mal, el mal que hay dentro de nosotros y el de los demás, sólo puede ser eficaz si se basa en la fuerza de Dios. Sólo puede suceder desde la fe y la oración, en unión con Cristo, el que libera al mundo de todo mal. No se trata de hacer gestos mágicos o de pronunciar palabras que tienen eficacia por sí solas. El que salva y el que libera es Dios. Y nosotros, sólo si nos mantenemos unidos a él por la oración. Esta es la lección que nos da hoy Jesús. Lo que pasa es que muchas veces nuestra fe es débil, como la del padre del muchacho y la de los discípulos. Solo si estamos unidos a Cristo, como Él está unido a Dios nuestro padre podremos expulsar demonios en su nombre. Con la oración y el ayuno.

“Proclamaré todas tus maravillas; me alegraré y exultaré contigo y entonaré salmos a tu nombre, Dios Altísimo”

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