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3 Minutos con Jesús en el evangelio de San Marcos 8,22-26

Evangelio de San Marcos 8,22-26
En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos llegaron a Betsaida y enseguida le llevaron a Jesús un ciego y le pedían que lo tocara. Tomándolo de la mano, Jesús lo sacó del pueblo, le puso saliva en los ojos, le impuso las manos y le preguntó: «¿Ves algo?» El ciego, empezando a ver, le dijo: «Veo a la gente, como si fueran árboles que caminan». Jesús le volvió a imponer las manos en los ojos y el hombre comenzó a ver perfectamente bien: estaba curado y veía
todo con claridad. Jesús lo mandó a su casa, diciéndole: «Vete a tu casa, y si pasas por el pueblo, no se lo digas a nadie».

Meditación
Jesús Inmediatamente pasa a la acción: con un poco de tierra y de saliva hace barro y lo unta en los ojos del ciego. Este gesto alude a la creación del hombre, que la Biblia narra con el símbolo de la tierra modelada y animada por el soplo de Dios. El cuerpo humano está efectivamente compuesto por elementos de la tierra.

Al curar al hombre, Jesús realiza una nueva creación. Al ciego curado Jesús le revela que ha venido al mundo para realizar un juicio, para separar a los ciegos curables de aquellos que no se dejan curar, porque presumen de sanos. En efecto, en el hombre es fuerte la tentación de construirse un sistema de seguridad ideológico: incluso la religión puede convertirse en un elemento de este sistema, como el ateísmo o el laicismo, pero de este modo uno queda cegado por su propio egoísmo.

¿Ves algo? Cristo en este pasaje nos hace esta pregunta. ¿Podremos responderle que sí vemos? Impresiona que Dios mismo esté preguntando de esta forma. Pero ¿Qué es lo que quiere que vea? ¿Cómo tengo que verlo?
Jesús nos pregunta si vemos con los ojos de la fe, es decir: que si en todo lo que hacemos está detrás la mano de Dios. Esta es la visión que Él quiere que tengamos en todas nuestras actividades, no quedarnos solamente con el ver cosas borrosas: “veo a los hombres como árboles”, más bien hay que procurar que nuestros ojos estén limpios.

La fe auténtica y sencilla obra el milagro de la vista y nos permite contemplar el mundo y la historia con mirada de dios. Abrir los ojos es abrir las puertas del alma a la actuación de la providencia. Queridos hermanos, dejémonos curar por Jesús, que puede y quiere darnos la luz de Dios. Confesemos nuestra ceguera, nuestra miopía y, sobre todo, lo que la Biblia llama el “gran pecado”: el orgullo. Que nos ayude en esto María santísima, la cual, al engendrar a Cristo en la carne, dio al mundo la verdadera luz.

“Tanto amó Dios al mundo, que le dio a su Hijo único”

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