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3 Minutos con Jesús en el evangelio de San Lucas 1,39-45

Suscríbete a nuestro canal de YouTube 👉 http://bit.ly/SuscribeteSanGabriel El Padre Francisco Lunar Trigo comparte con nosotros la meditación y el #EvangelioDeHoy Martes 21 de Diciembre 2021, Evangelio según San Lucas 1,39-45

Evangelio de San Lucas 1,39-45
En aquellos días, María se encaminó presurosa a un pueblo de las
montañas de Judea y, entrando en la casa de Zacarías, saludó a Isabel.
En cuanto esta oyó el saludo de María, la creatura saltó en su seno.
Entonces Isabel quedó llena del Espíritu Santo y, levantando la voz,
exclamó: «¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!
¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a verme? Apenas
llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de gozo en mi seno. Dichosa
tú, que has creído, porque se cumplirá cuanto te fue anunciado de parte
del Señor».

Meditación
¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? La Virgen María, llena de gracia y templo de Dios, abre a todos sus corazones. La alegría mesiánica que la llena es para darla, y tiende, como todo don de Dios, a la comunión. Por eso María sale de sí misma y camina hacia su pariente Isabel. Y ésta, “llena del Espíritu Santo”, entiende los signos de Dios y la proclama “dichosa porque ha creído”.

Desde que lo supo, María, no por falta de fe en la promesa, no por incertidumbre respecto al anuncio, sino con el gozo de su deseo, como
quien cumple un piadoso deber, se dirigió a las montañas.

“Llena de Dios de ahora en adelante ¿Cómo no iba a elevarse apresuradamente hacia las alturas? La lentitud en el esfuerzo es extraña a la gracia del Espíritu”.
María, por su “sí”, hace que la obra de Dios, su plan de salvación, sea una realidad para nosotros. Dios viene y viene por María. Por Ella nos llega el Sol verdadero: Cristo, el Salvador a quien nosotros esperamos. Cristo es realmente la luz del mundo; y lo es por la fe santa que Él enciende en las almas; por el ejemplo que nos da en el pesebre de Belén, en Nazaret, en la Cruz, en el Sagrario; por la túnica luminosa de gracia con que envuelve nuestra alma; por la santa Iglesia que nos entrega como verdadera Madre. A la luz de este Sol todo aparece claro, transparente.

Y ese Sol lució y luce ante nuestros ojos por medio de la Virgen María. Ahora Dios se nos aparece como un tierno y solícito Padre, que nos mira y nos trata como a verdaderos hijos suyos y nos convida a participar y a gozar con Él de su eterna y dichosa vida. Esta luz nos hace ver la nulidad de todo lo meramente humano, de todo lo terreno, de los bienes y felicidades de este mundo. Por eso hoy la liturgia canta en Vísperas esta antífona del Magníficat:
“¡Oh Oriente, ¡Resplandor de luz eterna, Sol de justicia! Ven e ilumina a los que estamos sepultados en las tinieblas y sombras de muerte”..

“Bienaventurada tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá”

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