Comentario del Evangelio

Comentario del Domingo XVI del Tiempo Ordinario | San Lucas 11,1-13

En este Domingo XVII del Tiempo Ordinario, Monseñor Rafael Escudero López-Brea, Obispo de la Prelatura de Moyobamba, presidirá la Celebración Eucarística en la Catedral de Moyobamba.

Una vez más contemplamos a Jesús que “estaba orando en cierto lugar”. Su oración brota de una fuente secreta: su unión amorosa con el Padre. De esta manera nos indica que la oración más agradable a Dios es la que hacemos como sus hijos, en plena unión de voluntad con el Padre. El Padre espera ver en cada uno de nosotros, cada vez que oramos, esa misma actitud filial, amorosa y obediente del Hijo Amado, que ora con los hombres y a favor de ellos.

“Cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: «Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos»”.

Jesús ya les estaba enseñando a orar con su propio ejemplo de oración, y este discípulo anónimo, que podemos ser tú y yo, ya estaba orando sin darse cuenta al pedir que le enseñara. Jesús nos enseña a orar dándonos ejemplo de hablar con Dios con un corazón limpio y sencillo, con una fe que es adhesión  al Padre, a su plan de salvación y a su voluntad, con una actitud filial hasta la audacia, porque de verdad somos sus hijos. Por su parte, el discípulo del evangelio de hoy, nos enseña que aprender a orar se aprende orando, pidiendo con humildad e insistencia, sencillez y perseverancia.

“Él les dijo: Cuando oren digan: Padre…”.

En respuesta a esta petición, el Señor confía a sus discípulos y a su Iglesia la oración cristiana fundamental. Dice Santo Tomás de Aquino: «La oración dominical es la más perfecta de las oraciones. En ella, no sólo pedimos todo lo que podemos desear con rectitud, sino además según el orden en que conviene desearlo. De modo que esta oración no sólo nos enseña a pedir, sino que también llena toda nuestra afectividad». Nos dice también San Basilio:”Siempre que ores, no empieces con la petición, sino con la alabanza: Padre… Olvida un momento a toda criatura visible e invisible, para alabar ante todo al Creador de todas las cosas”.

Jesús nos invita a orar al Padre como hijos suyos que somos desde el día maravilloso de nuestro bautismo, con simplicidad y audacia, con alegría y humildad, con la certeza de ser sus hijos amados. Orar al Padre es entrar en su misterio, tal como Él es y tal como el Hijo, hecho hombre, y el Espíritu Santo lo han dado a conocer. Llamar a Dios Padre es una bendición de adoración: le damos gracias por habernos revelado su Nombre, por habernos concedido creer en Él y por haber sido habitados por su presencia.

Después de enseñar el Padre Nuestro Jesús agregó la parábola del amigo importuno, que insistentemente recurre a su amigo para pedirle tres panes ante la visita inesperada de otro amigo, para indicarnos la eficacia de la oración y que en ella es muy importante el combate del amor humilde que se expresa en la insistencia, en la constancia y en la perseverancia de la petición, llenas de humildad y confianza en el “Amigo” que sabemos no nos va a defraudar nunca, incluso aunque no nos conceda los “tres panes”, porque Él sabe mejor que nosotros lo que nos conviene en cada momento.

Dice San Ambrosio: “Este Amigo es Dios, Amigo inmensamente rico, que puede colmar todo vacío de nuestra vida, verdadero Amigo que acaba siempre por darnos lo que legítimamente le pedimos, Amigo atentísimo, dispuesto a oírnos día y noche, que no se enoja que le pidamos, como el de la parábola, sino que nos solicita  a que tratemos con él de nuestras miserias. No temamos ser importunos con Aquel para quien siempre la buena oración es esperada y oportuna”. Orar es siempre posible, porque Cristo está con nosotros todos los días.

“Por eso yo les digo: Pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá; porque quien pide recibe, quien busca encuentra, y al que llama se le abre”.  

Hay que ir a la oración como un pobre necesitado. La plegaria es una confesión de nuestra propia indigencia. Orar es pedir, llamar, gritar, clamar, como hijos en el Hijo, sin exigir el resultado inmediato, sin tomar a Dios como un medio para conseguir nuestros propios fines e intereses. Dios atiende siempre nuestra oración, conoce nuestro deseo, nuestra necesidad, sea la que sea, y sabe lo que nos conviene. No obstante, quiere que le pidamos animados por su Espíritu, para conocer en verdad el deseo de Dios. San Agustín decía: “Él quiere que nuestro deseo sea probado en la oración. Así nos dispone para recibir lo que él está dispuesto a darnos”.

Para ilustrar más su enseñanza sobre la oración, ahora Jesús va a recurrir al ejemplo del buen padre humano que sabe dar cosas buenas a sus hijos que le piden. “Pues, si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¿cuánto más el Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?”.

Siguiendo la invitación de Jesús contemplemos detenidamente el amor del corazón de tantos padres buenos de la tierra que dan cada día tantas cosas buenas, bajo el cielo de todo el orbe de la tierra. Jesús nos enseña que lo primero que hemos de pedir en la oración es el Espíritu Santo, que es el don por excelencia, don maravilloso, el don de Dios es Dios mismo. La “cosa buena” que nos da es Él mismo. Lo verdaderamente importante en la oración no es pedir esto o aquello, sino que Dios se nos quiere dar. Este es el don de todos los dones. Dios no se burla de nosotros. ¡Nos da, nada menos que su propio Espíritu! La oración es un camino para purificar poco a poco nuestros deseos, corregirlos e ir sabiendo lo que necesitamos de verdad: a Dios.