En este Domingo XVI del Tiempo Ordinario, Monseñor Rafael Escudero López-Brea, Obispo de la Prelatura de Moyobamba, presidirá la Celebración Eucarística en la Catedral de Moyobamba.

“Mientras iban caminando, Jesús entró en un pueblo, y una mujer que se llamaba Marta lo recibió en su casa”.
La escena del Evangelio de este domingo tiene lugar en una casa muy querida por Jesús, en Betania, donde unas hermanas Marta y María que tienen también un hermano, Lázaro, quien en este caso no aparece, gozaban de su amistad. El detalle de que Marta recibiera a Jesús da a entender que ella es la mayor, quien gobierna la casa.
Aquí encontramos lecciones de vida espiritual.
“Tenía una hermana llamada María, que sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra”.
María encarna el amor grande y perfecto.
Después de que Jesús entró, María se sentó cerca de Él, a sus pies, y se dedica a contemplarle y escucharle, sin perder una sola de sus palabras. Está allí como clavada por un imán, como arrebatada por la presencia del Maestro y sus palabras. María piensa que sería un pecado perder un solo instante de la compañía de Jesús. María da el primer lugar a lo que efectivamente es más importante en la vida, la escucha de la Palabra del Señor. María elige lo esencial. Contemplar, amar, escuchar, llenar el alma de Dios, no es pura pasividad.
En este gesto de María la Iglesia ha visto siempre un anuncio de lo que será la vida en el reino de los cielos: su recogimiento, su desasimiento de todo lo terreno, su contemplación de Cristo. Es el reino de lo esencial, el reino de la unidad quieta y dichosa.
“Marta estaba muy ocupada con los quehaceres de la casa”.
Marta encarna el amor grande e imperfecto.
Marta mueve atareada en muchos servicios, debidos ciertamente al Huésped excepcional. Su amor por Jesús es un amor verdadero, pero agitado. Marta busca muchas cosas, se divide, se dispersa, le puede la impaciencia. Está sirviendo al Señor, pero lo hace nerviosa, agitada, disgregada. La imperfección en Marta está en que no trabaja en Cristo, aunque sí por Cristo y para Cristo. Se sumerge en el trabajo y le domina, y pierde la libertad y el dominio. Ya no escucha la palabra del Señor.
La dificultad de la acción es que corta la comunicación con Cristo y confunde el estar con el Señor con el estar al margen del Señor.
“Marta dijo: ‘Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola con todo el trabajo? Dile que me ayude’”.
Evidentemente molesta, ya no aguanta y protesta, sintiéndose incluso con el derecho de criticar a Jesús y de imponerle lo que tiene que hacer. Su amor al Señor se ha manchado de una especie de celos. Marta quería incluso dar lecciones al Maestro.
Con gran paciencia y calma y también con seriedad “el Señor le respondió: “Marta, Marta”’, este nombre repetido expresa el afecto que le tenía Jesús y un amoroso reproche, “te inquietas y te agitas por muchas cosas, y sin embargo, pocas cosas, o más bien, una sola es necesaria”: agradar al Señor; y esto da unidad a toda la vida. “María eligió la mejor parte, que no le será quitada”.
Las palabras de Jesús resultan desconcertantes. Pero lo que Jesús reprocha a Marta no es su actividad, sino que realice su trabajo sin paz, con agobio y murmuración, hasta el nerviosismo que llega a hacer olvidar la única cosa necesaria en el afán de tantas otras cosas que no lo son.
Jesús defiende la contemplación de María y la presenta como la vanguardia de los verdaderos valores. La contemplación no huye de la realidad, sino de la vaciedad; no elige la soledad por temor al mundo, sino porque sabe que en esa soledad hay más plenitud que en el ruido.
La palabra de Cristo es clarísima: ningún desprecio por la vida activa, ni mucho menos por la generosa hospitalidad; sino una llamada clara al hecho de que lo único verdaderamente necesario es otra cosa: escuchar la Palabra del Señor; y el Señor en aquel momento está allí, ¡presente en la Persona de Jesús! Todo lo demás pasará y se nos quitará, pero la Palabra de Dios es eterna y da sentido a nuestra actividad cotidiana.
Esta página del Evangelio nos recuerda el hecho de que la persona humana debe trabajar, sí; empeñarse en las ocupaciones domésticas y profesionales; pero ante todo tiene necesidad de Dios, que es luz interior de amor y de verdad. Sin amor, hasta las actividades más importantes pierden valor y no dan alegría. Sin un significado profundo, toda nuestra acción se reduce a activismo estéril y desordenado. Y ¿quién nos da el amor y la verdad sino Jesucristo? Por eso aprendamos a ayudarnos los unos a los otros, a colaborar, pero antes aún a elegir juntos la parte mejor, que es y será siempre nuestro mayor bien.
Esta escena trata de alertarnos sobre los dos extremos que un discípulo de Jesús debería de evitar: tanto un modo de trabajar que nos haga olvidar lo más importante, como un modo de contemplar que nos haga inhibirnos de aquellos quehaceres que caritativamente hemos de compartir con los demás.
Hoy corremos más riesgo de olvidar esa actitud de escuchar a Jesús, de dedicar tiempo a su Palabra y a su Presencia. Hijos como somos de una cultura de la prisa y del nerviosismo y del hacer por hacer, lo que no está de moda es la gratuidad y por ello tanto nos cuesta orar de verdad, y ello explicaría en buena medida cómo trabajando a veces tanto -incluso apostólicamente- tenga en ocasiones tan poco fruto todo nuestro esfuerzo y dedicación.
La tradición cristiana ha resumido esta enseñanza de Jesús en un binomio que recoge la actitud del verdadero discípulo cristiano: contemplativo en la acción y activo en la contemplación.