En este Domingo XV del Tiempo Ordinario, Monseñor Rafael Escudero López-Brea, Obispo de la Prelatura de Moyobamba, presidirá la Celebración Eucarística en la Catedral de Moyobamba.

El Evangelio de este domingo se abre con la pregunta que un doctor de la Ley plantea a Jesús sobre la vida eterna. Este domingo la Iglesia nos proclama uno de los evangelios en el que Dios muestra su corazón de una forma admirable.
“Y entonces, un doctor de la Ley se levantó y le preguntó para ponerlo a prueba: ‘Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la Vida eterna?’
Jesús le preguntó a su vez: ‘¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?’”.
En vez de contestar a la pregunta Jesús le propone otra pregunta, obligándole a tomar posición. Sabiéndole experto en Sagrada Escritura, el Señor invita a aquel hombre a dar él mismo la respuesta, que de hecho éste formula perfectamente citando los dos mandamientos principales: “Él le respondió: ‘Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu espíritu, y a tu prójimo como a ti mismo’”. Jesús resumió los deberes del hombre para con Dios en este mismo mandamiento. Este es su mandamiento que resume todos los demás y que nos dice en qué consiste hacer su voluntad. El prójimo no es un añadido para el hombre. Su alma se mide por su apertura al prójimo.
“Has respondido exactamente, le dijo Jesús; obra así y alcanzarás la vida.
Pero el doctor de la Ley, para justificar su intervención, le hizo esta pregunta: ‘¿Y quién es mi prójimo?’”.
Un falso interés, vino a desvelar su más crasa ignorancia: “¿quién es mi prójimo?”. Jesús tiene por la humanidad un amor realista, no es un ingenuo que diviniza lo humano, ni ningún fanático que lo maldice. Se trata de un amor consciente a una humanidad capaz de las más nobles causas para el bien, como de las más bajas tendencias para el mal, a pesar de esto, Jesús se entrega de todo corazón a esta humanidad. Este amor a los hombres tiene un rasgo fundamental, es la compasión ante sus sufrimientos, la predilección ante quien yace en la miseria. Es aquí donde empieza toda la novedad del evangelio. Entonces Jesús contará la conmovedora parábola del buen samaritano.
“Jesús volvió a tomar la palabra y le respondió: ‘Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de unos ladrones, que lo despojaron de todo, lo hirieron y se fueron, dejándolo medio muerto’”.
Hay un hombre malherido, medio muerto por una paliza bandida. Sobre ese cruel escenario van a ir pasando diferentes personajes poniendo de manifiesto la calidad de su amor, la caridad de su corazón. En este ejemplo de Jesús, se puso bien a las claras hasta qué punto la ley puede matar, cómo hay cumplimientos que son sólo torpes evasiones.
“Casualmente bajaba por el mismo camino un sacerdote: lo vio y siguió de largo. También pasó por allí un levita: lo vio y siguió su camino”.
El sacerdote y el levita pasaron de largo, tal vez pensando que al contacto con la sangre, de acuerdo con un precepto, se contaminarían.
“Pero un samaritano que viajaba por allí, al pasar junto a él, lo vio y se conmovió”.
El último personaje ante el escenario común, será un samaritano, alguien que no entiende de leyes, ni de distingos. Se topa con un pobre maltratado y… no sabe más. Alguien que seguramente jamás se había planteado qué había que hacer para heredar la vida eterna, pero que sería el único de los actores que había entendido la Ley. El samaritano se hace cargo de la situación de un desconocido a quien los salteadores habían dejado medio muerto en el camino,
“Entonces se acercó y vendó sus heridas, cubriéndolas con aceite y vino; después lo puso sobre su propia montura, lo condujo a un albergue y se encargó de cuidarlo. Al día siguiente, sacó dos denarios y se los dio al dueño del albergue, diciéndole: ‘Cuídalo, y lo que gastes de más, te lo pagaré al volver’”.
Observemos los verbos empleados: llegó a donde estaba él, lo vio, sintió compasión, se acercó, le vendó las heridas, echando aceite y vino, el aceite es signo de curación, pues suaviza las contusiones y las heridas y el ungido irradia belleza, santidad y fuerza, lo montó en su cabalgadura, lo llevó a una posada, lo cuidó, pagó los gastos…
Jesús da completamente la vuelta a la noción de prójimo y responde con la célebre parábola del buen samaritano, para indicar que nos corresponde a nosotros hacernos prójimos de cualquiera que tenga necesidad de ayuda. El prójimo soy yo cuando me acerco con amor a los demás.
Aquel samaritano fue para su hermano prójimo, reflejo del Padre que nos sana, nos carga, paga por nosotros….
El buen samaritano es Cristo que “también hoy se acerca a todo hombre que sufre en su cuerpo o en su espíritu, y cura sus heridas con el aceite del consuelo y el vino de la esperanza” (Prefacio Común VIII).
Nosotros, conocedores de la revelación de la misericordia que se nos ha manifestado en Jesucristo, podemos correr el riesgo de no entender nada del cristianismo, si al preguntarnos legítimamente sobre qué hacer para heredar el cielo, lo hacemos evadiéndonos de la tierra, del dolor de Dios que Él quiere sufrir en tantos de sus hijos pobres, enfermos, marginados, torturados, expatriados, asesinados, silenciados…
“¿Cuál de los tres te parece que se portó como prójimo del hombre asaltado por los ladrones? El que tuvo compasión de él, le respondió el doctor”.
La parábola, por lo tanto, debe inducirnos a transformar nuestra mentalidad según la lógica de Cristo, que es la lógica de la caridad: Dios es amor, y darle culto significa servir a los hermanos con amor sincero y generoso.
Cristo murió por amor a nosotros cuando éramos todavía sus enemigos. El Señor nos pide que amemos como Él hasta a nuestros enemigos y que nos hagamos prójimos del más lejano.
Dice Benedicto XVI: “Este relato del Evangelio ofrece el criterio de medida, la universalidad del amor que se dirige al necesitado encontrado casualmente, quienquiera que sea. Junto a esta regla universal, existe también una exigencia específicamente eclesial: que en la Iglesia misma como familia, ninguno de sus miembros sufra por encontrarse en necesidad. El programa del cristiano, aprendido de la enseñanza de Jesús, es un corazón que ve dónde se necesita amor y actúa en consecuencia”.
Ser cristiano es tener la entraña de Dios, es vivir con misericordia. Ser prójimo, en cristiano, es practicar la misericordia con cada próximo, sea quien sea. Y Jesús añadió, y hoy nos añade a nosotros: “Ve, y procede tú de la misma manera”. Amar no es un sentimiento es, ante todo, un acto eficaz y concreto.