Comentario del Evangelio

Comentario del Domingo XIX del Tiempo Ordinario | San Lucas 12,32-48

En este Domingo XIX del Tiempo Ordinario, Monseñor Rafael Escudero López-Brea, Obispo de la Prelatura de Moyobamba, presidirá la Celebración Eucarística en la Catedral de Moyobamba.

En el pasaje evangélico de este domingo —mediante tres parábolas— prosigue el discurso de Jesús a los discípulos sobre el valor de la persona a los ojos de Dios y sobre la inutilidad de las preocupaciones terrenas. No se trata de un elogio al desinterés.

“Jesús dijo  a sus discípulos: No temas, pequeño rebaño, porque el Padre de ustedes ha tenido a bien darles el reino”.

Al escuchar esta invitación tranquilizadora de Jesús nuestro corazón se abre a una esperanza que ilumina y anima la existencia concreta: tenemos la certeza de que el Evangelio no es solamente una comunicación de cosas que se pueden saber, sino una comunicación que comporta hechos y cambia la vida. Es cierto: el Reino de Dios sólo Dios puede darlo. No es fruto  directo de nuestro esfuerzo, ni una prolongación de nuestras posibilidades humanas; no es consecuencia de nuestros actos de virtud; no es algo que el hombre pueda conseguir o merecer. Es un regalo, una herencia que recibimos gratuitamente y por pura misericordia. El Reino es ese rebaño por el que Jesús, Buen Pastor, vive obsesionado y por el que dará la vida,  y que aun siendo pequeño rebaño, su grandeza está precisamente en su pequeñez. La fuerza del Reino no está en el número de sus miembros, sino en la fidelidad al evangelio de los que siguen a Jesús; está en la realización del evangelio en las vidas de los hombres y de las sociedades.

“Vendan sus bienes y den limosna…”

Jesús en el Evangelio de hoy ilustra cómo la espera del cumplimiento de la bienaventurada esperanza, su venida, debe impulsar todavía más a una vida intensa, llena de obras buenas. El Señor nos aconseja vivir el desprendimiento de los bienes con ánimo confiado, en aras de la solidaridad fraterna. El que solamente cree en lo que tiene, se cierra el camino a la esperanza, a la caridad, al compartir con los otros. Nos exhorta a huir de toda avaricia y a no preocuparnos en exceso de las cosas temporales, porque nuestro fin es más alto, es el Reino de los cielos. Se trata de una invitación a usar las cosas sin egoísmo, sin sed de posesión o de dominio, sino según la lógica de Dios, la lógica de la atención a los demás, la lógica del amor.

El dinero que invertimos en limosna, está invertido en Dios, no se pierde, porque Dios lo guarda en “bolsas que no se desgastan”, “en un tesoro inagotable en el cielo”. Dice san Basilio: “Oh hombre, imita a la tierra; produce fruto igual que ella, que es un ser inanimado. La tierra produce unos frutos de los que ella no ha de gozar, sino que están destinados a tu provecho. En cambio, los frutos de beneficencia que tú produces  los recolectas en provecho propio, ya que la recompensa de las buenas obras revierte en beneficio de los que las hacen. Cuando das al necesitado, lo que das se convierte algo tuyo que se te devuelve acrecentado”. No acumulemos egoístamente “porque allí donde tengan su tesoro, tendrán también su corazón” aprisionado, esclavizado.

Ahora Jesús nos exhorta al servicio y a la vigilancia para conseguir participar en el Reino. “Tengan ceñida la cintura…”. Tener ceñida la cintura es estar dispuestos a agradar al Señor en todo, es estar dispuestos y fáciles a ejecutar las obras del Señor,  removiendo los obstáculos de todo orden que se pongan por medio en el servicio al Señor, es estar dispuestos a ir línea recta a Cristo caiga lo que caiga y quien caiga. El cristiano no es un ser pasivo e indiferente. Por el contrario, está en alerta constante, siempre presto a la acción y preparado para servir día y noche. “Y encendidas las lámparas” de la fe, de la recta intención, del estado de gracia del alma enamorada de Cristo, de las buenas obras. Lámparas encendidas que nos alumbran en la noche de la vida para no vivir en las tinieblas, para no dejarnos encandilar por los aparentes y efímeros atractivos de este mundo.

El Señor premiará espléndidamente la fidelidad y atención de sus siervos siempre disponibles para él. “Dichosos los criados a quienes el señor, al llegar, los encuentre despiertos; les aseguro que se ceñirá, los hará sentar a la mesa y los irá sirviendo”. Jesús no vacila en recordar que el hombre es, ante todo, apertura a Dios, relación con Dios, que el hombre es siervo de Dios y que en esta servidumbre está su mayor título de nobleza, su mayor felicidad. Para Jesús estar despiertos es luchar contra la torpeza, la negligencia, la pereza, para estar siempre en estado de disponibilidad. Jesús se describe a sí mismo, hecho siervo por amor a nosotros, nos ha hecho un puesto en el banquete del Reino de los cielos y en el festín cotidiano de la Santa Eucaristía, prenda de la gloria futura, donde el mismo Dios se sirve a Sí mismo como Pan de vida eterna. ¿Estoy siempre a punto para recibir y servir al Señor?

Después de invitar a sus discípulos a la vigilancia, Jesús, contestando a la pregunta de Pedro “¿has dicho esta parábola por nosotros o por todos?”, hace una aplicación particular de la parábola  a los pastores de la Iglesia, que deben ser como un “administrador fiel y solícito a quien el amo ha puesto al frente de su servidumbre para que les reparta la ración de alimentos a sus horas”. El sacerdote es solamente un administrador, no es el Amo; es fiel si no se aparta un ápice de la voluntad de su Amo; es solícito si sabe gobernar con prudencia según las exigencias del tiempo, lugar y personas; y él también tendrá que rendir cuentas sobre cómo ha servido al Señor en sus hermanos, dándoles la Palabra y el Sacramento, el consejo y la orientación, el apoyo de la caridad y el consuelo de la fe. Otra vez resalta el Señor la felicidad que hay en el servicio y en el bien hacer: “Dichoso el criado a quien su amo lo encuentre portándose así. Les aseguro que lo pondrá al frente de todos sus bienes”.

Aunque puede suceder lo contrario: “Pero si el empleado piensa: Mi señor tarda en llegar, y empieza a pegarles a los criados y a las criadas, y se pone a comer, y beber y emborracharse, llegará el señor de aquel criado el día y a la hora que menos lo espera y lo despedirá, condenándolo a la pena de los que no son fieles”. El que no es fiel es el que no obedece a su conciencia ni a la Palabra de Dios, infiel es el que no quiere servir amando al Señor, infiel es el que no vive según las promesas de su bautismo. Temamos ser tratados como se trata a los que no son fieles, siendo separados del Reino de Dios.

En esta parábola Jesús muestra su personalidad equilibrada, que no es la serenidad de quienes nunca estallan porque tienen poca alma; Jesús es una mezcla de majestad y dulzura, que mantiene su firmeza ante la injusticia; su carácter es más bien duro, poderoso, sus afirmaciones son radicales, claras, contundentes. Él dice: “el criado que conoce la voluntad de su señor, pero no está preparado o no hace lo que él quiere, recibirá un castigo muy severo”. A mayor conocimiento mayor castigo, porque el conocimiento debe ser la norma de la vida.

Termina Jesús con una síntesis en la que se contiene el principio moral de la acción, los deberes que hemos de cumplir y la responsabilidad que se le exigirá a cada uno: “A quien se le dio mucho, se le exigirá mucho; a quien se le confió mucho, se le pedirá mucho más”. Cuanto mayor sea la responsabilidad, mayores serán las cuentas a rendir.

¡Ayúdanos, Señor!