Comentario del Evangelio

Comentario del Domingo XXVII del Tiempo Ordinario | San Lucas 17,5-10

En este Domingo XXVII del Tiempo Ordinario, Monseñor Rafael Escudero López-Brea, Obispo de la Prelatura de Moyobamba, presidirá la Celebración Eucarística en la Catedral de Moyobamba.

En el evangelio de hoy tenemos un ejemplo de los diálogos provocados por la palabra de Jesús. Están Jesús y los apóstoles frente a frente, y se plantean dos temas tan básicos como el poder de la fe y la relación del hombre con Dios. El evangelio nos enseña el papel fundamental de la fe en la gozosa dependencia de Dios.

“En aquel tiempo los Apóstoles le pidieron al Señor: ‘Auméntanos la fe’”.

Los Apóstoles eran muy conscientes de la magnitud de la exigencia que el Señor les presentaba. Ellos ven la desproporción entre lo que el Maestro propone y lo que de hecho sus vidas dan de sí. Pero ellos, a su vez, le piden a Jesús que les otorgue, por gracia, lo que Él les pide.

La fe es un don gratuito que Dios hace al hombre. Sólo es posible creer por la gracia y los auxilios interiores del Espíritu Santo.

Pero es cierto también que creer es un acto auténticamente humano. Por la fe, sometemos completamente nuestra inteligencia y nuestra voluntad a Dios. Con todo nuestro ser damos nuestro asentimiento a Dios. No es contrario ni a la libertad ni a la inteligencia del hombre dar la confianza a Dios y unirse a las verdades por Él reveladas.

Creer en Cristo Jesús y en el Padre que lo envió para salvarnos es necesario para obtener esa salvación.

Este don inestimable podemos perderlo. Para vivir, crecer y perseverar hasta el fin en la fe debemos pedir al Señor que nos la aumente.

La fe nos hace gustar de antemano el gozo y la luz de la visión beatífica, fin de nuestro caminar aquí abajo. La fe es ya el comienzo de la vida eterna.

Escuchar la Palabra de Dios nos lleva a una oración de este tipo.

Jesús provoca a sus discípulos de frágil fe, utilizando el recurso de la paradoja: creer hasta lo imposible. “Él respondió: “Si ustedes tuvieran fe como un granito de mostaza, dirían a ese árbol: ‘Arráncate de raíz y plántate en el mar´. Y les obedecería”’.

Creer es la adhesión de toda la persona. La fe que va derivándose como condición para ser discípulo de Jesús es una fe para todo momento, suceda lo que suceda: lo que es imposible para nosotros no lo es para Dios. La fe es un don. La adhesión a Dios que transforma en posibles los imposibles, no es fruto del empeño, ni del noble es fuerzo, sino una gracia que Dios concede a quien la pide y la acoge.

“¿Quién de ustedes que tenga un criado arando o pastoreando, le dice cuando llega del campo: ‘Ven siéntate a la mesa’? ¿No le dirá más bien: ‘¿Prepárame la cena y sírveme mientras como y bebo, y luego comerás y beberás tú’? ¿Tienen ustedes que estar agradecidos al criado porque ha hecho lo mandado?”. 

En este relato se trata de una lección sobre las relaciones con Dios que consisten en hacer todo lo que Él nos mande. Jesús nos da aquí la imagen de Dios amo, ante el que solo cabe estar en una actitud de esmerado y cumplido servicio, siendo, como María, el esclavo del Señor, dispuesto siempre a satisfacer sus deseos. ¡Dios el primero en ser servido, el primero en ser obedecido!

Así también ustedes: cuando hayan hecho todo lo mandado, digan: ‘Somos siervos inútiles, hemos hecho lo que debíamos hacer’”.

La lección esencial es que ningún hombre tiene derecho a hacer valer sus derechos ante Dios, que nadie debe gloriarse de sus buenas obras ante Dios. Si no cumplimos bien con nuestro servicio corremos un gran peligro, pero si lo cumplimos no le hacemos ninguna merced a Dios. Con esto se nos cura el mal de la soberbia. Dios exige cuanto quiere por derecho de soberanía sobre nosotros, pero como es bueno y misericordioso, no deja nunca sin recompensa todo lo bueno que hacemos, provocando así nuestra benevolencia.

Nadie termina nunca su servicio a Dios y nunca haremos lo suficiente.

Comenta S. Ambrosio: “No te vanaglories si serviste bien a Dios. No has hecho más que lo que debías. Le sirve le sol; le obedece la luna; le sirven los ángeles. No nos alabemos de que le sirvamos nosotros”

Que obremos siempre gratuitamente, sin esperar recompensa. Que el Señor nos conceda estar a su servicio desinteresadamente.