Jesús, luz de las Naciones
Exactamente a 40 días de la Natividad del Señor, celebramos la Presentación del niño Jesús en el Templo y la Purificación de la Virgen María, también llamada la “Fiesta de la Candelaria”.
Jesús se manifiesta como luz en medio de las tinieblas, Rey de las Naciones, y la Virgen nos lo presenta como la lumbrera de nuestras noches oscuras, luz de salvación.
Según los preceptos de la Ley de Moisés que mandaba : “Todo varón primogénito será consagrado al Señor” y para ofrecer en sacrificio “un par de tórtolas o dos pichones”, también mandaba que toda mujer que diese a luz un varón, en el plazo de cuarenta días, debía acudir al Templo para purificarse de la mancha que dejaba el dar a luz y allí ofrecer a su primogénito a Dios, tal y como dice este pequeño fragmento del Evangelio.
Lucas 2, 22-38
Cuando se cumplieron los días de la purificación de ellos, según la Ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarle al Señor, como está escrito en la Ley del Señor: “Todo varón primogénito será consagrado al Señor” y para ofrecer en sacrificio “un par de tórtolas o dos pichones”, conforme a lo que se dice en la Ley del Señor. Y he aquí que había en Jerusalén un hombre llamado Simeón; este hombre era justo y piadoso, y esperaba la consolación de Israel; y estaba en él el Espíritu Santo. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor. Movido por el Espíritu, vino al Templo; y cuando los padres introdujeron al niño Jesús, para cumplir lo que la Ley prescribía sobre él, le tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz; porque han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos, luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel.»
Sabemos que la Familia Sagrada estaban exentos de esta ley, y que María no necesita purificarse por haber concebido milagrosamente por obra y gracia del Espíritu Santo. Pero a pesar de ello, María oculta este prodigio y acude humildemente como cualquier otra mujer a purificarse, aquí podemos darnos cuenta la bondad de los corazones de la Familia Sagrada, que ellos cumplían con la voluntad de Dios.
Al entrar al Templo, se encontraron con dos personas: con Simeón y Ana, ancianos de avanzada edad y llenos del Espíritu Santo, que esperaban ver cómo se cumplía los designios de Dios, la redención de su pueblo, pues ellos fueron testigos del amor de Dios a la humanidad.
El nacimiento de Jesús no sólo es causa de alegría y gozo, sino también anuncio de lucha y muerte contra el enemigo de Dios, contra aquel que nos separa de su mano, contra la debilidad y la resistencia del hombre. Y, finalmente el anuncio de la cruz, que es humanamente un fracaso, pero que en realidad se convertirá en la victoria de Cristo sobre el pecado, y aquel que nos abrirá la puerta del cielo que nos lleva al Padre.
Jesús viene a nosotros, pues estemos atentos a tener bien preparado el aceite de nuestras lámparas, para que la llama de Cristo se encienda sin cesar en nuestras vidas, acojamos y bendigamos a Dios, por habernos enviado al Salvador de los hombres, que es Cristo Nuestro Señor.
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