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Evangelio de hoy 29 ene. 2020 (San Marcos 4,1-20.)

Jesús comenzó a enseñar de nuevo a orillas del mar. Una gran multitud se reunió junto a él, de manera que debió subir a una barca dentro del mar, y sentarse en ella. Mientras tanto, la multitud estaba en la orilla. El les enseñaba muchas cosas por medio de parábolas, y esto era lo que les enseñaba: “¡Escuchen! El sembrador salió a sembrar. Mientras sembraba, parte de la semilla cayó al borde del camino, y vinieron los pájaros y se la comieron. Otra parte cayó en terreno rocoso, donde no tenía mucha tierra, y brotó en seguida porque la tierra era poco profunda; pero cuando salió el sol, se quemó y, por falta de raíz, se secó. Otra cayó entre las espinas; estas crecieron, la sofocaron, y no dio fruto. Otros granos cayeron en buena tierra y dieron fruto: fueron creciendo y desarrollándose, y rindieron ya el treinta, ya el sesenta, ya el ciento por uno”. Y decía: “¡El que tenga oídos para oír, que oiga!”. Cuando se quedó solo, los que estaban alrededor de él junto con los Doce, le preguntaban por el sentido de las parábolas. Y Jesús les decía: “A ustedes se les ha confiado el misterio del Reino de Dios; en cambio, para los de afuera, todo es parábola, a fin de que miren y no vean, oigan y no entiendan, no sea que se conviertan y alcancen el perdón”. Jesús les dijo: “¿No entienden esta parábola? ¿Cómo comprenderán entonces todas las demás? El sembrador siembra la Palabra. Los que están al borde del camino, son aquellos en quienes se siembra la Palabra; pero, apenas la escuchan, viene Satanás y se lleva la semilla sembrada en ellos.
Igualmente, los que reciben la semilla en terreno rocoso son los que, al escuchar la Palabra, la acogen en seguida con alegría; pero no tienen raíces, sino que son inconstantes y, en cuanto sobreviene la tribulación o la persecución a causa de la Palabra, inmediatamente sucumben. Hay otros que reciben la semilla entre espinas: son los que han escuchado la Palabra, pero las preocupaciones del mundo, la seducción de las riquezas y los demás deseos penetran en ellos y ahogan la Palabra, y esta resulta infructuosa. Y los que reciben la semilla en tierra buena, son los que escuchan la Palabra, la aceptan y dan fruto al treinta, al sesenta y al ciento por uno”.

La generosa bondad de Dios

Reflexionando un día sobre múltiples gracias recibidas de la generosa bondad de Dios, Gertrudis se juzgó miserable e indigna de todo favor, porque había malgastado tanto los dones recibidos de Dios. No veía ningún fruto obtenido para beneficio de ella o para poder dar gracias. Tampoco para otros, que al tomar consciencia, hubieran encontrado un motivo de edificación y de progreso en el conocimiento de Dios. Una luz la consoló: el Señor no derrama las gracias para exigir el fruto correspondiente, sabiendo que la fragilidad humana muy seguido pone obstáculos. Dios derrama las gracias porque su bondad y generosidad desbordantes no conocen medida. Aunque sabe que el hombre no puede hacer fructificar todas las gracias, las derrama para asegurar al hombre una acumulación de felicidad eterna.

Ocurre a veces en el plano terrestre, que se da a un pequeño un objeto del que ignora la utilidad. Sin embargo cuando sea adulto, posteriormente, será causa de múltiples bienes. Así el Señor, cuando confiere la gracia en esta vida a sus elegidos, les prepara y les asegura los bienes que gozarán eternamente en la felicidad de los cielos.

FUENTE: evangeliodeldia.org