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Evangelio de hoy 27 dic. 2019 (San Juan 20,2-8.)

El primer día de la semana, María Magdalena corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro discípulo al que Jesús amaba, y les dijo: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto”.
Pedro y el otro discípulo salieron y fueron al sepulcro.
Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió más rápidamente que Pedro y llegó antes.
Asomándose al sepulcro, vio las vendas en el suelo, aunque no entró.
Después llegó Simón Pedro, que lo seguía, y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo, y también el sudario que había cubierto su cabeza; este no estaba con las vendas, sino enrollado en un lugar aparte.
Luego entró el otro discípulo, que había llegado antes al sepulcro: él también vio y creyó.

«Sabemos que su testimonio es verdadero»

El Redentor tampoco quiere que falte en el pesebre quien en vida le fue particularmente querido: el discípulo que Jesús amaba (Jn 13,23). Él se nos presenta como la imagen de la pureza virginal. Porque era puro, agradó al Señor. Él se apoyó sobre el pecho de Jesús y allí fue iniciado en los misterios del corazón divino (Jn 13,25). Al igual que el Padre del Cielo dio testimonio de su Hijo cuando dijo: «Este es mi Hijo amado, en quien me complazco, escuchadlo» (Mc 9,7), así parece señalarnos el Niño Dios a su discípulo amado y decirnos: «ningún incienso me es tan grato como la entrega de un corazón puro. Escuchad a aquel que pudo ver a Dios porque tenía un corazón puro» (Mt 5,8).

Nadie ha contemplado tan profundamente los abismos escondidos de la vida divina como él. Por eso él proclama solemnemente y secretamente el misterio del eterno nacimiento del Verbo divino. Él experimentó las luchas del Señor tan de cerca como sólo lo puede hacer un alma que ama esponsalmente. Cuidadosamente ha guardado y nos ha transmitido testimonios en los cuales el Redentor confesó su divinidad, frente a amigos y enemigos. Por él sabemos qué parte nos corresponde en la vida de Cristo y en la vida del Dios Trinitario.

Juan junto al pesebre nos dice: mirad lo que se concede a quien se entrega a Dios con corazón puro. Estos participarán de la total e inagotable plenitud de la vida humano-divina de Cristo como recompensa real. Venid y bebed de las fuentes de agua viva que el Salvador abre a los sedientos y que continúan manando en la vida eterna (Jn 7,37; 3,14). La Palabra se hizo carne y está ante nosotros bajo la forma de un niño recién nacido.