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Evangelio de hoy 20 ene. 2020 (San Marcos 2, 18-22.)

Un día en que los discípulos de Juan y los fariseos ayunaban, fueron a decirle a Jesús: “¿Por qué tus discípulos no ayunan, como lo hacen los discípulos de Juan y los discípulos de los fariseos?”. Jesús les respondió: “¿Acaso los amigos del esposo pueden ayunar cuando el esposo está con ellos? Es natural que no ayunen, mientras tienen consigo al esposo. Llegará el momento en que el esposo les será quitado, y entonces ayunarán. Nadie usa un pedazo de género nuevo para remendar un vestido viejo, porque el pedazo añadido tira del vestido viejo y la rotura se hace más grande. Tampoco se pone vino nuevo en odres viejos, porque hará reventar los odres, y ya no servirán más ni el vino ni los odres. ¡A vino nuevo, odres nuevos!”.

La Iglesia, Esposa de Cristo

Las palabras de la carta a los Efesios tienen una importancia fundamental: «Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a su Iglesia: Él se entregó a sí mismo por ella, para consagrarla, purificándola con el baño del agua y la palabra, y para colocarla ante sí gloriosa, sin mancha ni arruga. ‘El hombre abandonará a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne’. Es éste un gran misterio: y yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia» (5,25-32; Gn 2,24).

El misterio pascual revela plenamente el amor esponsal de Dios. Cristo es el Esposo porque «se entregó a sí mismo»: su cuerpo fue entregado, su sangre fue derramada (Lc 22,19.20). Es así que él «amó hasta el extremo» (Jn 13,1). El don totalmente desinteresado que supone el sacrificio de la cruz hace sobresalir, de manera decisiva, el sentido esponsal del amor de Dios. Cristo, como redentor del mundo, es el Esposo de la Iglesia. La Eucaristía hace presente y realiza de nuevo, sacramentalmente, el acto redentor de Cristo que creó a la Iglesia, su cuerpo. Cristo está unido a este cuerpo como el esposo a la esposa. Todo esto está dicho en la carta a los Efesios. Dentro del «gran misterio» de Cristo y de la Iglesia se halla introducida la eterna «unidad de los dos» constituida desde el principio entre el hombre y la mujer.