Blog

Evangelio de hoy 17 ene. 2020 (San Marcos 2, 1-12.)

Jesús volvió a Cafarnaún y se difundió la noticia de que estaba en casa. Se reunió tanta gente, que no había más lugar ni siquiera delante de la puerta, y él les anunciaba la Palabra. Le trajeron entonces a un paralítico, llevándolo entre cuatro hombres. Y como no podían acercarlo a él, a causa de la multitud, levantaron el techo sobre el lugar donde Jesús estaba, y haciendo un agujero descolgaron la camilla con el paralítico. Al ver la fe de esos hombres, Jesús dijo al paralítico: “Hijo, tus pecados te son perdonados”. Unos escribas que estaban sentados allí pensaban en su interior: “¿Qué está diciendo este hombre? ¡Está blasfemando! ¿Quién puede perdonar los pecados, sino sólo Dios?” Jesús, advirtiendo en seguida que pensaban así, les dijo: “¿Qué están pensando? ¿Qué es más fácil, decir al paralítico: ‘Tus pecados te son perdonados’, o ‘Levántate, toma tu camilla y camina’? Para que ustedes sepan que el Hijo del hombre tiene sobre la tierra el poder de perdonar los pecados, dijo al paralítico: yo te lo mando, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa”. El se levantó en seguida, tomó su camilla y salió a la vista de todos. La gente quedó asombrada y glorificaba a Dios, diciendo: “Nunca hemos visto nada igual”.

«Tus pecados te son perdonados» (Mt 9,2)

¿Por qué estás afligido? Mira. Si un hombre tiene las manos pegajosas, un poco de aceite las limpia. Más aún puede purificarte la piedad de Dios. Porque lo mismo que no tienes problema para lavar tu ropa, lo mismo y mucho más, es fácil al Señor lavarte de lo reprochable, aún si cada día tienes naturalmente que experimentar la tentación. En el momento que dices «He pecado contra el Señor», te es dada la respuesta: «Tus pecados te son perdonados» (Mt 9,2); «Yo soy el que borra tus pecados y ya no me acordaré de ellos» (Is 43,25). «Cuanto dista el oriente del occidente, así aparta de nosotros nuestros pecados. Como un Padre cariñoso con sus hijos, así es cariñoso el Señor con sus fieles» (Sal 103 (102)).

No te desvíes, no te alejes de quien te ha elegido para cantar y rezar, sino que durante toda tu vida permanece pegado a él, por pura confianza o por santa audacia y confesión valiente. Él te escucha y te purifica. Dios es el que nos justifica, por amor ¿Quién se atrevería a condenarnos? (cf. Rom 8,33). Si invocamos el Nombre del Señor Jesucristo, nuestra consciencia es fácilmente purificada y nada nos separa de los profetas y de otros santos.

Porque Dios no nos ha destinado a la cólera sino a la salvación por Nuestro Señor Jesucristo, que murió por nosotros. Así, sea que estemos velando con las virtudes o que durmamos por algunas miserias donde nos han llevado las circunstancias, nosotros viviremos unidos a Cristo (1 Tes 5,9-10). Volvemos hacia él nuestra mirada, gimiendo profundamente, llorando sin cesar, pero sólo respirando a Cristo. «Revistámonos con la coraza de la fe y del amor y cubrámonos con el casco de la esperanza de la salvación» (1 Tes 5,8), para que no puedan penetrarnos las flechas del desaliento y de la desesperación.

FUENTE: evangeliodeldia.org