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Evangelio de hoy 01 mar. 2020 (San Mateo 4, 1-11.)

Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto, para ser tentado por el demonio. Después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, sintió hambre. Y el tentador, acercándose, le dijo: “Si tú eres Hijo de Dios, manda que estas piedras se conviertan en panes”. Jesús le respondió: “Está escrito: El hombre no vive solamente de pan, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”. Luego el demonio llevó a Jesús a la Ciudad santa y lo puso en la parte más alta del Templo, diciéndole: “Si tú eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: Dios dará órdenes a sus ángeles, y ellos te llevarán en sus manos para que tu pie no tropiece con ninguna piedra”. Jesús le respondió: “También está escrito: No tentarás al Señor, tu Dios”. El demonio lo llevó luego a una montaña muy alta; desde allí le hizo ver todos los reinos del mundo con todo su esplendor, y le dijo: “Te daré todo esto, si te postras para adorarme”. Jesús le respondió: “Retírate, Satanás, porque está escrito: Adorarás al Señor, tu Dios, y a él solo rendirás culto”. Entonces el demonio lo dejó, y unos ángeles se acercaron para servirlo.

El combate interior

Nuestro Maestro y Dios encarnado nos ha dado un modelo de todas las virtudes (cf. 1 Pe 2,21), un ejemplo para la raza de los hombres y nos ha hecho retornar de la antigua caída, personificando la vida virtuosa en la condición de su carne. Nos ha revelado todas las obras buenas y es con ellas que ha subido al desierto, después del bautismo. En el desierto, comenzó el combate de la inteligencia con el ayuno, cuando el diablo se le aproximó como a un simple hombre (cf. Mt 4,3). Con la forma cómo ha vencido, el Maestro nos enseñó a nosotros también cómo llevar la lucha contra los espíritus del mal: en la humildad, el ayuno, la oración (Mt 17,21), la sobriedad y la vigilancia. Él mismo no tenía ninguna necesidad de todo eso. Porque él es Dios y Dios de los dioses.

El que emprende el combate interior, cada instante debe blandir estos cuatro elementos: humildad, extrema atención, refutación y oración. La humildad, porque el combate lo opone a los demonios orgullosos y con ella tendrá la ayuda de Cristo a portada del corazón, ya que “el Señor se burla de los orgullosos” (Prov 3,34). Una extrema atención, con el fin de guardar siempre el corazón puro de pensamientos, mismo si ellos parecen buenos. La refutación, para contestar enseguida con cólera al maligno, en cuanto lo ve venir. Dice el salmista: “Responderé a quienes me ultrajan. ¿Mi espíritu no estaría sumiso a Dios?” (cf. Sal 62 (61), 2). La oración, para gritar hacia Cristo con “gemidos inefables” (Rom 8,24) después de la refutación. Entonces, el que combate verá al enemigo disiparse, con la aparición de su imagen como polvo al viento o humo que se disipa, rechazado por el Nombre adorable de Jesús.

Que el alma ponga su confianza en Cristo, lo invoque y no tenga miedo. Ella no combate sola sino con el terrible Rey, Jesucristo, Creador de todos los seres, corporales e incorporales, es decir, visibles e invisibles.

FUENTE: evangeliodeldia.org