En este Sexto Domingo de Pascua, Monseñor Rafael Escudero López-Brea, Obispo de la Prelatura de Moyobamba, presidirá la Celebración Eucarística en la Catedral de Moyobamba.

En el Cenáculo, en el ambiente de la última cena, Jesús abre su corazón a los Apóstoles y les expresa sus sentimientos íntimos, les declara su amor, les comparte sus confidencias y les revela sus promesas: el Espíritu y la paz.
“El que me ama guardará mi palabra.” Jesús quiere que se le ame y nos indica cual es el signo del verdadero amor: la unión de voluntades, de sentimientos, de deseos, de proyectos… en definitiva de vida. El amor hace de dos vidas una sola. Cuando amamos a alguien la fuerza del amor nos hace adaptarnos al máximo a la voluntad de la persona amada. Amar a Cristo es llegar a compenetrarnos con Él, sus sentimientos son los míos, su voluntad también quiero que sea la mía, sus anhelos, sus deseos, las ansias de su Corazón son los míos. Quiero lo que Él quiere y no quiero lo que Él no quiere. De eso se trata, de configurarnos con Él, no de formarnos un Cristo a nuestra medida, que sería una marioneta en nuestras manos y no el verdadero Dios Salvador y Redentor del hombre.
Al que acepta a Cristo, la Palabra de Dios, al que cree en Cristo, al que lo ama con todo el corazón, con toda la mente y con todas las fuerzas, dice Jesús: “mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él”. Misterio inefable de la misericordia del Señor para con el hombre.El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo habitan en aquellos que por amor le abren la puerta de su vida. El Señor habla de una presencia de Dios en el alma de la persona que vive en gracia. San Juan de la Cruz comenta en su Cántico espiritual: “¿Qué más quieres, oh alma, y qué más buscas fuera de ti, pues dentro de ti tienes tus riquezas, tus deleites, tu satisfacción, tu Amado, a quien desea y busca tu alma? Gózate y alégrate en tu interior recogimiento con Él, pues le tienes tan cerca”.
Debemos aprender a tratar más y mejor a Dios que habita en nosotros como en un templo desde el día de nuestro bautismo. Busquemos a Dios dentro de nosotros en medio de nuestras ocupaciones diarias, para darle gracias, bendecirle y adorarle, pedirle ayuda, desagraviarle por nuestros pecados y los del mundo entero.
“El que no me ama no guardará mis palabras”. Es una señal para saber que no amamos a Jesús; cuando nuestra conducta está en contra de las enseñanzas de Cristo, en ese momento estamos teniendo un comportamiento de no amor al Redentor. Con ello se ofende al Padre, “porque la palabra que ustedes están oyendo no es mía, sino del Padre que me envió”. Y la consecuencia de no guardar la palabra de Jesús es la no manifestación del Señor al mundo y el privarse de la presencia amorosa de Dios. ¡Con qué cariño y respeto hemos de recibir la Palabra de Dios cuando la leemos escrita en la Biblia, cuando la escuchamos proclamada en la liturgia, o cuando nos la enseña la Iglesia con su Magisterio!
“Les he hablado de esto ahora que estoy con ustedes, pero el Defensor, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre”. Como el Hijo vino enviado por el Padre, así el Espíritu Santo vendrá enviado por el Padre en el nombre del Hijo por la íntima unión que hay entre ellos. El Espíritu “será quien les enseñe todo” lo necesario a los Apóstoles para continuar la misión de Jesús en el mundo, “y les recuerde todo lo que les he dicho”. La misión del Espíritu Santo se realiza en la Iglesia, Templo del Espíritu Santo. El Espíritu Santo nos prepara, nos previene por su gracia, para atraernos hacia Cristo. Nos manifiesta al Señor resucitado, Nos recuerda su palabra y abre nuestras mentes para entender la muerte y la resurrección de Cristo. Nos hace presente el misterio de Cristo, sobre todo en la Eucaristía para reconciliarnos, para conducirnos a la comunión con Dios, para que demos mucho fruto. Nos enseña el Espíritu Santo no como un maestro exterior enseña una asignatura, sino como Maestro interior que comunica la verdad y sabiduría, que Él mismo es, a nuestro espíritu, ilustrándonos en los misterios de Dios. Recemos con la Iglesia: “¡Ven Espíritu Santo, inflama nuestros corazones y enciende en ellos el fuego de tu amor!”
“La paz les dejo, mi paz les doy; no la doy yo como la da el mundo”. Cristo resucitado nos regala “su” paz, la paz de su Corazón, la paz del Príncipe de la paz. Toda la persona de Jesús irradiaba paz, su rostro apacible, el tono de su voz, su conducta serena, Jesús es perfectamente pacífico. La paz del Señor no es como la que procede de los hombres. Es la paz fruto del Espíritu, es el compendio de todos bienes y bendiciones de Dios, rico en misericordia; es la paz que brota del Corazón de Cristo vivo e inunda las almas de todos aquellos que lo reciben con un corazón dócil y humilde; la paz es una persona: Cristo. Confiemos en la misericordia de Jesús, que nos consuela y nos reconforta en nuestras horas más bajas y desoladas como hizo con sus amigos.
También nosotros hemos de desear la paz a los demás, desearla y construirla en nuestro corazón, promoverla a nuestro alrededor, en nuestra familia, en el lugar donde trabajamos, porque es un bien humano, y cuando está animado por la caridad es un bien sobrenatural. La paz verdadera es fruto de la santidad, del amor a Dios, de la lucha que supone el no dejar que este amor se apague por nuestras tendencias desordenadas y por nuestros pecados.
“Que no tiemble su corazón ni se acobarde”. El Señor nos previene contra el enemigo poderoso de la alegría: el miedo. El hombre privado de la presencia de Dios tiene siempre el riesgo de vivir con miedo ante las pruebas y dificultades futuras. “Me han oído decir: «Me voy y volveré a ustedes»” Son palabras misteriosas que anuncian la muerte y la resurrección del Señor. “Si me amaran, se alegrarían de que vuelva junto al Padre, porque el Padre es más grande que yo”. Lejos de causar pena en los discípulos, la partida de Jesús les debe proporcionar alegría, porque quien bien ama se alegra del bien del amado; y esta ida de Jesús al Padre, según su naturaleza humana, es lo mejor que le puede ocurrir, porque va a sentarse a la derecha del Padre para ser eternamente feliz. Les he dicho esto, antes de que suceda, para que cuando suceda, entonces crean”. Aparecen los sentimientos de Jesús: sentimientos de delicadeza, de amistad, de simpatía hacia sus discípulos; comparte con ellos, quiere ayudarles ante el anuncio de su partida, para que su fe no se tambalee, sino que se fortalezca. Estas palabras son dichas también para nosotros para que nuestra fe se vaya robusteciendo, pues vemos realizadas para nosotros todas estas promesas que hizo Jesús a sus Apóstoles.