BlogComentario del Evangelio

Domingo V de Pascua | Juan 14,1-12

En este Quinto Domingo de Pascua, Monseñor Rafael Escudero López-Brea, Obispo de la Prelatura de Moyobamba, presidirá la Celebración Eucarística en la Catedral de Moyobamba.

El Evangelio de este domingo es una palabra llena de consuelo, pues en él nos ofrece Jesús la perspectiva de la gloria futura, en compañía de Él y del Padre. El cielo es nuestra meta, el camino para llegar a él es Cristo.

“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: No se angustien”.

Jesús ha anunciado su muerte y esta noticia deja a los discípulos llenos de tristeza y turbación. La manera de superar esos sentimientos es la confianza en Dios y en El. Toda la humanidad, toda la amistad de Jesús se manifiestan en estas palabras de aliento. Nuestro Dios no es indiferente ni frío, sino sensible a nuestros sufrimientos.

Cuando se levanten tormentas en nuestra vida, con Santa Teresa de Jesús recemos: “Nada te turbe. Nada te espante. Quien a Dios tiene. Nada le falta. Sólo Dios basta”.

Para el cristiano, creer en Dios es inseparable de creer en Aquel que él ha enviado, su Hijo amado. El Señor mismo dice a sus discípulos: “Crean en Dios y crean también en mi”. Podemos creer en Jesucristo porque es Dios. El Verbo hecho carne nos da a conocer al Padre porque ha visto al Padre. El es el único en conocerlo y en revelarlo.

“En la casa de mi Padre hay lugar para todos; si no fuera así, ¿les habría dicho que voy a prepararles sitio? Cuando vaya y les prepare sitio, volveré y los llevaré conmigo, para que donde estoy yo, estén también ustedes. Así ve Jesús su muerte, como una vuelta a casa para encontrarse con Alguien a quien se ama y de quien se sabe amado. Solo el que salió del Padre puede volver al Padre: Cristo.

Dejada a sus fuerzas naturales, la humanidad no tiene acceso a “la casa del Padre”, a la vida y a la felicidad de Dios. Sólo Cristo ha podido abrir este acceso al hombre, “ha querido precedernos como cabeza nuestra para que nosotros, miembros de su Cuerpo, vivamos con la ardiente esperanza de seguirlo en su Reino” (Prefacio de la Ascensión).

“La casa de mi Padre” nos habla del cielo, nos remite al misterio de Dios. Él está en el cielo, es su morada. “La casa del Padre” es, por tanto, nuestra patria. El pecado nos ha desterrado de la patria del cielo, y la conversión del corazón nos hace volver al Padre, al cielo. En Cristo se han reconciliado el cielo y la tierra, porque el Hijo ha bajado del cielo para prepararnos sitio, y nos hace subir allí con Él, a través de nuestra muerte, por la fuerza de su Cruz y su Resurrección.

Vivir en el cielo es estar con Cristo. San Ambrosio: “Pues la vida es estar con Cristo; donde está Cristo, allí está la vida, allí está el reino”.

“Y adonde yo voy, ya saben el camino”.

El camino es la fe, la íntima unión con Cristo. Cristo es el que abre el camino, el que va delante, el que ha roto el círculo infernal de la muerte y el pecado.

Los apóstoles no comprenden la enseñanza de Jesús y “Tomás le dice: Señor, no sabemos adónde vas, ¿Cómo podemos saber el camino?”.

La fe en Jesús es el camino que nos introduce en el conocimiento del Padre, porque Jesús es “el camino, y la verdad, y la vida”.

La referencia primera y de nuestra vida ha de ser siempre Jesucristo. Contemplándole en la fe, los fieles de Cristo podemos esperar que El realice en nosotros sus promesas, y amándolo con el amor con que Él nos ha amado realizaremos las obras que corresponden a nuestra dignidad de hijos de Dios y discípulos de Cristo.

San Juan Eudes comenta:

Te ruego que pienses que Jesucristo es tu verdadera Cabeza, y que tú eres uno de sus miembros. Él es con relación a ti lo que la cabeza es con relación a sus miembros; todo lo que es suyo es tuyo, su espíritu, su corazón, su cuerpo, su alma y todas sus facultades, y debes usar de ellos como de cosas que son tuyas, para servir, alabar, amar y glorificar a Dios. Tú eres de Él como los miembros lo son de su cabeza. Así desea Él ardientemente usar de todo lo que hay en ti, para el servicio y la gloria de su Padre, como de cosas que son de El’.

En Jesucristo la verdad de Dios se manifestó en plenitud. Él es “la Verdad”. Si creemos en él, no permanecemos en las tinieblas. Si permanecemos en su palabra conoceremos la verdad que nos hace libres, y que nos santifica. Seguir a Jesús es vivir del Espíritu de la verdad que el Padre envía en su nombre y que nos conduce a la verdad completa. Jesús nos enseña el amor incondicional a la verdad.

Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad, al conocimiento de Cristo Jesús. Es preciso que Cristo sea anunciado a todos los pueblos y a todos los hombres y que así la
Revelación llegue hasta los confines del mundo.

Por eso, solo por Cristo se va al Padre. “Nadie va al Padre, sino por mi”. Reprende el Señor serenamente a los Apóstoles, porque a pesar de sus enseñanzas y sus milagros, todavía no le han conocido: “Si me conocieran a mi, conocerían también a mi Padre”. Los dos tienen la misma naturaleza, iguales propiedades y atributos. “Ahora ya lo conocen y lo han visto”, durante el tiempo que han convivido con Él.

“Felipe” no comprende que Jesús habla de conocer al Padre por la inteligencia de la fe por eso, ahora “le dice: Señor, muéstranos al Padre y nos basta”.

“Jesús le contesta: Hace tanto que estoy con ustedes, ¿y todavía no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mi ha visto al Padre”. Toda la vida de Cristo es Revelación del Padre: sus palabras y sus obras, sus silencios y sus sufrimientos, su manera de ser y de hablar. Nuestro Señor, al hacerse hombre para cumplir la voluntad del Padre nos manifestó el amor que nos tiene con los rasgos más sencillos de sus misterios. Viendo a Jesús vemos a Dios, escuchando a Jesús escuchamos a Dios, siguiendo a Jesús seguimos a Dios.

“¿ Cómo dices tú: Muéstranos al Padre? ¿No crees que yo estoy en el Padre, y el Padre en mi? Lo que yo les digo no lo hablo por cuenta propia. El Padre, que permanece en mí, él mismo hace sus obras.
Créanme: yo estoy en el Padre, y el Padre en mí. Si no, crean a las obras. Les aseguro: el que cree en mi, también él hará las obras que yo hago, y aún mayores. Porque yo me voy al Padre”

Aclara el Señor su pensamiento sustituyendo el verbo “mostrar” que ha usado Felipe, por el verbo “creer”. Creyendo se ve al Padre con los ojos de la fe. De esto dan testimonio las enseñanzas y los milagros de
Jesús.

¡Jesús, danos esa fe! ¡Ayúdanos a contemplarte más, a meditar tu palabra con más frecuencia!