En este Tercer Domingo de Pascua, Monseñor Rafael Escudero López-Brea, Obispo de la Prelatura de Moyobamba, presidirá la Celebración Eucarística en la Catedral de Moyobamba.

«Estaban juntos Simón Pedro, Tomás, apodado el Mellizo, Natanael, el de Canà de Galilea, los zebedeos y otros dos discípulos». Esta aparición del Resucitado está ubicada en el lago de Tiberíades, lugar del primer encuentro con Jesús, lugar donde se dio la vocación de los primeros apóstoles de Cristo. Entre ellos se ha formado una unión de ánimos, cuando Pedro dice: “Me voy a pescar. Ellos contestan: También nosotros vamos contigo”. Cuando un grupo de personas sigue a Cristo se establece entre ellos una unión especial, fruto de la libertad vivida en el amor. Lo grande del ser humano no es que sea libre, sino en cómo vive esa libertad. Se nos ha dado la libertad para vivirla al servicio del amor, que es lo más grande. Cuando se ama a alguien la libertad se expresa en la unión. Donde no hay amor la libertad se expresa en la dispersión. El Evangelio de este domingo nos da un mensaje de unidad y colaboración entorno a Pedro en la tarea apostólica.
“Pero aquella noche no pescaron nada”. En los días sucesivos a la resurrección, encontramos a este grupo de apóstoles y discípulos pescando en una noche sin resultados, noche de trabajo aparentemente inútil, noche de fracaso y humillación en unos pescadores profesionales. En nuestra vida hemos de integrar muchas experiencias de fracaso e inutilidad. El Señor, a veces, permite que tengamos estas vivencias para que tomemos conciencia de nuestra incapacidad y nos purifiquemos de tanta soberbia y vanidad que hay en nosotros, y unidos a Él experimentemos que con Él nada es inútil. Muchas voces tratan de convencernos de dejar de lado nuestra fe en Dios y su Iglesia, y elegir por nosotros mismos los valores y las creencias con que vivir. Nos dicen que no tenemos necesidad de Dios o de la Iglesia. Cuando nos sentimos tentados de darles crédito, hemos de recordar que los discípulos, todos ellos pescadores expertos, habiendo bregado toda la noche, no consiguieron un solo pez. Abandonados a sí mismos, sus esfuerzos resultaron inútiles; cuando Jesús se puso a su lado, lograron una multitud de peces. Si ponemos nuestra confianza en el Señor y seguimos sus enseñanzas, obtendremos siempre grandes frutos.
“Jesús les dijo: Echen la red a la derecha de la barca y encontrarán”. Juan, «el discípulo que Jesús tanto quería», recordando la primera pesca milagrosa, fue el primero en reconocer al «Señor» y en indicárselo a Pedro. “Al oír que era el Señor…se tiró al agua”, ya no le importaban los peces ni que llegara la barca a la orilla, se lanza al encuentro del Señor. Sólo Él nos puede proteger del mal, sólo Él puede guiarnos a través de las tormentas de la vida, sólo Él puede llevarnos a un lugar seguro. Lo que nos da la clave de nuestra felicidad y realización humana es nuestra relación con el Señor. Y él nos llama a una relación de amor.
“Al bajar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan”.
Cristo glorioso se pone al servicio de sus apóstoles y manifiesta su ternura y delicadeza preparándoles un desayuno. Así nos ama el Señor. Las brasas, el pescado, el pan, nos están evocando la Eucaristía, acontecimiento privilegiado de encuentro del Señor con nosotros y nosotros con Él, donde presentamos nuestras personas y obras, donde renovamos nuestro amor en la nueva y eterna Alianza.
Después de comer Jesús conversa con Simón. Pedro tenía como una honda pena en su corazón por sus negaciones; Cristo, por su parte, quiere consolar a su apóstol y le hace este examen de amor. El Papa Benedicto XVI hace un hermoso comentario a este diálogo del Evangelio en la audiencia del 24 de mayo de 2006: “En una mañana de primavera, Jesús resucitado le confiará esta misión. El encuentro tendrá lugar a la orilla del lago de Tiberíades. El evangelista san Juan nos narra el diálogo que mantuvieron Jesús y Pedro en aquella circunstancia. Se puede constatar un juego de verbos muy significativo. En griego, el verbo “querer” expresa el amor de amistad, tierno pero no total, mientras que el verbo “amar” significa el amor sin reservas, total e incondicional.
La primera vez, Jesús pregunta a Pedro: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos,» con este amor total e incondicional? Antes de la experiencia de la traición, el Apóstol ciertamente habría dicho: «Te amo incondicionalmente». Ahora que ha experimentado la amarga tristeza de la infidelidad, el drama de su propia debilidad, dice con humildad: «Señor, tú sabes que te quiero«, es decir, «te amo con mi pobre amor humano». Cristo insiste: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas” con este amor total que yo quiero? Y Pedro repite la respuesta de su humilde amor humano: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero” como sé querer. La tercera vez, Jesús sólo dice a Simón: «Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?». Simón comprende que a Jesús le basta su amor pobre, el único del que es capaz, y sin embargo se entristece porque el Señor se lo ha tenido que decir de ese modo. Por eso le responde: «Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero».
Parecería que Jesús se ha adaptado a Pedro, en vez de que Pedro se adaptara a Jesús.
Precisamente esta adaptación divina da esperanza al discípulo que ha experimentado el sufrimiento de la infidelidad. De aquí nace la confianza, que lo hace capaz de seguirlo hasta el final:
«Esto lo dijo aludiendo a la muerte con que iba a glorificar a Dios. Dicho esto, añadió: Sígueme».
Desde aquel día, Pedro «siguió» al Maestro con la conciencia clara de su propia fragilidad; pero esta conciencia no lo desalentó, pues sabía que podía contar con la presencia del Resucitado a su lado. Del ingenuo entusiasmo de la adhesión inicial, pasando por la experiencia dolorosa de la negación y el llanto de la conversión, Pedro llegó a fiarse de ese Jesús que se adaptó a su pobre capacidad de amor. Y así también a nosotros nos muestra el camino, a pesar de toda nuestra debilidad. Sabemos que Jesús se adapta a nuestra debilidad. Nosotros lo seguimos con nuestra pobre capacidad de amor y sabemos que Jesús es bueno y nos acepta. Pedro tuvo que recorrer un largo camino hasta convertirse en testigo fiable, en «piedra» de la Iglesia, por estar constantemente abierto a la acción del Espíritu de Jesús”.
Pedro ahora es humilde, ya no se fía de sí mismo, se siente capaz de volver a negar a Jesús o de cualquier cosa. Se confía al Corazón de Cristo. Ahora, sin saber si ama, ama más que nunca a Jesús, hasta el extremo de dar la vida por Él. El librito titulado La imitación de Cristo escribe al respecto del amor de Jesús y de nuestra respuesta de amor: «El amor noble de Jesús nos anima a hacer grandes cosas, y mueve a desear siempre lo más perfecto. El amor quiere estar en lo más alto, y no ser detenido por ninguna cosa baja. El amor quiere ser libre, y ajeno de toda afición mundana, porque el amor nació de Dios, y no puede aquietarse con todo lo criado, sino con el mismo Dios. El que ama, vuela, corre y se alegra, es libre y no embarazado. Todo lo da por todo; y todo lo tiene en todo; porque descansa en un Sumo Bien sobre todas las cosas, del cual mana y procede todo bien» (libro III, cap. 5).