Comentario del Tercer Domingo de Adviento | Lucas 3,10-18
En este III Domingo de Adviento, Monseñor Rafael Escudero López-Brea, Obispo de la Prelatura de Moyobamba, comparte su comentario.
La predicación del Bautista no carece de eficacia: el pueblo se bautiza y confiesa sus pecados; se acercan a él las diversas clases de la sociedad y le piden consejo para vivir. Y le preguntaba la gente: ¿Entonces qué hacemos? Si es inminente el juicio del Mesías, ¿cómo nos libraremos de él?
Y él les contestó: el que tenga dos túnicas dé una al que no tiene, y el que tiene comida haga lo mismo. A la dureza quiere que suceda la misericordia, a la avaricia, la limosna; al egoísmo, la caridad. La limosna redime los pecados, y la misericordia con los pobres borra la propia iniquidad.
Hasta los publicanos, cobradores de tributos, gente dura de corazón, odiados por el pueblo, se estremecieron ante la predicación de Juan. Vinieron también a bautizarse unos publicanos y le preguntaron: Maestro, ¿qué hacemos nosotros?Reconociéndole como maestro, se muestran preparados para el bautismo y el cambio de vida. El Bautista no les exige más que el cumplimiento de su oficio dentro de la más estricta justicia; no les impone, como hacían los fariseos con todo el mundo, cargas insoportables: No exijan más de lo establecido.
También los soldados, judíos puestos al servicio de Roma o de Herodes Antipas, quisieron enmendar su vida. A su vez algunos soldados le preguntaron: Y nosotros ¿qué debemos hacer?El Bautista señala los defectos principales de una gente asalariada, reclutada ordinariamente entre los vagabundos, bandidos, huidos del hogar paterno. Y les respondió: A nadie extorsionen,con vistas a sacarle dinero; ni denuncien falsamente, con falsas denuncias; y conténtense con su sueldo,el que han pactado y que les dan, en dinero o en especie.
La virtud consiste en el exacto cumplimiento de nuestros deberes generales de cristianos y en los particulares de nuestro estado de vida, no en obras extraordinarias, que Dios ordinariamente no nos pide, y que ni siquiera nos servirían si faltáramos a nuestras obligaciones fundamentales.
La mayor parte de los desequilibrios y de las miserias sociales viene de esta falta de igualdad en la posesión de los bienes de la tierra. Quien no tiene nada, es como un enemigo del que tiene doble: se levantará, cuando pueda y en la forma que pueda, contra el que tiene para los dos, y le exigirá, a veces de forma violenta, que le dé su parte. La igualdad en las cosas necesarias para la vida es ley fundamental del equilibrio social. Quien da al pobre, no sólo presta a Dios, sino que es un gran bienhechor de la sociedad.
Ala injusticia de los que tienen más, corresponde a veces la injusticia de los que, teniendo lo que es suyo, y que les bastaría para vivir con decencia, quieren poseer lo que tiene el otro, con pretensión de aventajarle en la riqueza. Es otra forma de desequilibrio social. Son dos formas de un mismo pecado personal: el egoísmo, origen de toda pasión, como dice Santo Tomás de Aquino.
Como se ve, el lema del Bautista al dar reglas prácticas para la vida se reduce a la justicia y la caridad. No impone penitencias ni obras extraordinarias.
El pueblo estaba a la expectativa, y todos se preguntaban si Juan no sería el Mesías…
Llegaba la hora en que debía verificarse la identidad del Precursor y del Mesías. Los espíritus estaban ya preparados por el anuncio de la próxima venida y por la purificación de la vida. Tal era la tensión de las muchedumbres, que ante la vida austera de Juan, digna de los antiguos profetas de Dios, la elevación de su doctrina y el ardiente celo con que la hacía penetrar hasta el fondo de las almas, llegaron a pensar si estaban o no en presencia del verdadero Mesías.
Pero Juan no podía consentir por un momento la ambigüedad, en el alma del pueblo, en materia tan fundamental. Como profeta, cumplirá fielmente su misión de señalar al Mesías verdadero; como santo, su humildad no tolera el equívoco; como apóstol, aprovechará este momento vivo de la conciencia de sus oyentes para decirles que él no es el Mesías, pero que es inminente su llegada, señalando sus características, una relativa a la persona, y otra a la función: El tomó la palabra y dijo a todos: Yo los bautizo con agua; pero viene uno que puede más que yo, y no merezco desatarle la correa de sus sandalias: él los bautizará con Espíritu Santo y fuego.Como si dijera: Yo soy nada ante el Mesías; personalmente, no soy digno de hacer con él lo que hacen los esclavos inferiores con su señor, llevarle las sandalias, o, inclinarse ante él para desatárselas. En cuanto al bautismo, el mío es sólo de agua en orden a obtener el perdón de los pecados: mero rito externo, que simboliza pero no obra, la restauración espiritual de quienes lo reciben; pero el Mesías bautizará de manera que la misma fuerza del Espíritu de Dios, como fuego purificador, penetrará hasta lo más profundo de la vida para transformarla. Es la fuerza íntima y eficaz del Sacramento de la nueva ley la que Juan profetiza. El bautismo de Jesús es baño de regeneración» (Tit. 3, 5), en el cual sepultado el hombre viejo hace salir de él una nueva criatura (2 Cor. 5, 17; Col. 3, 9). Es, además, toda influencia directa del divino Espíritu en la transformación de la vida humana; la gracia santificante, las gracias actuales, los dones y frutos del Espíritu Santo, todo aquello, en fin, que puede llamarse vida divina en el hombre: vida que transforma paulatinamente la del hombre, en frase del Apóstol, hasta llevarle a la claridad perpetua de la gloria. Y toda ella es fruto de la Redención por Cristo.
Imitando la sinceridad y la humildad del Bautista no debemos consentir, ni menos hacerlo nosotros, aparentar lo que no somos, ni que se nos atribuya lo que no es nuestro. Es ello un efecto de la vanidad y del orgullo. Aspiramos a ser siempre más, y llegamos al contrasentido de apropiarnos lo ajeno para crecer nosotros. Pero no engañamos a Dios, escrutador de corazones y que nos pesa tales cuales somos.
El Bautista es el más grande de los profetas: Jesús dice de él que es el «mayor de los nacidos de mujer» (Mt. 11, 11).No obstante, se presenta ante Jesús menos que un esclavo ante su señor. Y es así: ante Jesús, Hijo de Dios, es nada la santidad de todo hombre; nuestras justicias son como desviaciones ante la rectitud infinita de Jesús. Seamos imitadores de Jesús; pero no seamos necios creyendo que hemos rebasado alguna vez una sola pulgada de nuestra propia estatura ante él. Pero, con un sano optimismo, debemos trabajar en el crecimiento en Cristo: el más pequeño del reino de los cielos es mayor que cualquiera de los grandes hombres que a él no pertenecen.
Tiene en la mano la horquilla para separar el trigo de la paja y recoger el trigo en su granero y quemar la paja en una hoguera que no se apaga.
Juan representa al Mesías en su función de juez de la humanidad. La posesión del Mesías es como una amplia era de trillar: el Mesías está en ella con la pala de aventar; como revuelto montón de trigo, paja y cascarilla, está en la era toda la humanidad, buenos y malos. El Mesías aventa el trigo con su bieldo, para recoger el grano en los graneros del cielo, y echar la paja de los malos al fuego eterno.
Acordémonos del Supremo Juez y del justo juicio al que vamos a ser sometidos. En la era de la vida seamos grano no paja, que el peso de nuestras buenas obras nos haga caer en el granero del Señor, cuando nos avente a todos con el soplo de su juicio.
Añadiendo otras muchas cosas, exhortaba al pueblo y le anunciaba el Evangelio.
Con estas palabras acaba San Lucas su relato, para significar que no ha intentado dar más que un resumen de la predicación del Bautista.