Comentario del Evangelio

Comentario del III Domingo de Cuaresma | Lucas 13,1-9

En este III Domingo de Cuaresma, Monseñor Rafael Escudero López-Brea, Obispo de la Prelatura de Moyobamba, presidirá la Celebración Eucarística en la Catedral de Moyobamba.

El evangelio de este domingo es el evangelio de la verdadera interpretación de los acontecimientos humanos y de los desastres naturales, en definitiva de los signos de los tiempos.

Algunos cuentan al Señor dos sucesos; uno la represión política llevada a cabo por Pilato contra la revuelta de los zelotes que pretendía derribar el poder romano; el otro es un accidente fortuito, se desplomó la torre de Siloé y mató a dieciocho personas. Le piden al Señor una interpretación fidedigna. Estos dos hechos trágicos sirvieron a Jesús para iluminar un problema teológico: el del castigo de Dios a los pecadores, ya en este mundo.

Todo lo que acontece lleva un mensaje de Dios, que sólo podemos descifrar desde la visión de la fe. En cada acontecimiento el Señor nos llama a la conversión. Una enfermedad, un fracaso, un problema laboral, un éxito, una alegría, una ilusión, un proyecto, un accidente, la muerte de un ser querido, un desastre natural… Todo es señal del Padre celestial.

A veces, como en tiempos de Jesús, también nosotros somos bastante ligeros a la hora de leer los acontecimientos que suceden a nuestro alrededor, y pensamos que Dios castiga  a los pecadores, a través de enfermedades, fracasos o catástrofes naturales, sin caer en la cuenta que también nosotros somos pecadores. Jesús aclara que las desgracias –sean naturales o provocadas por los hombres– no vienen necesariamente como castigo automático por los pecados de quienes las padecen; pero sí nos avisan: todos somos pecadores, todos necesitamos convertirnos. Jesús da otra interpretación: las desgracias no son un castigo divino, sino una invitación a todos a la conversión del corazón, si no queremos perecer.

Estas advertencias de Jesús provienen de su amor y misericordia para con la humanidad. Advertirle a uno de un peligro es una forma principal de misericordia. Al llamarnos a la conversión, Cristo no sólo nos recuerda los bienes que nos va a traer la conversión, sino que nos abre los ojos ante los males que nos sobrevendrán si no nos convertimos. El amor apasionado que Jesús siente por nosotros le lleva a sacarnos de nuestro engaño.

Cristo, para ilustrar la urgencia de la conversión, nos recuerda en la parábola de la higuera estéril, con una fuerza sorprendente, algo sumamente importante: tenemos el peligro de no convertirnos. La paciencia divina es ilimitada; pero nuestro tiempo tiene límite: hay que aprovechar este «ahora» para dar el fruto que corresponda al arrepentimiento. Lo mismo que su amo a la higuera, Dios nos ha cuidado con cariño y con mimo a lo largo de toda nuestra vida; más aún, actualmente está derramando abundantemente su gracia, pero ésta puede estar cayendo en vano, puede estar siendo rechazada y ser estéril en nosotros.

San Gregorio Magno afirma: “Quien no presenta frutos de buenas obras, según su cargo y condición, usa un terreno en balde, como árbol estéril, ya que impide a otros hacer el bien en el mismo lugar que él ocupa… Ocupa el terreno en balde quien pone obstáculos a las almas ajenas. Ocupa el terreno en balde quien no se empeña en actuar según el cargo que tiene”.

Aparece aquí la solicitud paciente y amorosa de Jesús, la intercesión de Cristo, el divino viñador, por nosotros ante el Padre. Como intercesor nuestro dirá hasta el final de los tiempos: “Espera un poco, un poco todavía que los cuidaré más”.

Y San Agustín comenta: “Todos los santos son como viñadores que interceden por los pecadores ante el Señor”.

La parábola sugiere también que este año puede ser el último de nuestra vida en la tierra. Puede no haber ya para nosotros más oportunidades de gracia. La conversión es urgente, de ahora mismo. Y retrasarla para otro año, para otra ocasión, es una manera de cerrarse a Cristo, de darle largas… ¡Hay tantas maneras de decir «no»!… Pero Jesús deja la puerta abierta a la esperanza y suplica al Padre sea concedido un año de gracia y perdón, confiando en que nuestra esterilidad se convierta en abundante cosecha de buenos frutos, añorados por Él desde hace mucho tiempo.

San Gregorio Magno se pregunta: ¿Qué significa cavar alrededor de la higuera sino increpar a las almas infructíferas? Y es que la increpación humilla el alma; por tanto, cuando le increpamos a alguien su pecado, actuamos como quien, por exigencia del cultivo, cava alrededor del árbol estéril”.

¿Soy una higuera estéril para Dios? ¿Encontrará Cristo frutos de conversión en nosotros?