Comentario del Evangelio

Comentario del Evangelio XIII Tiempo Ordinario, San Lucas 9,51-62.

Muy queridos hijos:

Que la paz y la misericordia del Señor estén siempre con todos ustedes.

Todavía seguimos en este maravilloso mes de junio, dedicado al Sagrado Corazón de Jesús, cuya solemnidad hemos celebrado el pasado viernes. Esta semana viviremos con inmensa alegría la solemnidad de los santos apóstoles Pedro y Pablo, columnas de la Iglesia católica. Pero hoy retomamos los domingos del tiempo ordinario, en los cuales acompañaremos a Jesús como buenos discípulos, para aprender de él su doctrina que ilumina nuestras vidas, y para compartir los días de su vida pública, llena de testimonios y milagros, que fortalecerán nuestra fe y nuestra esperanza.

Hoy, 26 de junio, acudimos a los santos del día, para que nos ayuden a vivir la eucaristía de este XIII domingo del tiempo ordinario: San Pelayo, adolescente mártir de la castidad; y San José María Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei. Cada domingo nos reunimos como pueblo de Dios, para aclamar la victoria de Jesucristo resucitado, con gritos de júbilo.

Nuestro Dios, por la gracia de la adopción, ha querido hacernos hijos de la luz. Por lo tanto, le pedimos que nos conceda mantenernos siempre en el esplendor de la verdad, porque las tinieblas del error buscan envolvernos en su oscuridad. Esta es la razón por la que siempre seguimos a Jesucristo: porque él es la luz del mundo, y el que lo sigue no camina en tinieblas, sino que tiene y tendrá la luz de la vida.

En la primera lectura, escuchamos el relato de la vocación del profeta Eliseo. Dios se sirve del profeta Elías para elegirlo y llamarlo. Eliseo estaba arando con sus bueyes, los abandona y echa a correr tras Elías; pero le pide ir a despedirse de su familia, antes de seguirlo. Elías accede a su petición y Eliseo ofrece su arado y sus bueyes en sacrificio que entrega a su pueblo; y se pone al servicio de Elías. Deja todo para servir al Señor. El Señor es el lote de su heredad, como repetimos en el salmo responsorial: “tú, Señor, eres el lote de mi heredad”. El Señor es el tesoro de su vida, por ello su corazón se alegra, y se gozan sus entrañas. Sabe que el Señor no lo va a abandonar nunca, con él a su derecha nunca vacilará.

La vocación de Eliseo contrasta con una de las vocaciones que aparece en el Evangelio de hoy. Jesús lo llama y él responde: “te seguiré, Señor, pero déjame primero despedirme de los de mi casa”. Esto mismo es lo que le pide Eliseo a Elías; y este accede a su petición: lo deja despedirse de sus padres, antes de seguirlo. Sin embargo, Jesús le dice: “nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás, vale para el reino de Dios”. Respuesta fuerte y exigente del Señor, que conoce el corazón de este hombre, y sabe que todavía está apegado a su familia.

Eliseo no estaba apegado ni a su familia, ni a sus bueyes ni a su arado. Por ello, después de ofrecer el sacrificio y compartirlo con el pueblo, se puso al servicio de Elías de manera incondicional.

En el Evangelio aparecen otras dos vocaciones, mientras Jesús iba de camino con sus discípulos. El primer caso es el de uno que promete a Jesús seguirlo a donde quiera que vaya. Parece una magnífica ofrenda de la vida al Señor, con toda generosidad. No sabemos si al final siguió a Jesús, pero el Señor le advierte, por medio de un refrán, que él no le ofrece seguridades materiales en este mundo: “las zorras tienen madrigueras, y los pájaros del cielo nidos, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza”.

A otro Jesús le dice “sígueme”, pero este le responde que lo deje primero ir a enterrar a su Padre. Y el Señor le responde también de manera provocadora: “deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el Reino de Dios”. Respuesta sorprendente, porque, en primer lugar, no sabemos si el padre estaba muriéndose o sencillamente era muy mayor. Y, por otro lado, sabemos que ningún muerto puede enterrar otro muerto. ¿Qué nos quiere decir el Señor?

Lo más urgente en esta vida es el anuncio del Reino de Dios. Nada hay más urgente que la salvación de los hombres; y, para ello, los hombres necesitan escuchar el anuncio de la buena noticia, que los llama a la conversión, y a dejar que Cristo sea el rey de nuestros corazones. Para cumplir esta misión, debemos poner en un segundo plano las obligaciones familiares, sin dejar de cumplir el cuarto mandamiento, que nos manda honrar a nuestros padres; y sin dejar de cumplir la obra de misericordia de enterrar a los muertos.

Hermanos: sólo con la gracia de Dios, sólo con la verdad que es el mismo Jesucristo, podemos ser libres y dejar la esclavitud de la carne y del pecado. Cuando el Señor nos llama a seguirlo, él mismo nos capacita para responder con prontitud y generosidad; y él mismo también nos apoya para que seamos fieles hasta la muerte, a la misión que nos encomienda en esta vida. Es el Espíritu Santo el que nos conduce para hacer la voluntad de Dios en todo momento. Si caminamos según el Espíritu, no realizaremos los deseos de la carne, del mundo y del demonio. Esto nos lo recuerda el apóstol en la segunda lectura. Es una lucha interior entre la carne y el Espíritu, entre la luz y las tinieblas; y todo acontece dentro de nuestro corazón.

Acudamos al Sagrado Corazón de Jesús cada día, invocándolo con un gran deseo de que él transforme nuestro corazón, y lo haga semejante al suyo: libre, obediente por amor al Padre, manso, humilde, justo, misericordioso, lleno de ternura y bondad. Vayamos al Corazón de Cristo, para beber de la fuente de la salvación, para beber el agua viva del Espíritu Santo. Jesús nos vivifica por medio de la sagrada comunión, para que, unidos a él en amor continuo, demos frutos que siempre permanezcan.

Habla, Señor, que tu siervo escucha; tú tienes palabras de vida eterna. ¡Aleluya!

#PalabraDelSeñor

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