Comentario del Evangelio

Comentario del Evangelio V Domingo de Tiempo Ordinario, Lucas 5,1-11

Que la gracia y el amor misericordioso del Señor estén con ustedes.

Entramos en la presencia del Señor, nos postramos adorándolo y lo bendecimos, porque es nuestro creador, porque es nuestro Dios, porque nos ha salvado a través de su Hijo Jesucristo, que es su Palabra eterna. Esta Palabra del Padre se ha hizo hombre en el seno virginal de María santísima y cada día nos habla para transformar nuestras vidas. Esta es la razón por la que tenemos hambre y sed de la palabra santa de Dios. Además, cada día estamos más convencidos de que sólo Jesucristo tiene palabras de vida eterna. ¿A quién iríamos, si no tuviéramos a quien es el Camino, y la Verdad, y la Vida?

El profeta Isaías nos describe en la primera lectura la experiencia de su vocación. El Señor lo llamó desde una visión sobrenatural de la gloria de Dios y de su santidad. Pudo contemplar esa gloria que llenaba el templo, y a los serafines clamando, hasta hacer temblar los umbrales de las puertas con sus alabanzas: ¡Santo, Santo, Santo, el Señor de los ejércitos, ¡la tierra está llena de su gloria! Magnífica y extraordinaria visión que lo hizo sentirse impuro e indigno. Y así es, hermanos, cuando tenemos una verdadera experiencia de Dios, su gloria y su santidad nos hace experimentarnos pecadores y necesitados de purificación.

Es lo que aconteció en la visión de Isaías. El profeta, al ver con sus ojos al Rey y Señor de los ejércitos, sintió su impureza e indignidad. Cuando no nos vemos pecadores, cuando nos cuesta encontrar pecados en nuestra conciencia, es señal de que estamos lejos de Dios.

Es hermosa la respuesta de Dios ante la humildad de Isaías: un serafín vuela hacia él y lo purifica con el fuego tomado del altar divino. Es el fuego del Espíritu Santo el que purifica y hace desaparecer su culpa y su pecado. Una vez perdonado, desaparece su temor y se ofrece a cumplir, con total generosidad, la misión que Dios le encomienda y responde: “aquí estoy, mándame”.

También sorprende escuchar la voz del Señor, que parece mendigar la colaboración humana para el desarrollo y el cumplimiento de sus planes: ¿a quién mandaré? ¿Quién irá por mí? Aquí está expresado, queridos hijos, el misterio admirable de que Dios quiera necesitar nuestra cooperación en la historia de la salvación.

La vocación de Isaías es profecía de lo que acontece en el Evangelio: también Pedro y los apóstoles se arrojan a los pies de Jesús, reconociendo su indignidad y su pecado, después de la pesca milagrosa. La verdad es que el pasaje del Evangelio está lleno de detalles para nuestra reflexión y oración, y es bueno que lo leamos despacio varias veces para descubrir todo lo que contiene. Pedro y sus compañeros habían estado toda la noche en el lago y no habían pescado nada. No habían terminado de lavar las redes y Jesús se pone a predicar tranquilamente desde lo alto de una de las barcas. Los pescadores están cansados y con sueño, y además decepcionados de su fracaso. Jesús los sorprende y les manda entrar de nuevo en sus barcas, remar mar adentro y echar las redes en pleno día. De la respuesta de San Pedro, intuimos su cansancio y contrariedad; quizá pensó que Jesús sabía mucho del reino de Dios, pero poco de pescar. Aun así, se somete en obediencia al mandato del Señor y le dice: “en tu nombre, por tu palabra, echaré las redes”. La obediencia siempre da fruto, aunque se haga a regañadientes, aunque sea renegando un poco. Recordamos el milagro de las bodas de Caná: la Virgen María ya lo había enseñado: “hagan lo que mi Hijo les diga”. Insisto, hermanos, la obediencia es la clave de todo.

Cuando nos dejamos llevar de nuestra soberbia y de nuestros criterios y prejuicios, todo lo echamos a perder y, no solamente no damos fruto, sino que cada vez estamos más dominados por el pecado. Así impedimos al Señor que pueda hacer milagros en nuestra vida.

Por ello, aprovechemos esta ocasión para orar diciendo con humildad: “apártate de mí, Señor, que soy un pobre pecador”. Cuando reconocemos nuestra miseria delante de la misericordia de Cristo, somos renovados en la gracia de Dios, podemos seguirlo, dejándolo todo, y él puede enviarnos, como lo hizo con el profeta Isaías y como lo hace hoy con estos cuatro pescadores. Jesucristo nos levanta y nos libera de nuestros temores y, aunque seguimos siendo indignos, nos envía en su nombre para ser pescadores de hombres.

El cristiano siempre tiene preparadas sus redes, para pescar para Cristo a todo el que encuentra en su camino. Llevamos en nuestro corazón el tesoro del Evangelio, que fundamenta nuestra vida y nos salva. Creemos que Jesucristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras, que fue sepultado y que resucitó al tercer día. Creemos en el testimonio de los que lo vieron con sus llagas gloriosas. Cada domingo revivimos la experiencia gozosa del triunfo de Jesucristo sobre el pecado, sobre el demonio y sobre la muerte.

Por la gracia de Dios, somos lo que somos. Que esta gracia no se frustre en nosotros, sino que, siguiendo a Jesús, trabajemos con entusiasmo en la tarea fascinante de anunciar el gozo del Evangelio, el Reino de Dios, y ser pescadores de hombres.

Señor, sabemos y creemos que tú proteges con amor continuo a tu familia. Te pedimos que nos fortalezcas con tu protección siempre, porque nos apoyamos en la sola esperanza de tu gracia celestial. Amén.

#PalabraDelSeñor

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