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Comentario del Evangelio Epifanía del Señor, Mateo 2,1-12

Suscríbete a nuestro canal 👉 http://bit.ly/SuscribeteSanGabriel El Padre José Joaquín comparte con nosotros el #EvangelioDeHoy​​​​ Domingo 02 de Enero 2022, Evangelio según San Mateo 2,1-12.
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En el Perú y en otros lugares de la Iglesia católica este domingo, día 2 de enero, se celebra la solemnidad de la Epifanía del Señor y mañana, día 3, el santísimo nombre de Jesús. Por ello, vamos a compartir, con mucha alegría, el misterio de la manifestación de Jesucristo a los pueblos paganos, representados en los magos venidos de oriente, que llegan hasta la presencia del Niño Jesús, que en ese momento estaba en una casa de Belén con la Virgen María.

Jesucristo ya se había manifestado al pueblo judío, representado en la misma Virgen María y San José, y también en los pastores, pero hoy, guiados por la estrella, se presentan estos misteriosos personajes, que le ofrecen regalos sorprendentes. Como reza la oración, en este día el Padre celestial revela a su único Hijo a los pueblos paganos por medio de una estrella. Y nosotros, que ya lo conocemos por la fe, le pedimos contemplar la hermosura infinita de su gloria. Como vemos, una y otra vez la liturgia une el Cielo y la tierra, el presente y la eternidad que nos espera.

La preciosa lectura de Isaías invita a la ciudad de Jerusalén a que se levante y resplandezca, porque llega su luz, y la gloria del Señor amanece sobre ella. La gloria de Dios se manifestará sobre esta ciudad Santa no ahora, cuando llegan los magos confundidos hasta Herodes, sino cuando Jesucristo realice en ella el misterio Pascual de su pasión, muerte, resurrección y ascensión a los Cielos.

De todas maneras, la profecía abre la esperanza de la luz divina a los pueblos cubiertos por las tinieblas. Los magos representan a todas las naciones que, siguiendo la estrella, se reúnen en la presencia del Señor para verlo y estar radiantes, para que el corazón se asombre y se ensanche, y todos los hombres caminen al resplandor de la aurora del Dios con nosotros. Así será, hermanos, al final de los tiempos: todos adorarán a Jesucristo, rey de Reyes y Señor de Señores; todos proclamarán las alabanzas y la misericordia de Dios, todos se postrarán ante el Hijo de Dios, también los que se han negado a reconocerlo, los que lo han despreciado, los que han apostatado de su fe, los que lo crucificaron. Así respondemos en el salmo: “Se postrarán ante ti, Señor, todos los pueblos de la tierra”.

La lectura nos presenta el detalle de los dromedarios y camellos que entran en la ciudad llevando oro e incienso: profecía de los dones que le ofrecen al Niño Jesús los magos. Lo repetimos: estos personajes representan a toda la humanidad pagana, que se acerca para adorar a su único Dios y Señor. San Pablo nos lo explica en la segunda lectura: el misterio oculto a los hombres en otros tiempos, ha sido revelado ahora por el Espíritu Santo; este misterio consiste en que también los paganos o extranjeros (no pertenecientes al pueblo judío) son partícipes de la misma promesa en Jesucristo, para poder heredar la gloria eterna, siendo miembros del mismo Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia. Se terminaron todas las diferencias y discriminaciones: todo ser humano está llamado a conocer, por medio de la fe, a Jesucristo, y a encontrar en su única Iglesia la salvación.

Los magos vieron salir la estrella y, guiados por ella, emprendieron un largo camino, no exento de peligros, dificultades y problemas. Esto nos enseña a nosotros que, seguir la luz de la estrella de nuestra fe, puede tener momentos de incertidumbre, de dudas y también de errores y equivocaciones, como les pasó a estos hombres, que fueron primero a Jerusalén, a la capital, preguntando por el rey de los judíos.

El rey Herodes y toda Jerusalén se sobresaltan por la presencia de los magos y la pregunta que hacen: “¿dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo”. Estos hombres lo tienen claro, a pesar de su nivel y categoría, están dispuestos a adorar a un niño, cosa prohibida por la ley judía: sólo se puede adorar a Dios. Sin pretenderlo, están anunciando el misterio de la Navidad: ese niño es Dios, es Dios hecho hombre y, por ello, lo van a adorar.

Los sacerdotes y escribas explican la profecía a Herodes: el Mesías tenía que nacer en Belén, de ese pueblo saldría el jefe y pastor de Israel. Sorprende la actitud de Herodes que, a pesar de lo que acaba de escuchar, no solamente no va a Belén, sino que quiere manipular a los magos para que hagan de espías, y vuelvan a él con los detalles del Niño. No puede ser más falso e hipócrita, miente de manera descarada, diciendo que él también va a ir a adorar al Niño después.

Los magos salen de la presencia de Herodes (es decir, salen de las tinieblas), se ponen en camino, y se llenan de alegría, de inmensa alegría, al ver de nuevo la estrella, que los guía hasta la casa donde estaba el niño con su madre María. Lo que acontece en ese momento, nos lo cuentas San Lucas de manera estremecedoramente sencilla: “cayendo de rodillas, lo adoraron; después, abriendo sus cofres le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra”. ¿Nos imaginamos la sorpresa de la Virgen María? ¿Cuánto tiempo estuvieron postrados delante del niño? ¿Qué dijeron, qué contaron, qué hablaron con María? En el Cielo lo sabremos…

Lo que sí sabemos es que, abriendo sus cofres, le ofrecieron: oro, como a Rey; incienso, como a Dios; y mirra, como mortal, para su sepultura. Seguro que todos tenemos cerca imágenes de esta escena del Evangelio: no dejemos de pasar un rato tranquilo mirando, contemplando, admirando… y, sobre todo, uniéndonos a su profunda y humilde adoración. Caigamos también nosotros de rodillas ante nuestro Rey y Señor. Y ¡ojo!, no nos presentemos con las manos vacías delante de Dios, porque todos tenemos oro, incienso y mirra que ofrecer a Jesús.

ORO: el reconocimiento absoluto de que Jesucristo es el tesoro de nuestra vida, que Él es nuestro Rey y dueño, por el cual hemos puesto todo nuestro ser a su servicio. Digámoselo: Jesús, tú eres mi Tesoro, mi Rey y Señor, y pongo mi vida en tus manos.

INCIENSO: lo adoramos postrados, porque lo reconocemos verdadero Dios y Señor nuestro. Y le ofrecemos, cada día más y mejor, la adoración y el culto que él se merece. No podemos fallar, hermanos, en nuestra vida religiosa de piedad: la oración, la Palabra y los sacramentos: Te prometo, Jesús, adorarte en lo profundo de mi corazón y delante del Sagrario, recibirte en la Eucaristía, escucharte en tu divina Palabra y cumplir todas mis obligaciones religiosas.

MIRRA: porque también todos nosotros somos mortales y llenos de limitaciones, enfermedades, y debemos cargar la cruz de cada día. No dejemos de entregárselo al Señor, porque él nos fortalece siempre para seguirlo con fidelidad: Te ofrezco, Jesús mío, mi pobreza y mi miseria. Soy un pobre pecador que quiere morir en tu gracia.

¡FELIZ EPIFANÍA DEL SEÑOR!

#PalabraDelSeñor

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