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Comentario del Evangelio del XVIII Domingo del Tiempo Ordinario Juan 6,24-35

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El Padre José Joaquín comparte con nosotros el #EvangelioDeHoy​​​​ Domingo 01 de Agosto del 2021, Evangelio según San Juan Jn 6,24-35 Conéctate con la #LectioDivina​​​​ 📖 https://bit.ly/ComentarioDelEvangelio

¡Que la gracia y la misericordia del Señor estén con todos ustedes!

Nuestro Dios es nuestro auxilio y nuestra liberación. El Señor no tarda en venir en nuestro auxilio cuando lo invocamos. Él se da prisa en socorrernos. Jamás dudemos de que en todo momento está pendiente de los que somos sus hijos amados.

Nuestro Señor atiende a sus siervos y derrama su bondad imperecedera sobre los que le suplicamos, para que renueve lo que creó y conserve lo renovado. Por ello nosotros lo alabamos como autor y como guía de nuestra salvación.

Hermanos, vivimos en un mundo, cuyo príncipe es Satanás, que ofrece a los que lo obedecen la vaciedad de sus ideas y propuestas. Nosotros, como dice hoy san Pablo, despojados del hombre viejo, corrompido por apetencias seductoras, hemos sido renovados en la mente y en el espíritu y, revestidos de la nueva condición humana, creada a imagen de Dios, manifestamos en nuestra vida la justicia y la santidad verdaderas. Nosotros hemos conocido a Cristo porque lo hemos oído, hemos sido adoctrinados conforme a la verdad que es Jesús y hay en Jesús. Nosotros caminamos con Cristo. Él es el único camino que conduce al Padre y da sentido a nuestra vida.

Recordamos todos la respuesta de Jesús a la primera tentación de Satanás: “no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”. Por ello, el Señor, después de haber multiplicado los panes y los peces, dando de comer gratis a una multitud, nos predica el discurso del pan de vida.

En la primera lectura, hemos escuchado el relato del milagro del maná. Los israelitas, a pesar de que van caminando hacia la tierra prometida, habiendo sido liberados de la esclavitud de Egipto, murmuran contra Moisés y Aaron. Se olvidan de su libertad y del milagro del paso del mar Rojo y recuerdan con nostalgia la carne y el pan que comían en Egipto. Creen que van a morir de hambre. El Señor da las instrucciones a Moisés para que el pueblo se prepare a recibir la lluvia de un pan celestial: el maná, el pan que el Señor les da de comer. Como repetimos en el salmo, el Señor les dio pan del cielo, comieron pan de ángeles, les mandó provisiones hasta la hartura. También comieron carne de codornices. A este hecho del maná se refiere Jesús en el Evangelio.

Después de que Jesús se alejó de la multitud, que quería proclamarlo rey, la gente se embarcó y fue a Cafarnaúm en su búsqueda. Tenían curiosidad por saber cuándo y cómo había llegado, si no había subido en ninguna barca. Le preguntan y Jesús aprovecha la ocasión para dejarles en claro que lo buscan porque han comido pan hasta saciarse, y no porque crean en él por el signo que había hecho. Les advierte que deben trabajar por un alimento que no perece, sino que perdura para la vida eterna. El alimento que el mismo Jesús, sellado por el Padre, les da.

Continúa su enseñanza el Señor explicándoles que la obra y el trabajo que Dios quiere que hagan ellos es creer en el enviado de Dios, que es Jesús. Y aquellos hombres, que acababan de ver el milagro espectacular de la multiplicación de los panes y los peces, sorprendentemente le dicen: “¿y que signo haces tú, para que veamos y creamos en ti? ¿Cuál es tu obra?” Realmente nos admira que le pidan otro signo, cuando acababan de hartarse de pan y pescados multiplicados milagrosamente.

Le dicen que sus antepasados comieron el maná en el desierto, tal como está escrito, tal como escuchamos en la primera lectura de hoy: “Pan del cielo les dio a comer”. A partir de esta frase, Jesús comienza su magnífico discurso, asegurando, en verdad, que es su Padre el que les da el verdadero pan del cielo, el pan de Dios que baja del cielo y da vida al mundo.

Ante esta afirmación sorprendente y atractiva, le dijeron: “Señor, danos siempre este pan”. Y Jesús les contesta: “Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás”.

La verdad, hermanos, es que desde niños hemos escuchado esta afirmación de Jesús y ya no nos choca, ya no nos sorprende y, menos todavía, no nos escandaliza. La razón está en que nosotros creemos en la Eucaristía, en la presencia real y permanente de Jesucristo, oculto en el pan y en el vino consagrados. Sabemos y creemos que Jesús es el Pan viviente bajado del cielo, que contiene en sí toda delicia, que colma todas las aspiraciones y deseos de nuestro corazón. Experimentamos, en verdad, que Jesús sacia nuestra hambre y nuestra sed. Por ello nuestros corazones viven con la alegría del amor del Señor manifestado en este sacramento.

¡Bendita fe que nos hace creer en Jesús eucaristía! Demos testimonio de la plenitud del amor del Padre manifestado en Cristo, alimento divino que se entrega a cada uno de los que creen en él. “Nadie tiene amor más grande, que el que da la vida por sus amigos”. Jesús se entrega por amor en el sacramento de su mayor humillación.

Demos infinitas gracias al Padre que nos da el verdadero pan del cielo, el pan de Dios que baja del cielo y da vida al mundo. El pan de vida que calma y colma el hambre y la sed del corazón humano.

Señor, danos siempre este pan, danos siempre tu Cuerpo entregado y tu Sangre derramada. Haz que vivamos siempre de este Pan. Transfórmanos a nosotros en oblación perenne, haznos dignos de la redención eterna. Que, con nuestro testimonio, el mundo se convenza y crea que sólo recibiéndote a ti puede tener vida, vida abundante, vida verdadera, vida eterna.

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