Comentario del Evangelio

Comentario del Domingo XXXI del Tiempo Ordinario | Marcos 11,25-30

En este Domingo XXXI del Tiempo Ordinario, Monseñor Rafael Escudero López-Brea, Obispo de la Prelatura de Moyobamba, presidirá la Celebración Eucarística en la Catedral de Moyobamba.

El evangelio de este domingo pone de relieve la profundidad del amor que Cristo proclama: hay un amor que viene de Dios a nosotros; hay un amor que sube de nosotros a Dios, hay un amor de unos a los otros. Hemos de sumar estos tres amores para amar como Jesús.

“En aquel tiempo, un escriba se acercó a Jesús y le preguntó: «¿Qué mandamiento es el primero de todos?»”

Los rabinos, en tiempos de Jesús, discutían cuál de los mandamientos promulgados por Moisés, y multiplicados por la tradición oral, era el principal. Es un problema que para nosotros nos parece elemental, pero que estaba oscurecido por la maraña de los intelectuales de la época.

Contemplando a este escriba he de animarme a hablar con Jesús, a preguntarle muchas cosas.

“Respondió Jesús: «El primero es: “Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor.”

A aquél escriba, que parece que se acercó con buena intención, Jesús, repitiéndole la “Shemá“, le responde conservando intacta la validez de aquel precepto del Antiguo Testamento.

Los cristianos leemos el Antiguo Testamento a la luz de Cristo muerto y resucitado. Esta lectura manifiesta el contenido inagotable del Antiguo Testamento. Ello no debe hacer olvidar que el Antiguo Testamento conserva su valor propio de revelación que nuestro Señor mismo reafirmó. Por otra parte, leemos el Nuevo Testamento también a la luz del Antiguo.

Este es el mandamiento primero y principal. La unicidad de Dios funda ese radicalismo en las exigencias del amor: no hay varios dioses, varios “señores” entre los que dividir el corazón. De nada servirá cumplir todos los demás mandamientos sin cumplir este.

Es absolutamente necesario que el Ser supremo sea único, es decir, sin igual… Si Dios no es único, no es Dios” (Tertuliano).

“Amarás al Señor, tu Dios.” El amor al Señor da sentido y valor a cada mandamiento, a cada acto de fidelidad. Para esto hemos sido creados, para amar a Dios. Y sólo este amor da sentido a nuestra vida, solamente Él nos puede hacer felices, nadie más que Él puede hacer que nos vaya bien.

“Con todo tu corazón.” Pues el amor a Dios no es una simple obligación, sino una necesidad, una respuesta espontánea al experimentar que Él nos ama primero.

“Con toda  tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser.” Precisamente porque el amor de Dios a nosotros ha sido y es sin medida, el nuestro para con Él no puede ser a ratos o en parte. No importa que nos sintamos poca cosa y limitados; la autenticidad de nuestro amor se manifiesta en que debe ser total, que no se reserve nada: todo nuestro tiempo, todas nuestras energías y capacidades, todos nuestros bienes. Es preciso que el amor arda en nosotros de pies a cabeza, del espíritu al cuerpo, de la mañana a la noche y de la noche a la mañana, de la infancia a la vejez. Al Dios que es único le corresponde la totalidad de nuestro ser.

Jesús mismo confirma que Dios es “el único Señor” y que es preciso amarle con todo el corazón, con toda el alma, con todo el espíritu y todas las fuerzas. Deja al mismo tiempo entender que Él mismo es el Señor. Confesar que “Jesús es Señor” es lo propio de la fe cristiana. Esto no es contrario a la fe en el Dios Único.

“El segundo es éste: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo.” No hay mandamiento mayor que éstos.»”

El apóstol san Pablo lo recuerda: “El que ama al prójimo ha cumplido la ley. En efecto, lo de: no adulterarás, no matarás, no robarás, no codiciarás y todos los demás preceptos, se resumen en esta fórmula: amarás a tu prójimo como a ti mismo. La caridad no hace mal al prójimo. La caridad es, por tanto, la ley en su plenitud” (Rm 13, 8-10).

En los mandamientos de Moisés, se incluía también el amor al prójimo, sin excluir a los extranjeros. Lo original de Jesús es unir ambos mandatos (a Dios y al prójimo) en un solo y principal precepto moral.  Jesús une estos dos preceptos que los judíos consideraban independientes. La revelación plena de la caridad nos dice que el amor a Dios y el amor al prójimo son un único río que brota de la misma fuente: El Espíritu del Padre y del Hijo, Espíritu de amor.

No es difícil entender cómo ha de ser nuestro amor al prójimo. Basta observar cómo nos amamos a nosotros mismos y comparar. Podemos y debemos amar al prójimo como a nosotros mismos porque forma parte de nosotros mismos, porque no nos es ajeno. Gracias a Cristo, el prójimo ha dejado de ser un extraño.

Los mandamientos deben ser interpretados a la luz del doble y único mandamiento de la caridad, plenitud de la Ley. Jesús, en su mensaje, recogió los diez mandamientos, pero manifestó la fuerza del Espíritu operante ya en su letra. Desarrolló todas las exigencias de los mandamientos. El seguimiento de Jesucristo comprende el cumplir los mandamientos. La Ley no es abolida, sino que el hombre es invitado a encontrarla en la Persona de su Maestro, que es quien le da la plenitud perfecta.

Lo que Dios manda lo hace posible por su gracia. Cuando creemos en Jesucristo, participamos en sus misterios y guardamos sus mandamientos, el Salvador mismo ama en nosotros a su Padre y a sus hermanos, nuestro Padre y nuestros hermanos. Su persona viene a ser, por obra del Espíritu, la norma viva e interior de nuestro obrar.

“El escriba replicó:—«Muy bien, Maestro, tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo y no hay otro fuera de él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser, y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios.»”

“Jesús, viendo que había respondido sensatamente, le dijo: «No estás lejos del reino de Dios.»”

Jesús alaba al escriba, le agradó su respuesta, en ella había recogido lo esencial de su doctrina al unir los dos amores. Ha saltado además por encima de su fariseísmo al expresar la superioridad del amor sobre todo acto de culto. Por eso Jesús le dijo: “No estás lejos del reino de Dios” y con esta expresión indica que, obedeciendo a la voluntad de Dios revelada por Moisés, el escriba sintonizaba con lo nuclear de su mensaje, pero aún le faltaba algo. En medio de la tiniebla del fariseísmo se abre un rayo de luz.

Que busque siempre la verdad con lealtad.