Comentario del Evangelio

Comentario del Domingo XXIII del Tiempo Ordinario | Marcos 7,31-37

En este Domingo XXIII del Tiempo Ordinario, Monseñor Rafael Escudero López-Brea, Obispo de la Prelatura de Moyobamba, presidirá la Celebración Eucarística en la Catedral de Moyobamba.

En aquel tiempo, se marchó Jesús de la región de Tiro y vino de nuevo, por Sidón, al mar de Galilea, atravesando la Decápolis”.

“Le presentan un sordo que, además, hablaba con dificultad”. La sordera hace incapaz a la persona para oír, le aísla socialmente, le impide la comunicación y le impide aprender a hablar. La expresión del sordo es triste, expresión de soledad.

“Y le ruegan imponga la mano sobre él”. Interceder, pedir en favor de otro, es lo propio de un corazón conforme a la misericordia de Dios. Para nosotros, cristianos, la intercesión cristiana participa de la de Cristo: es la expresión de la comunión de los santos. En la intercesión, el que ora busca no su propio interés sino el de los demás.

“El, apartándole de la gente, a solas, le metió sus dedos en los oídos y con su saliva le tocó la lengua. Y, levantando los ojos al cielo, dio un gemido, y le dijo: «Effetá», que quiere decir: «¡Abrete!»”.

La oración de Jesús precede al acontecimiento, lo que implica que el Padre escucha siempre su súplica; lo que implica también que Jesús, por su parte, pide de una manera constante. Así, la oración de Jesús nos revela cómo pedir: antes de que lo pedido sea otorgado, Jesús se adhiere a Aquél que da y que se da en sus dones.

En su predicación, el Señor Jesús se sirve con frecuencia de los signos de la creación para dar a conocer los misterios del Reino de Dios. Realiza sus curaciones o subraya su predicación por medio de signos materiales o gestos simbólicos. Da un sentido nuevo a los hechos y a los signos, porque Él mismo es el sentido de todos esos signos.

“Se abrieron sus oídos y, al instante, se soltó la atadura de su lengua y hablaba correctamente”.

Los milagros de Jesús son signos que nos llevan a otra curación la espiritual. La sordera espiritual es la incapacidad de escuchar en nuestro interior la voz de Dios, es incapacidad de escuchar la voz del Amado que nos declara su amor. La mudez espiritual es incapacidad para expresar las maravillas que Dios hace a nuestro alrededor, en nosotros mismos y en los demás; incapacidad para ser feliz.

El Resucitado sigue curando hoy a la humanidad a través de su Iglesia. Durante dos mil años, la comunidad de Jesús se ha dedicado, no sólo a predicar la Palabra y perdonar los pecados, sino también a curar enfermos, a atender a los pobres y marginados, a luchar contra toda opresión e injusticia, a trabajar por la liberación integral de la persona.

Es una tarea en la que todos deberíamos sentirnos comprometidos, no sólo los ministros ordenados sino todos los fieles, cada uno en su campo de acción.

En los sacramentos, Cristo continúa tocándonos para sanar nuestra sordera y mudez espirituales. Los gestos sacramentales, muy parecidos a los que utilizó Jesús -imposición de manos, contacto con la mano, unción con óleo y crisma, baño en agua junto con las palabras decisivas que pronuncia el ministro, en nombre de Cristo y en virtud del Espíritu, son el signo eficaz de cómo sigue actuando Dios en el mundo de hoy.

El milagro de hoy nos recuerda el Bautismo, porque uno de los signos complementarios con que se expresa el efecto espiritual de este sacramento es precisamente el rito del «effetá», en el que el ministro toca con el dedo los oídos y la boca del bautizado y dice: «el Señor Jesús, que hizo oír a los sordos y hablar a los mudos, te conceda a su tiempo, escuchar la Palabra y proclamar la fe, para alabanza y gloria de Dios Padre». Acerquémonos a Cristo para que nos imponga las manos y nos bendiga. Para que repita en nosotros el gesto del Bautismo. Un cristiano ha de tener abiertos los oídos para escuchar y los labios para hablar. Para escuchar tanto a Dios como a los demás, sin hacerse el sordo ni a la Palabra salvadora de Dios, ni a la comunicación con el prójimo. Para hablar tanto a Dios como a los demás, sin callar en la oración ni en el diálogo con los hermanos, ni en el testimonio de su fe.

“Jesús les mandó que a nadie se lo contaran. Pero cuanto más se lo prohibía, tanto más ellos lo publicaban. Y se maravillaban sobremanera y decían «Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos»”.

Jesús impone el secreto mesiánico para que no se entienda mal su misión. Pero nadie que haya experimentado el amor de Cristo, puede callar ante las maravillas de Dios. En el colmo del asombro, que debe ser nuestra actitud habitual, también nosotros exclamamos que Jesús todo lo hace bien.